Tenía preparadas las valijas. El platense Marcelo Gori, de 51 años, se había desilusionado de Ecuador y estaba a punto de probar suerte en las playas de Cartagena. Hacía dos años que daba vueltas por Latinoamérica, después de una separación amorosa. Primero probó con Uruguay, luego con Colombia. Entonces llegó a Guayaquil con la idea de trabajar en gastronomía. Fue contratado en un restaurante internacional. Al poco tiempo, sin embargo, se quedó sin el puesto. Cuando estaba por abandonar la ciudad, en enero de este año, lo llamó un antiguo empleador: le propuso ser su socio en un local de empanadas argentinas cocinadas al horno.
“Las empanadas del Che”. Bajo ese nombre comercial pensaron en una oferta con sabores del relleno argentino: verdura, cebolla y queso, carne cortada a cuchillo, papa. Abrieron a mediados de febrero en el centro de Guayaquil. Pero días después empezaron los primeros casos del coronavirus y luego la cuarentena obligatoria, que en Ecuador llega a casi un mes y se extenderá, al menos, hasta fin de abril.
Toda la inversión del emprendimiento se redujo a cero: el depósito del alquiler del local y la mercadería echada a perder en la basura. Cada empanada costaba un dólar: sólo abrieron un par de días y a la gente le gustaban. Al no tener una estructura armada, hoy desistieron de hacer el delivery y tampoco tienen recursos para destinar a publicidad. “Era un negocito hecho a pulmón, ni siquiera tenemos cuenta para acceder a algún crédito”, dice con pesar Marcelo Gori, desde la habitación de un hotel en Guayaquil.
Ahora las valijas volvieron a armarse. Lo que aguarda ansiosamente es poder regresar a Argentina en algún vuelo de repatriación. Si bien sabe del reciente anuncio de un vuelo de Aerolíneas Argentinas para traer a 264 argentinos varados en Quito, Gori exige una urgencia en el reclamo desde el gobierno argentino. Calcula que son cerca de 2 mil argentinos viviendo en Guayaquil y 500 en tránsito. “Una cosa son los argentinos varados y otra los argentinos abandonados -distingue-. Me ubico en el segundo grupo, donde estamos pidiendo un énfasis en el reclamo, porque si vos le planteás a Ecuador de repatriar por emergencia sanitaria a los miles de argentinos que corremos riesgo hoy acá, ¿vos creés que van a decir que no? Ecuador busca descomprimir una realidad que se le está yendo de las manos”.
Y amplía su argumento: “Lo que estamos proponiendo desde el grupo de argentinos abandonados es que se determine quiénes están en situación de riesgo para priorizar la lista de repatriados. La embajada podría jugar un rol importante en eso. Hay infinidad de médicos argentinos que trabajan en Ecuador. Quizás se pueda organizar una campaña al respecto, organizando un censo o algo por el estilo. Por ahora, es todo caos, burocracia y desinformación”.
La espera, en efecto, parece ser larga.
“Eterna -corrige Marcelo-. Tengo EPOC, soy factor de riesgo en una ciudad que está en situación alarmante. Si me contagio el bicho, no la cuento. Porque si caemos en un hospital, vamos fritos porque el contagio que existe ahí es grande. Hay cuadras de cola de gente. Sos número puesto”.
Ecuador, con una población de 17 millones, tiene una de las tasas más altas de infecciones por coronavirus y muertes en América Latina. Es el tercer país con más casos después de Brasil y Chile, pero el segundo con más fallecidos. Hasta el propio presidente, Lenín Moreno, admitió que la estadística es mucho mayor, pero como las pruebas son limitadas es imposible determinar el verdadero alcance del virus. Las cifras aumentan todos los días de forma alarmante y Marcelo Gori teme por el colapso de Guayaquil, capital comercial de dos millones y medio de habitantes, donde se concentra el 70 por ciento de los casos.
Según el argentino, lo que se vive diariamente es algo parecido a un calvario colectivo. Las líneas de emergencia constantemente ocupadas; el personal médico que denuncia un colapso del sistema sanitario y una desprotección total para ejercer su trabajo; la gente que continúa vendiendo en la calle para procurarse el sustento diario.
“Para este fin de mes, los médicos privados anunciaron que habrá 3 mil personas muertas -enfatiza Gori-. Las estadísticas oficiales se están quedando muy atrás, uno desconfía que algo están escondiendo. Se tardó en tomar prevenciones y vamos a ir cayendo todos, uno por uno porque en los centros de salud ni siquiera están haciendo los tests. Y no es por crear terror ni mucho menos, porque se ven las colas en los hospitales y la gente que va de acá para allá sin barbijos ni guantes ni ningún tipo de protección. Hasta las dos de la tarde, que es cuando se prohíbe la circulación, todo el mundo sigue su vida como si nada. A las nueve de la mañana, cualquier día en el centro está inundado de personas”.
