¿Sos prisionero de tu ira?

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Todos tenemos un talón de aquiles

Aquiles es sin duda uno de los grandes protagonistas de la guerra de Troya. Era hijo de Tetis, una diosa marina, y de Peleo, un mortal, rey de los mirmidones. Era el más veloz de los hombres, y tal vez el más bello guerrero. Se lo conocía por el apodo de "pies ligeros". Si bien Aquiles era mortal, tenía enormes poderes que excedían las capacidades humanas. Era prácticamente invulnerable. Sobre esta mágica capacidad para no resultar dañado existen varias versiones. En la más conocida, su madre lo sumerge en la laguna Estigia, pero para hacerlo lo sostiene por el talón, que es la única parte de su cuerpo que no queda protegida por las prodigiosas aguas.

De ahí la expresión "talón de Aquiles", ese punto vulnerable que todos tenemos, incluso los héroes más aguerridos. En una variante del mito, Tetis cubre a su hijo con ambrosía y lo coloca al fuego para quemar las partes mortales de su cuerpo, pero durante el proceso es interrumpida por Peleo, quien le quita de sus manos con violencia al pequeño y éste queda con un talón carbonizado, que también resulta su punto vulnerable y el que le terminará ocasionando la muerte.

Aquiles fue educado por el centauro Quirón, quien lo alimentó con jabalíes, entrañas de león y médula de oso para aumentar su valentía. También le enseñó el tiro con arco, el arte de la elocuencia y la curación de las heridas. De la musa Calíope aprendió las artes del canto. Era, como dijimos, un guerrero temible. Pero también era vanidoso y, sobre todo, irascible. Cuando se dejaba dominar por la furia no había modo de hacerlo entrar en razón.

La actuación de Aquiles en la guerra de Troya fue determinante. Sin embargo, murió antes de ver conquistada la ciudad. Su muerte fue anticipada cuando era apenas un niño. El vidente Calcante predijo que a Aquiles se le daría a elegir entre una vida corta y gloriosa o larga pero intrascendente. Tetis siempre supo que su hijo sería un héroe notable, y que consecuentemente, tal cual la profecía, nunca alcanzaría la adultez. Como madre, hizo todo lo posible para que Aquiles escapara de su funesto destino, pero por más que lo intentó le resultó imposible modificar lo que ya estaba escrito. Como veremos, ni siquiera la invulnerabilidad de las aguas de las laguna Estigia fue suficiente para torcer la voluntad divina. Tetis intentó incluso esconder a Aquiles. Lo mandó de incógnito a la corte del rey Licomedes, a una isla lejana, disfrazado de doncella, para que nadie pudiera encontrarlo, pero el engaño duró poco. Aquiles era un joven indómito y atractivo, y al poco tiempo se casó con una muchacha y tuvo un hijo: Neoptolemo. Por otra parte, luego de ese episodio se sumó a las fuerzas griegas que acudían a sitiar la ciudad fortificada de Troya para recuperar a Helena, raptada por Paris.

En el campo de batalla, Aquiles fue un guerreo incansable e imbatible. Los troyanos se asustaban de solo verlo entrar en acción. Se dice que manejaba un carro mágico tirado por dos caballos inmortales, Xanto y Balio, capaces incluso de hablar. Causó innumerables bajas en las fuerzas de Troya.

Aunque la guerra duró más de diez años, hay un episodio en particular que involucra a Aquiles y que resulta decisivo para el desenlace de la contienda. Durante una incursión a las poblaciones vecinas a Troya, Aquiles había raptado a una muchacha a quien había convertido en su amante y esclava: Briseida. Menelao, el jefe de los ejércitos griegos, también tenía una amante capturada de un modo similar: Criseida. Pero esta muchacha era hija de un reputado sacerdote de Apolo, y para evitar la ira de este dios había tenido que devolverla a su padre. Como no toleraba que Aquiles tuviera mayores beneficios que él, le exigió que también devolviera a su amante Briseida, de quien el héroe se había enamorado.

