De vivir en traje y corbata a pintar en los bosques de la Patagonia: “Para ser feliz tuve que matar al contador que fui”

Darío Mastrosimone estudió, se recibió y montó su estudio de contaduría con un gran cartera de clientes. Se casó y tuvo hijos. Pero su vida no estuvo completa hasta que se animó a dejar todo por el arte. “Es una satisfacción hacer lo que amo”, le contó a Infobae

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En 2008, Darío Mastrosimone decidió renunciar a su vida de contador para empezar de cero en el sur argentino
En 2008, Darío Mastrosimone decidió renunciar a su vida de contador para empezar de cero en el sur argentino

Darío Mastrosimone (56) tenía una doble vida. De lunes a viernes se ponía el traje y la corbata para ir a su estudio contable, donde recibía a directivos de bancos, hacía cierres de balances y declaraciones juradas. El fin de semana era otra persona, encontraba un lienzo en blanco y le daba color, formas y mucha luz con su trazo.

Desde chico, en su casa de Buenos Aires, se imaginaba dibujando, pintando y creando obras. Estaba determinado en hacerlo. Tanto es así que al terminar el colegio secundario le comunicó a sus padres que estudiaría Bellas Artes. “Mi viejo desde el amor, me miró, y me dijo ‘te vas a morir de hambre. por qué no elegir una profesión en la que puedas desarrollarte económicamente y en los ratos libres, pintá”, le cuenta a Infobae.

Oyendo a su referente, Darío, poco convencido, le hizo caso. “Me anoté en la Facultad de Ciencias Económicas de la UBA para seguir la carrera de contador. Era bueno con las matemáticas, y no me costó. Era el más raro de la clase, no tenía amigos y siempre tenía mis óleos, las telas, y los pinceles en la mano, porque ni bien terminaba de cursar salía corriendo a los talleres de pintura”, recuerda.

“Pero a veces uno tranza con la vida, dejándose engañar por una seguridad ficticia o promesas de un buen estándar de vida, tirando el idealismo de la secundaria a la papelera de reciclaje”, añade el artista.

Usa óleo y espátula siguiendo las referencias del impresionismo
Usa óleo y espátula siguiendo las referencias del impresionismo

La vida siguió. Darío conoció a su mujer, Paula, en la parroquia de Jesús de Nazaret de Parque Patricios. Se enamoraron, decidieron casarse y tener hijos. Ya pasaron casi 30 años. Hizo lo que el mundo aguardaba de él, y un poco más.

Se compró una casa en un barrio privado en Ezeiza, un auto importante y envió a los chicos a un colegio privado. “Los domingos empezaba a sufrir sabiendo que el lunes me tenía que poner la máscara de contador. Ir a ver a mis clientes, aparentar algo que no era. Igual lo hacía, porque era lo que se esperaba de mí”, resalta.

Hubo un punto donde la pintura quedó relegada. “No porque no tuviera ganas, sino porque me había apagado, no me sentía creativo. Eso impactó de lleno en la dinámica familiar”.

El quiebre

A punto de cumplir 38 había logrado agradar a todos, menos a él. “Estaba muy vacío por dentro, rodeado de bienes materiales, y sin sentido. Necesitaba cambiar algo, así que empecé a hacer terapia”.

En el medio de su crisis, tuvo tres muertes cercanas: la de su padre, la de su suegro, y la de su amada mascota, Millie, una border collie que lo acompañaba desde el día de su boda. “Con esos hechos tome conciencia de la finitud. La vida tiene fecha de vencimiento. En esa crisis es donde me reencontré con la pintura, gracias a Dios y a mi psiquiatra, seguramente en ese orden”, admite.

La familia solía viajar de vacaciones al sur, a San Martín de los Andes. En tantas visitas, ocurrió un encuentro transformador. En ese momento Darío conoció a Georg Miciu. “Para mi, uno de los mejores coloristas que tiene nuestro país”, sentencia.

Georg Micui es rumano de nacimiento y argentino por elección. Se instaló en la Patagonia para hacer lo que mejor hace: crear obras impresionistas llenas de sensaciones vívidas. Y además, vive del arte, el deseo de Darío. “Creé un vínculo cercano con él, salíamos tarde a pintar por el bosque, después compartimos un té escuchando música clásica... teníamos charlas interminables, me sentía vivo”, dice.

No solo eso, en cada encuentro, Georg lo impulsaba al salto: “‘Tenés que dedicarte a eso, tenes que animarte’, me repetía. En ese momento fue como si Rembrandt me hubiera elogiado un cuadro. Lástima que al día siguiente debía volver al estudio contable”.