Las imágenes de Guayaquil que recorrieron el mundo en los últimos días son dantescas: toque de queda, ataúdes de cartón, un WhatsApp habilitado por el gobierno para reportar las muertes, cuerpos abandonados y envueltos en plástico en las veredas de las casas que son retirados por una Fuerza de Tarea Conjunta. De acuerdo a este equipo, a diario se recogen alrededor de 60 cuerpos. No es el único lugar en América: en Nueva York se conocieron entierros masivos en fosas comunes.
Guayaquil expresa la desigualdad social, la pobreza de una economía informal, frágil, que caracteriza a gran parte de la región. “Colapsaron los servicios públicos porque acá hay una cultura de ganarse el mango en la calle, si la gente no sale, no come -explica el argentino-. En una cuadra puede haber 20 carritos de comida rápida. Aquí es netamente comercial, el guayaquileño vive del día a día, de la venta. ¿Cómo hacés para tener disciplina y cumplir con las medidas? Y se generó un nerviosismo con la cuarentena, si uno iba a la periferia todo seguía igual y hasta las dos de la tarde había colas en todos lados y personas circulando sin protección de ningún tipo. Además está el factor del clima tropical. La gente está acostumbrada a vivir afuera, todo el mundo come en los puestos callejeros, entonces cuesta estar adentro. Un efecto positivo es que la gente aprendió a cocinar en su casa y gasta menos, cuida lo poco que tiene”.
Guayaquil como postal de la desesperación. Los servicios funerarios que no querían encargarse de los muertos por temor a contagiarse. Médicos que denuncian un panorama desolador en el sistema sanitario, sin tener los instrumentos adecuados y con más de 50 trabajadores de la salud fallecidos. Las últimas noticias hablan de que los presos fabricarán féretros para las víctimas. En Guayaquil se habilitó, además, un predio de 12 hectáreas para la creación de un cementerio.
Para Marcelo Gori, la realidad de los argentinos varía según su ocupación y poder adquisitivo, pero reconoce que la mayoría depende de la economía informal. “Me cansé de llamar a la embajada argentina y con un par amenazamos con tomar el edificio si nos seguían ignorando. Entonces me dieron un hotel y una tarjeta para alimentos, pero no quiero solucionar sólo mi situación personal. Hay todavía un montón de argentinos que están a la deriva en la calle, sin ayuda económica. Son los que no tienen tarjeta de crédito para sobrevivir. Artesanos, mochileros o laburantes que vinieron a ganarse la vida”.
En la calle el precio de las papas, un alimento básico en el país, se ha disparado: con un dólar solían adquirir 2,2 kilogramos. Ahora sólo compran 450 gramos. Los residentes de barrios pobres dicen que muchos de sus vecinos continúan trabajando todos los días, lo que incrementa el riesgo de contagio. Y los bancos se convirtieron en zonas de alto riesgo cuando los ecuatorianos, la mayoría sin cuentas bancarias, se agruparon en cola para reclamar los 60 dólares mensuales que dispuso el gobierno como asistencia social.
“Tengo cinco hijos en Argentina y mis viejos están grandes y se preocupan por mí. No quiero volverme por capricho, simplemente acá me despierto todos los días con miedo a morir y no exagero en expresarlo”, continúa Marcelo Gori, quien en Ecuador dice tener “tres hijos del corazón” que conoció a través de una ex pareja. “Estoy solo, aislado en un hotel. El desencanto aumenta, pero no quiero rendirme”.
Dice que no prefiere dar una mensaje de alarma, pero cuando siente que está viviendo en unos de los peores lugares de Latinoamérica en tiempos del coronavirus, no le queda otra opción. “Guayaquil es como si fuera San Pablo en Brasil, no es como Quito, que es centro político. Es para los argentinos la ciudad más soportable para vivir, porque el clima es un poco más templado. Y acá nos quieren mucho, los ecuatorianos valoran nuestra cultura y creamos una identidad muy importante en la zona. Esto nos agarró a todos por sorpresa y nuestra sensibilidad se destrozó. No pedimos un tratado diplomático entre países, acá hay una emergencia sanitaria y Ecuador no da abasto, estamos realmente en riesgo humanitario. La única alternativa es la repatriación”.
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