Contrariado y enfurecido, Aquiles tuvo que acceder, pero para demostrar su malestar se rehusó a seguir combatiendo para los griegos. Incluso llegó a pedirles a los dioses que los troyanos obtuvieran la victoria. Y sus ruegos casi son escuchados, porque desde ese día los ataques troyanos fueron cada vez más intensos y destructivos. Cuando estaban a punto de quemar los barcos griegos, Aquiles se vio forzado a ceder un poco, ya que la presencia de los soldados mirmidones era central para defenderse de los asedios troyanos. Él aún se negaba a pelear, pero le permitió a su ejército entrar en combate bajo las órdenes de su mejor amigo, Patroclo, un joven al que lo unía una intensa relación. Patroclo acudió a la batalla ataviado con el armadura de Aquiles. Y al creer que se trataba del mítico héroe, el jefe troyano Héctor lo persiguió y le dio muerte en plena batalla. Al quitarle la coraza y el casco, comprendió el error.

Cuando le comunicaron la noticia del deceso de Patroclo, el temible Aquiles estalló de furia. No por nada el inicio de La Illiada reza: "Canta, oh, diosa, la cólera del pélida Aquiles…". A esa cólera indomable se refiere el texto. Aquiles, entonces, clama venganza. Incapaz de darle consuelo, Tetis le advierte a su hijo que si intenta quitarle la vida a Héctor para compensar la pérdida de Patroclo solo hallará su propia muerte. Pero Aquiles responde: "Moriría en este lugar y en este momento, ya que no puedo salvar a mi amigo. Ha caído lejos de casa y en un momento de necesidad mi mano no ha estado allí para ayudarlo".

Efectivamente, nadie consigue calmar la cólera de Aquiles. Ni siquiera los dioses enviados por Zeus. Así de desmedida resultaba su ira. En el campo de batalla su furia causa estragos. Mata a decenas de troyanos. Y por fin encuentra a Héctor, lo asesina y ata el cadáver desnudo a su carro y lo arrastra por la tierra durante nueve días. Pero antes de morir, Héctor le había hecho prometer a su hermano Paris que se cobraría la vida de Aquiles. Y así sucede. Asistido por Apolo, Paris lanza sobre Aquiles una flecha que va a dar justo en su talón, única parte de su cuerpo que no es invulnerable.

Se dice que Tetis lloró la muerte de su hermoso y valiente hijo durante diecisiete días, y que hasta las musas acudieron a su pira para cantar himnos de lamento. El cadáver de Aquiles fue quemado, y sus cenizas depositadas en una urna dorada forjada por Hefestos.

Se cuenta en La Odisea que muy poco tiempo después Ulises, al bajar al inframundo, se topó con la sombra de Aquiles. En las pocas palabras que cruzaron, Aquiles lamentó el resultado de sus acciones. "No me consueles en mi muerte", le dijo. "Preferiría ser siervo en una casa pobre en el mundo de los vivos que rey de reyes entre los muertos."

* *

Cualquiera diría que el punto débil de esta especie de superhéroe griego era el talón. Sí, por cierto, esa era su flaqueza física, porque era la única zona que no había quedado expuesta a las aguas mágicas que lo hacían casi inmortal. Pero yo diría que su verdadero talón era otro. Su verdadero punto flaco era su ira, su temperamento indómito. No por nada La Ilíada es el relato de su cólera. Ni su arrogancia, ni su ferocidad, la perdición de este trágico guerrero fue su ira, de la que estaba preso.

Y la ir es tal vez la peor de las emociones negativas. Complota de manera directa contra la paz interior. Además es dañina porque se reproduce muy fácilmente: cuando te "descargás" con alguien, como por ejemplo con un compañero de trabajo o una pareja, ese alguien a su vez probablemente necesite "descargar" esa energía negativa en un tercero, que puede ser su hijo, o un empleado, que luego puede llevarse esa ira al club, o a la escuela, lo que genera una cadena infinita de malestar y de vibraciones bajas. En definitiva eso enferma el ambiente en el que vivimos todos, lo que resulta un pésimo negocio.

