¿Pudiste volver del infierno?

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Orfeo y Eurídice

Del célebre Orfeo, protagonista de esta historia, decían los poetas clásicos que era "el padre de los cantos", ya que tal era su talento como instrumentista y cantor (muchas versiones del mito sostienen que era hijo de Apolo, dios de la música, y de Calíope, una musa). Tocaba tan bellamente la lira que la gente se reunía a su alrededor para escucharlo embelesada, durante horas, y para colmar su alma. Pero su poder era más grande que eso: con su música, era capaz de mover rocas y árboles, y de cambiar el curso de los ríos. Durante una expedición con Jasón y los Argonautas, por ejemplo, fue el único capaz de enfrentar el irresistible y hermosísimo canto de las sirenas (las mismas que intentaron retener a Ulises, ver página xxxx), un canto que enloquecía a los navegantes y los hacía naufragar para devorarlos: la belleza del sonido de su lira fue mucho mayor que la del canto de estos monstruosos seres marinos, y la nave de Jasón logró pasar intacta.

Orfeo usaba una lira construida por Hermes con la caparazón de una tortuga. También llegó Orfeo a inventar un nuevo instrumento musical: la cítara, que tenía nueve cuerdas, una por cada una de las musas. También descolló como un poeta extraordinario. Y fue con esas dotes como músico que un día enamoró perdidamente a la hermosa Eurídice, una bella ninfa que solía pasear por los prados de Tracia. Cuenta la historia que la atracción fue mutua y tan intensa que decidieron casarte. El día antes de su boda, mientras realizaba una excursión por el campo, Eurídice se cruzó con Aristeo, uno de los dioses menores del Olimpo. Tal fue el rapto de pasión que sintió Aristeo por la ninfa que quiso raptarla. Eurídice escapó a tiempo, pero en su carrera por el bosque fue picada por una letal serpiente y murió en el acto.

La desesperación del desdichado Orfeo fue tan inmensa que durante varios días no hizo más que tocar la lira y entonar los más hermosos y conmovedores cantos a orillas del río Estrimón, cerca de donde había muerto su amada. La intensidad de su pena fue tal que llegó a oídos de las ninfas y de varios dioses. Para consolarlo un poco, lo convencieron de encarar una tarea monumental: descender al Inframundo –al reino de los muertos– para rescatar a su amada. Los peligros eran innumerables, pero Orfeo contaba con su mejor arma: la belleza de su música, capaz de obrar milagros. Con su lira y su voz fue venciendo todos los obstáculos para acceder a ese reino prohibido para los mortales. Primero tocó para Cerbero, el monstruoso perro que cuidaba las puertas del Hades. Luego logró ablandar el corazón de Caronte, el barquero encargado de cruzar el río Estigia con las almas de los muertos para llevarlas hasta aquella morada sin retorno. Por último, y ya frente a frente con Hades, señor del Inframundo, Orfeo cantó tan dulcemente que consiguió el permiso para lo que iba a buscar. Hades accedió a devolverle a Eurídice, pero solo bajo una condición: no podría mirar a la muchacha hasta que no estuvieran nuevamente en el exterior, completamente expuestos a la luz. Orfeo aceptó de inmediato, y comenzó a regresar a la superficie con la certeza de que Eurídice lo seguía unos pasos por detrás. Pero el sendero hacia la luz era largo, y al cabo de muchos pasos Orfeo comenzó a dudar, y supuso que tal vez había sido engañado por Hades, y que en realidad su amada no estaba detrás de él. Impulsado por la vacilación, y apenas a metros de la superficie, giró la cabeza, solo para ver cómo Eurídice, que efectivamente lo seguía de cerca, era arrastrada una vez más hacia las negras profundidades del Inframundo, esta vez para siempre. Orfeo volvió a rogar, y a tocar la lira, y entonó nuevas canciones, pero Hades ya no le permitió recuperar a la hermosa ninfa.

Orfeo volvió al mundo de los vivos solo, donde habitó hasta su muerte. Le fue fiel a su amada hasta el último día, aunque las ninfas y las mujeres se le ofrecían generosamente.

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Muchas veces leo este mito asociado al poder del amor verdadero, y a su capacidad inaudita de conseguir cualquier cosa. Sin embargo la historia misma contradice esa idea. Ya que ni siquiera el amor desenfrenado de Orfeo logró salvar a la bella ninfa, que fue tragada definitivamente por el Inframundo. Platón tiene una visión más radical, y nos explica que en realidad Orfeo pecó de cobardía, ya que no entregó su propia vida para descender con su amada al reino de los muertos, sino que decidió visitar ese lugar como un turista, como un simple mortal, y que por eso falló en su tarea. En este sentido, Platón también dice que la Eurídice que le entregó Hades durante un rato no era más que una sombra, una ilusión, y no el ser real.

