Los argentinos y el tránsito: "Tenemos que entender que el control es beneficioso para todos"

Especialista en Seguridad vial, Gustavo Brambati dialogó en Infobae sobre por qué los argentinos suelen evadir las normas de tránsito, la corrupción que atraviesa todo el sistema al momento de castigar y su particular visión del uso de radares como herramienta de control

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A ver quién tira la primera piedra ante la sola mención de cualquiera de estos pecados cotidianos, tomados al azar, que hacen a nuestra (in)seguridad vial, sea uno conductor o peatón: acelerar en autopistas un poco más allá de los 130 km/h permitidos, pispiar el teléfono celular en cada detención del vehículo, estacionar sobre cordón amarillo apañados en que hay otros autos en la misma situación, cruzar la calle por fuera de los límites de la senda peatonal. La lista de infracciones viales es interminable porque todos somos infractores -unos más, otros menos, pero todos alguna vez- y se entrevera en nuestra vida diaria a la luz de la estadística: el 88% de los accidentes de tránsito se produce sobre calzadas de pavimento seco, es decir, calles, avenidas y rutas en condiciones normales, usuales, sin otros peligros inminentes que nuestro propio descontrolado afán por violar las reglas.

El número pertenece a un relevamiento de CESVI Argentina (Centro de Seguridad Vial y Experimentación), dedicado a la investigación y el análisis de la seguridad vial y automotriz, cuyo subgerente, Gustavo Brambati, especialista en ambos temas, afirma desde el vamos: "Es evidente que las normas de tránsito no están incorporadas en la gente, ni en el conductor ni en el peatón". Sin embargo, agrega, nadie podría dudar de qué significa, por ejemplo, un semáforo en rojo. Y entonces, ¿por qué no nos importa cruzarlo? "El sistema tiene una cierta corrupción, y eso también hace todo más difícil, porque genera un usuario también corrupto. Cuando hay una persona que pide coimas, hay otro que coimea, que se tienta a coimear para poder sortear una situación en la que van a castigarlo", destaca Brambati.

Hecha la ley, hecha la trampa, entonces, que puede tener la forma de coima entre conductor y agente de tránsito o también de aplicación de teléfono móvil, como cualquiera de las que indican, por ejemplo, dónde se encuentran los radares dispuestos para controlar excesos de velocidad. Brambati pisa el freno para analizar este punto con detenimiento. "Las acciones de control deben ser progresivas", señala, porque de otro modo "la gente se siente sorprendida, al punto de que se termina generando un efecto negativo". Que los conductores sepan dónde están ubicados los radares, para Brambati, no es determinante, "porque de todos modos genera un efecto positivo, porque la gente empieza a convivir con el hecho de que estén controlándola".

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—¿Es verdad que en Argentina se maneja como se vive?

—Me cuesta creer eso. Porque realmente hay algunos cambios en los comportamientos de los argentinos que fueron buenos, como el haber dejado de fumar dentro de los lugares cerrados, por ejemplo. Pero en lo que refiere al tránsito no ha ocurrido lo mismo. Creo que es un tema relegado, en el que no se promueven otros factores que harían que la gente reflexione un poco más en cuestiones que hacen a la seguridad vial, y en particular al control sobre el posible infractor. Todos los países del mundo que han reducido sus estadísticas de siniestros viales han trabajado satisfactoriamente sobre el control. En Argentina aún no le hemos encontrado la vuelta.

—¿Qué es lo que pasa? ¿Cuál es el problema de fondo?

—La realidad es que hay un gran incumplimiento de las normas de tránsito. Eso se aprecia a diario. Incluso una misma persona que como conductor puede intentar respetar algunas normas, como peatón puede demostrar un comportamiento irresponsable. Se da este desdoblamiento de la propia persona en cuanto al respeto a la ley. Es evidente que las normas de tránsito no están incorporadas en la gente, ni en el conductor ni en el peatón, pero creo que estamos en condiciones de evolucionar. Yo no estoy muy de acuerdo con las soluciones drásticas. Creo más bien que hay que generar un entorno y un liderazgo que permitan aplicar acciones que persuadan al ciudadano común a incorporar las normas. Y, obviamente, el que no esté dispuesto a alinearse tiene que ser castigado. Eso es indispensable. No puede haber una convivencia pacífica si existen distintos tipos de castigo.

—¿Y cuáles serían las razones del problema?

—Hay falta de liderazgo. Ante este tipo de problemas, se necesita un liderazgo concreto que instale el tema de la seguridad vial en la gente, que habilite a la reflexión. Es mucho más importante, en cantidad de vidas humanas que se cobra, la inseguridad vial que otro tipo de inseguridad. Y sin embargo no se habla, el tema no se instala. Incluso cuando ocurren tragedias, la noticia queda relegada a los pocos días en general. Entonces está claro que se necesita algo más para que la gente se persuada y empiece a respetar las normas de tránsito.

—¿Cómo se comporta el argentino medio ante esta problemática? ¿Por qué habla tan poco acerca de este tema, si lo afecta tanto en su vida cotidiana?