Dario pinta su entorno en la Patagonia
Dario pinta su entorno en la Patagonia

Amigarse con su esencia

De vuelta en Buenos Aires, el todavía contador tenía más dudas que certezas. Sin embargo, puso primera y retomó sus talleres. “Siguiendo a mi terapeuta, busqué los espacios de libertad, me amigué con el adolescente que quería estudiar Bellas Artes. Ahí nació mi doble vida, aunque los domingos por la tarde cada vez eran más tristes. El lunes no tenía fuerzas para arrancar. No podía ni quería seguir así. Tampoco es tan sencillo, ni tan romántico dejar todo. No es simple irse del sistema para refugiarse en la montaña a pintar”.

Ese 2007 fue crucial. “Ya estaba muy mal, y eso no paraba de afectar la dinámica familiar. Paula, mi mujer, me dijo ‘hagámoslo’. Reunió mis obras, las llevó a una galería de arte, y a los pocos días se vendieron. Entendí que había algo de luz…”.

Después de meses de charlas, debates, y proyecciones, se la jugaron. Dejaron todo para empezar de cero en la Patagonia, y vivir de su amor.

Con la decisión tomada, pusieron en venta la casa (a la semana apareció un comprador), esperaron que los chicos terminaran el año lectivo y se mudaron al sur. “Todo se alineó para que siguiéramos el camino de la felicidad”.

Lo más complejo fue renunciar al estudio. Darío tenía un socio. “No le gustó nada mi decisión, incluso me dijo ‘estás loco, tenés tres hijos cómo vas hacer para criarlos’”.

Con cierta culpa en sus hombros, redactó una carta de despedida y la envió vía e-mail a todos sus conocidos. “Se lo mandé a todos mis contactos desde la familia hasta mis colegas de la parroquia, e importantes clientes…. “, rememora. Recibió todo tipo de contestación, en su mayoría de apoyo, en definitiva estaba haciendo lo que muchos nunca se animaron.

Los seis en el Sur viven inmersos en la naturaleza y alejados del estrés urbano
Los seis en el Sur viven inmersos en la naturaleza y alejados del estrés urbano

Esta vez, Darío oyó su corazón. Llegaron un 8 de enero al nuevo hogar en las afueras de San Martín de los Andes. A pesar de la altura del año, ese día había nevado y hacía frío. “No lo habíamos contemplado, solo teníamos ropa de verano. Sin los muebles que estaba en camino con la mudanza, dormimos en el piso, en bolsas de dormir. Fue la noche más feliz de mi vida”.

A los pocos días, quemó su pasado: “Hice un asado grande en familia y tiré al fuego todas las tarjetas de contacto. Había matado al contador”.

El atelier de Dario en el medio del bosque
El atelier de Dario en el medio del bosque

Este vuelco radical que ha dado en su vida lo lanzó tras la búsqueda de nuevas formas y colores. “Me inspira mi entorno, es decir mi familia, el bosque y los caballos que veo desde la ventana de mi atelier. Todo eso lo pongo en el lienzo con los óleos y la espátula. No son copias, sino sensaciones“, cuenta desde su taller en el fondo de su terreno.

Imparable y con gran aceptación, realizó gran cantidad de muestras y exposiciones. Sus obras se pueden encontrar en las principales galerías de arte de Buenos Aires: Los Coleccionistas, Espacio Arroyo, Galería Marier, Galería Mediterránea, y en colecciones particulares de Estados Unidos, Australia, Brasil, Reino Unido, España, Chile, Colombia, entre otros, y de nuestro país.

Chiara, la hija de Dario es protagonista de mucha de sus obras
Chiara, la hija de Dario es protagonista de mucha de sus obras

En más de una oportunidad le dijeron que no. “Al principio varios espacios no me abrieron sus puertas, es parte del crecimiento. Hoy muchos de esos me vienen a buscar, es una linda satisfacción”.

El nacimiento del artista impactó de lleno en la familia. En el medio nació Giovanni (11), su cuarto hijo “con el aire del sur”. “Con cada uno comparto una actividad que antes como contador no tenía. Es algo maravilloso. El vínculo es otro”.

Desde hace una década mantiene una sola vida. Pinta sin límites en la Patagonia. “Es el día de hoy que a veces me cuesta creerlo, le doy gracias a Dios cada día por eso. No es un idilio, no es Heidi, ni una película romántica, pero no se dan una idea de la satisfacción tan grande que se siente de poder vivir de lo que uno ama hacer”.

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