En la India aprendí tres pasos fáciles para intentar controlar la ira, algo que además nos evita la vergüenza y el daño que genera resultar esclavos de una emoción tan oscura. El primer lugar, debemos pensar en nosotros mismo, y mirar nuestros propios errores y desaciertos como a través de una lupa, como si fueran enormes, para entender que nadie está exento de equivocarse.

El segundo paso consiste en observar los errores de los demás como si fueran minúsculos, por más grandes que sean, para comprender de ese modo que todos estamos aprendiendo a vivir, haciendo lo mejor. Por último, recordá siempre que todo lo que sucede es perfecto por el solo hecho de que sucede. Todos somos perfectos, todos somos lo mismo. Si nos enojamos con otros, nos enojamos con nosotros mismos, con el universo, con Dios. La ira es una sola, y es, al igual que el miedo, contracara del amor.

Otro buen ejercicio para controlar la ira consiste en fijar la mente en un solo punto. Por ejemplo una flor, o un sonido, o algo en nuestro propio interior. Esta sencilla experiencia, que debe ir acompañada de una respiración enfocada, puede ser liberadora luego de apenas algunos minutos.

Relajarse unos minutos por día en un entorno libre de distracciones es algo revitalizante y renovador, tanto para el cuerpo como para la mente. Esta práctica te ayudará no sólo a rendir mejor, sino también a liberar estrés y a cuidar tu salud física, mental y emocional. Cuando estamos relajados, la mente coopera eliminando la resistencia a realizar cualquier actividad y el cuerpo colabora manteniendo un estado de tranquilidad y alerta en lo que se está realizando.

Para que entiendas qué es un estado ideal de concentración, recordá cuando eras chico. El tiempo no existía a la hora de jugar y la concentración era perfecta.

Por otra parte, estamos siempre rodeados de otras personas, y la ira suele ser un elemento discordante que lo desequilibra todo. ¿De qué modo podemos coexistir con gente iracunda, sin contagiarnos de esa "mala onda"? O, es más: ¿se puede revertir? En primer lugar, te diría que trates siempre de buscarle algo positivo o gracioso a las situaciones, incluso cuando la emoción preponderante sea la ira. Se trata de amar, desde el ser, antes que de juzgar desde la personalidad.

Pero para modificar una atmósfera viciada hay que estar muy atento. Si alguien te quiere contar algo desde el enojo, inventá una excusa para no escucharlo. Tratá de hacerlo reír, decile algo lindo, algo que lo haga sentir bien. Por ejemplo: "¡Qué hermosa te queda ese camisa!". De ese modo, si conseguís que el otro sonría, te ahorrás verte rodeado de negatividad. A veces es así de simpre. Si podés poner de relieve algo positivo en una situación aparentemente negativa, todo cambia. Y cuánto mejor resulta un entorno con humor y no con enojo.

Siempre hay un motivo para reírse, porque la risa de Dios. Reír es salud y es vida. El buen humor te puede sanar. La Madre Teresa decía que aquel que logra reírse de sí mismo, de sus pesares, de sus reacciones ante los hechos, logra ver el rostro de Dios. Que no es otro que el rostro de tu alma. Tu verdad sin máscara ni capas que tapen lo que sos. Reír libera esos maquillajes con los que te has cubierto el rostro. Reír te eleva la química corporal. Cuando el humor y el contento están presentes, tu organismo vibra y se eleva en plenitud, se unen en armonía. Una carcajada salida del alma reacomoda el metabolismo en forma más vertiginosa que la gimnasia más intensa. Es conocido el caso de quienes, al conectarse con convicción y en forma continua con la risa, logran remisiones de enfermedades en estado avanzado, con ese humor que estuvo adormecido en su interior durante años. Dios es el mayor humorista. Él describe la telenovela perfecta pero nosotros, que podríamos gozar los pasos de la comedia, elegimos sumergirnos en el drama. El humor hace que todo sea fresco y vital.

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