—El argentino, cuando viaja al exterior, se alinea a las normas del país donde esté. Y lo hace con mucha facilidad: basta con cruzar una frontera para que diga "Ahora sí tengo que cumplir las normas porque puedo ser sancionado". En la sensación de poder ser sancionado hay una parte del problema. Porque las normas, sinceramente, son conocidas por todos, al menos en las cuestiones básicas. Nadie duda de qué es lo correcto ante un semáforo en rojo. Sin embargo, en muchas circunstancias nos vemos en la posibilidad de poder vulnerarlo, de poder relativizar si es necesario cumplir o no la norma en determinadas circunstancias. Creo que no existen reglas claras, no hay un sistema que haga cumplir las consecuencias de evadir la ley. De hecho podés circular miles de kilómetros en la ruta, y es raro que te detengan. Y cuando lo hacen, no te chequean otra cosa que los papeles del auto.

—Y en algunas ocasiones te piden coimas…

—El sistema tiene una cierta corrupción, y eso también hace todo más difícil, porque genera un usuario también corrupto. Cuando hay una persona que pide coimas, hay otro que coimea, que se tienta a coimear para poder sortear una situación en la que van a castigarlo.

—¿Por qué en otros países si uno viola un semáforo en rojo, por ejemplo, automáticamente hay una respuesta de la policía del lugar, mientras que en Argentina las policías todavía no tienen esa potestad?

—Hay más control. Y la gente respeta desde siempre las normas viales. En los países donde más las trabajan, más controles hay. En Suiza, por ejemplo, la gente es absolutamente respetuosa, pero también es absolutamente controlada. En la actualidad, todos los sistemas de control electrónicos, de monitoreo, son muy utilizados. Me parece que vamos a terminar cayendo en esa situación también. De a poco, por las buenas o por las malas, vamos a entrar en un sistema vial más estricto en cuestiones de control, y la gente va a tener que entender que eso va a generar un beneficio. Porque hoy por hoy cualquiera que haya sufrido un siniestro vial, o que haya estado cerca de uno, sabe lo que eso significa, las consecuencias que trae: no es un impacto solamente para la familia, sino que trae consecuencias en todo sentido.

Controles de la CNRT en ruta durante el fin de semana extra largo
Controles de la CNRT en ruta durante el fin de semana extra largo

—Recordemos las leyes de tránsito que más violan los argentinos.

—Depende del contexto. En la ciudad, la que más se viola es el semáforo en rojo y la velocidad. Son de las faltas más graves además. Y en las rutas, la problemática está enfocada en la velocidad. Muchas veces hay rutas que son mejoradas y la gente aprovecha para ir más rápido.

—He escuchado de varios conductores que el hecho de que las aplicaciones móviles de tránsito adviertan la presencia de radares es un arma de doble filo para cumplir la ley. ¿Qué pensás al respecto?

—Sí, puede ser. Pero lo importante es que las acciones de control sean progresivas. Porque ya hemos vivido, cuando se ha instalado rabiosamente el tema, que salen todas las policías a controlar, se colocan radares, y la gente se siente sorprendida, al punto de que se termina generando un efecto negativo a instalar esto adecuadamente. Entonces, tiene que haber una progresividad. Respecto de que se reconozcan los lugares donde hay radares, de todos modos genera un efecto positivo, porque la gente empieza a convivir con el hecho de que estén controlándola. Pero no puede ser una trampa para conductores el radar. Se tiene que instalar en lugares peligrosos, donde se entienda que el exceso de velocidad puede ser una variable que pueda desencadenar un siniestro. Y hay que advertirlo, me parece adecuado, porque esto tiene que tener una progresividad, hasta llegar a la instancia en que se coloquen radares de manera sorpresiva para detectar infractores.

—Muchas críticas de conductores recaen en que se instalan radares en lugares no peligrosos, como si solo se buscara generar una recaudación con ese sistema.

—Aun así se han generado buenos comportamientos. Basta ver la ruta 2: cuando empezó a ser autopista, tenía infinidad de siniestros. En verano siempre había al menos una tragedia. Sin embargo ahora, a pesar de que estén advertidos los radares y de que haya carteles de fiscalización de velocidad, se ha logrado que la gente se ajuste a las velocidades máximas tanto en esos sitios como en el resto del trayecto. Ese es el efecto de los radares: no es simplemente para detectar al conductor de riesgo, sino que generan un efecto disuasivo para otros conductores. Todos dicen: "Si vas a Mar del Plata, fijate las velocidades máximas, estate atento a la ruta, porque te pueden llegar multas producto del exceso de velocidad". Y eso es muy bueno, porque la gente tiende a estar mirando los carteles de velocidad y a alinearse a la velocidad máxima. Y se generan menos accidentes.

—O sea que los radares son positivos, y que hay que ir progresivamente tratando de aceptarlos.

—Sí, lograr que se instalen, que la gente entienda de buena manera que el hecho de ser controlado es un valor en este sentido, y que esto hace a la salud pública, a que no se vivan las tragedias que se viven a diario en muchas rutas del país.

—¿Cómo te imaginás la relación de los argentinos y las leyes de tránsito de acá a diez años?

—Han habido cambios que nos marcan un poco el camino. El cinturón de seguridad fue incorporado por la gente, por ejemplo, y ya nadie duda de si arruga o no arruga la ropa: se utiliza. Y así se van a ir dando otros cambios, progresivamente. Por otro lado también los vehículos van a tener mayor equipamiento en seguridad, y la gente va a tener que aprovecharlo porque son mejoras que nos van a hacer participar mucho menos en siniestros viales. Veo un futuro positivo, de acá a diez años, en cuestiones de seguridad vial. Al menos mucho mejor que la foto que vemos hoy.