A mí lo que más me atrae de este mito está cifrado en un solo instante. Es ese momento de vacilación —podríamos decirle falta de fe— en que Orfeo duda de la presencia real de Eurídice y gira la cabeza para constatarlo. Hay ahí una lucha interna, porque él sabe que la condición del trato era clara, pero la duda es más fuerte y cede. Y lo pierde todo. Internamente sabe que su amada está dos pasos detrás de él, pero pierde esa certeza durante un instante fatal, y ya no hay vuelta atrás. Lo pierde todo.

Ese momento de vacilación y de error me parece esencial, porque es algo que vivimos todo el tiempo. Incluso el ser espiritual más entrenado puede dudar, puede "olvidar momentáneamente la verdad", como decía la Madre Teresa. Desde luego que ese olvido puede ser más o menos largo, según cada persona, y el castigo no es equivalente al de Orfeo. Pero esos instantes de duda pueden ser también instantes de pérdida. Todas las certezas que podemos ir acumulando luego de años de búsqueda, todas esas verdades que nos elevan, pueden ser cada tanto puestas a pruebas. Cualquier puede ser Orfeo, y sentir de pronto que esas certezas íntimas no están ahí. Uno puede descarriarse fácilmente, y girar la cabeza con una expresión de duda fatal en el rostro. Parte del aprendizaje también implica internalizar esa idea: nunca dudes de las verdades a las que arribaste y que te acompañan tibiamente en el curso de tus días. Siguen ahí, atrás tuyo, aunque no las veas. No hace falta que des vuelta la cabeza. Porque esa distracción puede ser un retroceso. El camino hacia la luz es hacia delante. Las verdades que reconfortan tu corazón están siempre disponibles para vos, aunque en ese momento no las estés mirando de frente. Sí, la verdad está en tu ser, y no en tu cuerpo, o en tus personajes, o en tu personalidad, o en tu ego. Sí, sos un alma inmortal que está encarnada en este plano para realizarse y ser feliz, y cualquier otra cosa que temporariamente puedas pensar no es más que una ilusión, un engaño. Sí, la menta mundana va a tratar de seducirte y engañarte, pero en casos así es necesario volver al eje. Decite: la verdad sigue ahí, detrás de mí, a dos pasos. No quiero dudar. No voy a dudar.

A veces esas dudas son el resultado de una mente turbulenta. Cuando la mente tiene muchos pensamientos, cuando existe excesiva agitación mental sobre lo que pasó o pasará y demasiados deseos a futuro, se vuelve turbulenta. Los seres humanos, a diferencia de los animales, poseemos la facultad de discriminar. Cuando la mente se encuentra agitada, nos damos cuenta. Es en ese momento –antes de que esa agitación se manifieste en el plano físico en forma de enfermedad por el excesivo estrés– cuando tenemos que actuar a favor nuestro y volver a nuestra paz, al eje. ¿Cómo lo hacemos?

La respiración es clave para aquietar el flujo mental. Cuando respiramos lenta y pausadamente, la turbulencia mental se tranquiliza. Todo el cuerpo entra en un reposo natural y fácilmente volvemos a nuestro eje. Es así de fácil, y podemos hacerlo en donde sea.

La paz es posible. La mente juzga sin parar cada acontecimiento y lo que intenta hacer es modificar a su manera las cosas; la mayoría de las veces, sin éxito. Cuando aceptás, todo se ve como realmente es, y desde esa realidad podés actuar sabiamente. Cuando resistís, generás caos en tu interior; y desde ese estado de caos mental no se puede decidir nada.

Cuando hay aceptación, la calma interior te va a traer las respuestas y los porqués de lo que estás viviendo. Pero si resistís y luchás con lo que está pasando, esa turbulencia mental no te va a dejar ver las cosas como son sino como vos, desde tu ignorancia, las captás. La paz se encuentra latente en el corazón de cada persona, pero para sentirla hay que querer tener paz, porque de nada sirve decir "quiero paz" y luego quejarse de todo, con enojo y demás. Para querer paz hay que priorizar todo lo que nos haga sentir bien. Liberar apegos, soltar rencores, vivir en el momento presente, alimentarse sanamente, etc. Cada uno sabe los cambios que tiene que hacer. Vivir en paz es una práctica cotidiana y una elección consciente.

El verdadero silencio interior es uno de los pilares en la experiencia del Ser, tal cual lo enseñan tantos santos y sabios. Durante un momento, contemplá y experimentá la idea del silencio. Observá al silencio como la fuente de todo el sonido. El sonido surge del mar del silencio y luego se hunde o fusiona nuevamente en ese silencio. Cerrá los ojos y escuchá sólo un sonido en particular; observá cómo se comporta, cómo se eleva y luego desaparece. El silencio es interminable y tan vasto como toda la creación. Este también se refleja como el silencio interior cuando no hay pensamientos ni sentimientos emocionales que ocupen tu conciencia. Es la quietud absoluta de tu estado natural del Ser, tu Ser Verdadero.