Insólitos anti-homenajes a Sarmiento

“La mala educación” es el título del libro de Helena Rovner y Eugenio Monjeau, que acusan al “progresismo educativo” por la decadencia de la escuela pública, un hecho que relacionan con el desprecio al “padre del aula”. Extracto

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CAPÍTULO 1. LA RAZÓN EN LA NOCHE DE IGNORANCIA

Tal vez en la Argentina el revisionismo populista haya ganado su guerra prolongada y unilateral contra la figura de Domingo Faustino Sarmiento. Prácticamente todos los homenajes y reconocimientos al más importante creador de igualdad de oportunidades que vio el país, a uno de los pioneros mundiales en el desarrollo de la escuela pública, incluyen pedidos de disculpas y aclaraciones presuntamente necesarias sobre sus ideas acerca de los indígenas o sus nociones sobre la superioridad anglosajona, cuando no disparates sobre su colaboración con aspiraciones imperialistas chilenas. Sean más o menos moderadas, las prevenciones para homenajear a Sarmiento siempre están presentes, aun dentro de las propias escuelas, que le deben nada menos que su existencia. Algo así como colocar bien visible en la entrada de la Acrópolis en Atenas un cartel aclarando que, aunque todo está muy bonito, es menester reconocer que Pericles verdaderamente no respetaba la autonomía de la mujer, y que la tolerancia de sus huestes hacia los extranjeros dejaba mucho que desear.

Casi todos los homenajes al mayor creador de igualdad de oportunidades que vio el país incluyen pedidos de disculpas

Estos ataques a Sarmiento serían una anécdota curiosa o un debate limitado al mundillo del anticapitalismo barrial si no fuera porque el revisionismo histórico populista ganó la guerra, y que el daño colateral fue la muerte de la educación pública argentina.

Si bien los ataques revisionistas a Sarmiento —populistas, nacionalistas, ultramontanos, según el caso— comenzaron hace muchas décadas, los años kirchneristas dieron con saña las últimas estocadas. Los soldados de Cristina Fernández fueron los que se atrevieron a más, apuntando de modo directo al más precioso legado sarmientino: los restos de la Ley 1420.

La Ley de Educación Común 1420 del año 1884, que estableció la obligatoriedad y la gratuidad de la educación para todos los niños de 6 a 14 años, y que instauró el derecho de todos los habitantes del país que residieran en localidades de más de 300 habitantes a contar con una escuela pública a su alcance, fue, todo hay que decirlo, ponderada por el último ministro de Educación del kirchnerismo, Alberto Sileoni, quien no se privó de indicar una equivalencia entre ella y la Ley de Educación del año 2006: "Hay un claro paralelismo entre una norma y otra: en aquella Argentina del siglo XIX, el mandato era la universalización de la escuela primaria y la generación de condiciones de alfabetización básica para todos. En esta Argentina del siglo XXI, universalizar la secundaria supone un reto de justicia educativa, en tanto las necesidades de alfabetización y las exigencias de inclusión social requieren de la secundaria como condición necesaria". (Tiempo Argentino, 6/11/2014).

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El paralelismo flaquea cuando se tiene en cuenta que, mientras la Ley 1420 ubicó al país en la vanguardia regional (Chile y Bolivia declararían obligatoria la educación primaria en 1920; Brasil, en 1934; Perú, en 1941; Uruguay, en cambio, declaró tempranamente en 1876 la gratuidad, la laicidad y la obligatoriedad de la educación básica, de la mano de José Pedro Varela, escritor y político sobre quien el pensamiento de Sarmiento tuvo enorme influencia), la obligatoriedad de la educación secundaria llegó muy tarde a un escenario en el cual haberla completado es un requisito mínimo incluso para trabajos poco atractivos y de escasa remuneración.

