¿Estás enamorado de vos mismo?

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La imagen en el estanque

Narciso y Eco

Narciso era un joven tan bello que atraía irremediablemente a todas las doncellas que se cruzaban con él (pero no solo a las doncellas: también a los hombres, y a los dioses). Con solo verlo, las muchachas quedaban prendadas y con el corazón inflamado. Pero además de hermoso, lamentablemente Narciso era también un muchacho engreído y orgulloso, y solía rechazar a todas sus pretendientes, muchas veces con desprecio y sin compasión. Una de las variantes del mito cuenta que la gestación de Narciso fue producto de un hecho de violencia sexual: aparentemente el dios Cefiso raptó y violó a la desprevenida ninfa Liriope, y de esa unión espuria nació el hermoso Narciso. Cuando su madre consultó al visionario Tiresias para conocer el futuro de su hijo, el adivino le dijo lo siguiente: "Narciso tendrá una vida larga y próspera, siempre y cuando nunca se conozca a sí mismo". Las palabras de este profeta, veremos más adelante, no estaban equivocadas.

Al alcanzar la edad de dieciséis años, Narciso conoce a Ameinias, un jovencito que se enamora de él. Narciso, incapaz de ver otra belleza que la propia, ni otros atractivos, e incapaz de fijarse más que en sí mismo, lo rechaza con crueldad. Y en señal de burla le regala una espada, que al poco tiempo el herido Ameinias utiliza para suicidarse. Mientras agoniza, el entristecido amante le ruega a Némesis, diosa de la venganza, que algún día esta vuelque su maldición sobre Narciso y le haga conocer las penurias del amor no correspondido. Efectivamente, un tiempo después, durante un paseo por los bosques, Narciso se detiene a descansar a orillas de un estanque, y allí ve reflejado su propio rostro, de quien se enamora al instante. Cuando intenta besarlo, descubre que se trata solo de su propio reflejo en la superficie de la laguna. Apesadumbrado, toma su espada y se quita la vida. La leyenda dice que en ese lugar, sobre su cuerpo, creció la primera flor del Narciso, sumamente vistosa pero con un perfume no demasiado tentador.

Esa es la versión griega del mito. Pero creo que la romana es más atractiva, tal como la cuenta Ovidio. En esta variante, quien se enamora del joven Narciso no es un muchacho, sino una ninfa acuática, Eco. ¿Y quién era Eco? Una ninfa que había sido condenada por la celosa Hera a repetir las últimas palabras de todo lo que se dijera a su alrededor. Por eso aunque Eco amaba a Narciso, no era capaz de expresar su ardor por él. Pero una tarde, mientras formaba parte de una expedición de caza por los bosques, el joven se perdió y se alejó del grupo. Tras los árboles, lo espiaba Eco. Al oír movimiento en el follaje, Narciso preguntó: "¿Hay alguien aquí?". A lo que la ninfa respondió, como le ordenaba la maldición: "Aquí, aquí". Como el mancebo no lograba ver quién le hablaba, reclamó: "Ven". Y Eco respondió: "Ven, ven". La doncella emergió entonces de entre los árboles, con los brazos extendidos, hermosa y dispuesta a darle todo su amor a Narciso, pero fue rechazada dolorosamente por Narciso, que le ordenó con disgusto que se alejara y lo dejara en paz.

Consumida por la pena del desprecio, Eco se escondió en una caverna, donde su cuerpo se consumió y sus huesos fueron reducidos a piedra. Sólo su voz sobrevivió, destinada durante los siglos de los siglos a repetir las últimas sílabas de todo cuanto se pronuncie a su alrededor. Narciso, por su parte, resultó castigado a enamorarse de su propia imagen. Al verse reflejado en un lago, se obsesionó de tal modo que fue incapaz de hacer cualquier otra cosa. Murió allí mismo, en la orilla. En este caso se dice que el castigo no provino de Némesis, sino de la diosa Afrodita.

Como sea, el final de Narciso en ambas versiones es el mismo. El castigo divino por su altivez y su rechazo se cierne sobre él, y las palabras adivinatorias de Tiresias resultan ser ciertas: Narciso se conoce a sí mismo, no puede abstraerse de esa imagen, y muere. E incluso en el más allá –en el Inframundo– sigue pagando su condena, ya que pasa una eternidad contemplando su hermoso rostro en las negras aguas del río Estigia, uno de los cursos de agua del Hades.

* *

Durante la época en que fue concebido, este mito seguramente servía como admonición moral hacia la juventud para resaltar los valores negativos del orgullo y la insensibilidad hacia el amor. De hecho, el término "narcisismo" simboliza hoy día, muchos siglos después, esa excesiva consideración hacia uno mismo. Sí, la figura de Narciso puede ser útil para hablar sobre eso, pero también resulta ideal para pensar en el ego, y en el riesgo de quedar entrampado ahí, que no es más que la superficie de las cosas. ¿Qué es exactamente el ego, ese yo constante, esa mente engañosa que siempre quiere ponerse al frente de tus acciones como si realmente tuviera el control sobre las situaciones que te toca vivir?

A ver, empecemos por el comienzo: todo ser que está encarnado en este plano de existencia tiene un ego. Así que tranquilo, no hay nada anómalo en tener un ego. Todos lo tenemos. Ahora bien: atención con este ego. Y atención doblemente: primero porque es peligroso, y segundo porque es una parte tuya. Nunca pienses que el ego es un ser ajeno que intenta dominarte. Es simplemente una parte de vos. Y una parte muy importante. Como decía, encarnar en un cuerpo, como estamos encarnados ahora, supone adquirir un ego. Un ego es como la interfase de un programa de computadora. Te permite interactuar con el mundo. Te permite interpretar esos personajes que son necesarios para tu vida cotidiana. Pero el ego no es tu verdadera esencia. Lo repito porque acá está la clave: el ego no es tu verdad. El ego es solo una parte de vos: alguien con un excesivo afán de protagonismo.

¿Y por personajes a qué me refiero? A los diferentes roles –miles, literalmente– que vas interpretando a lo largo de tu existencia: sos papá, sos hermano, sos empleado, sos amigo, sos cinéfilo, sos jugador de fútbol, sos tantas cosas que no alcanzarían todas las páginas de este libro para enumerarlas.

Bien, entonces el ego es todo eso. Pero esas caras son mutables, y pasan. Ahora bien, sabé también que por dentro, por detrás, hay algo que no varía nunca. Algo que no puede ser visto, ni oído, pero que puede ser aprehendido mediante la percepción: es tu verdadero ser. Esa es la realidad que vive en tu interior. Y eso no cambia nunca.

Todo lo que tiene nombre y forma está sometido al cambio, de segundo en segundo. Lo que hace que la mente se pierda en sí misma. La divinidad interior no cambia; todo lo demás es irreal, efímero y momentáneo. Este Dios interior, que no tiene fin, está encerrado en el cuerpo que todo el tiempo sufre cambios. El hombre siente que su cuerpo es real e ignora a la divinidad que está adentro. Para ir más allá de las limitaciones del cuerpo y de lo que éste nos ofrece, buscá siempra al ser que reside en el interior. Y esa voz interior siempre te pide lo mismo: estar en paz.

Cuando logres distinguir el ser del ego habrás dado un salto cuántico grandioso. Buena parte del progreso espiritual consiste en saber percibir esa diferencia. Fijate. El ego, chiquito, te dice: "Yo soy mi diploma universitario, soy mi inteligencia, soy mi estupidez, soy los amigos que tengo, soy la casa que compré, soy el amor que no me da esa persona a la que yo tanto anhelo. No me gusta aquello, pero sí esto otro, soy rico, soy pobre, soy feo o soy precioso". Eso es el ego, puras etiquetas, sólo conceptos. Cuando comprendemos que quien actúa los roles de la vida es el ser, todo cambia. Es muy importante recordar que somos mucho más que nuestros conceptos creados, porque de esa manera vamos a poder vernos tal como somos, a las personas como son y a la realidad sin distorsiones.

Hay muchos que suponen, a partir de esta información, que para luchar contra el ego hace falta destruirlo. No, no es así. En principio porque es una batalla perdida, y luego porque el ego es necesario. Sai Baba siempre explicaba que el ego, en el fondo, no era más que un instrumento, una herramienta. Y que había que valerse de ella, usarla y luego volver a ponerla en su lugar. Esa imagen me encanta. Apelás a tu ego, negociás con los demás, con el mundo, cumplís tus papeles, vivís la vida cotidiana, y volvés a color el ego en el lugar secundario que debería ocupar. Y en el proceso vas aprehendiendo (captando, valorando) tu verdadero ser, para no ser fagocitado justamente por la presión del ego, que siempre va a intentar cobrar vida propia e imponerse. Pero, como ya sabés que es una herramienta, la clave está en lograr que ese ego no te domine. El martillo no domina al carpintero. El pincel no domina al pintor. Del mismo modo, una vez que uno entendió esa funcionalidad que tiene el ego, puede avocarse con sus mejores esfuerzos a permitir que prime la verdad. Es decir: el ser. Eso inmutable e inasible que sigue allí, vivo y vital, cuando uno cierra los ojos y trata de alejar todo pensamiento mundano. Imaginalo como una pequeña luz muy brillante que resplandece siempre. Localizala donde más te guste: en la frente, o en el medio del pecho. Y sabé que esa energía está siempre ahí, radiante. Despertar a la verdad consiste precisamente en encontrar esa luz. En encontrarte.

El ego es todo lo contrario de esa luz. El ego pone todo blanco sobre negro, y busca enemigos, y quiere etiquetar a toda costa, y se deja influir por la opinión de los demás. El ego te divide, te fragmenta y no puede ver la unidad que hay en todas las cosas. Esa es su naturaleza.

Cada vez que te sientas perdido en tu ego, imaginate como Narciso frente al estanque. Porque es una imagen bastante exacta. El ego a veces nos pierde, nos abstrae y nos enajena, y se roba nuestra capacidad para ser libres. Cuando el ego toma posesión de nuestro ser, o lo opaca, quedamos como hipnotizados frente a un espejo, viendo solo la apariencia. Y lo profundo se nos vuelve inescrutable. Por eso lo más sabio en esos casos es tratar de aplacar esa mente desbocada que solo quiere corrernos del eje de lo que verdaderamente somos.

Tratá entonces de bajar el volumen de la radio de tu mente, para que la paz aparezca de manera natural. Pensá que la mente es como un lago de aguas tranquilas. ¿Qué pasa si arrojamos una gran piedra? Las aguas se vuelven turbulentas. El fondo del lago permanece quieto, en paz, pero ya no se ve desde la periferia. Nuestra mente es similar. Cuando las piedras de los pensamientos son lanzadas, la mente se altera y la paz en la profundidad del ser desaparece. Cuando disminuís el volumen de tu "bla, bla, bla", aparece la dulce voz de tu interior. A la mente baja, al ego, le encanta vivir en conflicto, se siente vivo. Al ser sólo le importa ser quien es: amor y luz.

Ahora bien, no te alarmes cuando no logres mantenerte varios minutos en quietud. Se trata de reacciones naturales del ego, acostumbrado a su rutina para nada meditabunda, siempre dependiente del afuera. Ante la calma, al sentirse callado y al verse guardado por un rato, el ego se desespera e intenta perturbarte mientras tratás de hallar la paz.

Para dominarlo, relajá la respiración y repetite el que es tal vez el mantra más elemental, el que se usa en meditación: "Yo soy". Repetilo hasta que el pensamiento te vaya llevando a un verdadero estado de dicha. No cedas si ves que el ego te lo impide. Ya va a ceder si tu voluntad es genuina e intensa.

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