En cualquier caso, pese al reconocimiento, el siglo XXI argentino decidió despreciar aquella primera Ley Nacional de Educación. Una de las más importantes características de la Ley 1420 es la separación de la educación común de la educación religiosa. Si bien el texto original no prohíbe la enseñanza de la religión, la menciona con dos indicaciones muy relevantes: en su Art. 8 declara que debe impartirse antes o después, y nunca dentro de las clases obligatorias, y en segundo lugar menciona a "los ministros autorizados de los diferentes cultos!, revelando un grado de pluralismo y tolerancia a la diversidad excepcional para la época.

Tal como señala Mariano Narodowski, "ni siquiera las dictaduras de 1966 y 1976 osaron posar sus garras en la Ley 1420. Sí lo hizo el gobierno del golpe de Estado de 1943, que estableció el decreto 18411, por el cual se introdujo la religión (católica) en las escuelas públicas, lo que se consolidó por la Ley 12978 de 1947, aunque por poco tiempo: ocho años después, el propio peronismo vuelve al laicismo original con la Ley 14401 de 1955. Desde ese momento, el Art. 8 de la Ley 1420 vuelve a estar vigente".

LEA MÁS: Los desafíos que hicieron de Sarmiento un constructor de la Nación – por Luis Alberto Romero

Tristemente, el respeto por la laicidad pluralista murió, de muerte no natural y sin mayor escándalo público, en el año 2015. La Comisión Bicameral del Digesto Jurídico Argentino, que se encuentra a cargo de descartar aquellas leyes reemplazadas por otras más nuevas o derogadas por el Poder Legislativo, decidió que la Ley 1420 había sido "superada" por la ley de 2006, omitiendo el detalle de que nada se aclara en esta sobre la cuestión de la laicidad.

Pese a que se alzaron algunas voces opositoras (en especial la del legislador Miguel Garrido) para señalar esta clara violación al espíritu de la educación pública argentina, la mayoría oficialista decidió que el asunto no tenía mayor importancia. Hoy solo la tradición se interpone entre quienes deseen enseñar catecismo en las escuelas públicas y los niños que a ellas asisten. En la lucha por la neutralidad religiosa, en el siglo XXI perdió Sarmiento.

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El desprecio por la normativa sarmientina se suma al explícito desdén por sus valores. Si bien el palacio que alberga al Ministerio de Educación lleva el nombre de Sarmiento (aun cuando es conocido popularmente como Palacio Pizzurno en referencia a la calle donde se encuentra, que a su vez homenajea a Pablo Pizzurno, educador argentino fundador del Instituto Nacional de Enseñanza Primaria y Secundaria), y la fecha de su muerte se recuerda con la celebración del Día del Maestro, los homenajes son muchas veces prologados por un velado pedido de disculpas. Más allá de, pese a, se debe reconocer que…

¿Todos saben quién fue Sarmiento? Sí, un masón HDP (anécdota relatada por Cristina Kirchner en la Rosada)

Y, por supuesto, son conocidos varios episodios de franco antihomenaje.

En 2012, frente a un grupo de estudiantes de escuela primaria que estaban de visita en la Casa Rosada, Cristina Fernández de Kirchner contó una anécdota familiar, para explicar el concepto de masonería: "El hijo de un amigo de Néstor, muy chiquito, que era muy politizado el papá, entonces el papá le había dicho: 'No, porque Sarmiento era un masón', que pin, que pun, que pan, entonces fue al colegio y la maestra les pregunta: '¿Todos saben quién fue Domingo Faustino Sarmiento?', entonces los chicos dicen: 'Sí, sí, sí', y este desde el fondo dice: 'Sí, un masón HDP', y ahí se armó un lío, lo querían expulsar al chico". El insulto fue recibido con risas por los altos funcionarios de Presidencia, y probablemente con absoluta incomprensión por los niños presentes.

El mismo año, Cristina Fernández perpetró un nuevo antihomenaje, recordando a Sarmiento como enemigo de la libertad de prensa, en un discurso que vale la pena citar literalmente, por contener todos los vicios y errores del comentador revisionista aficionado:

Y ya que estamos, de paso, quiero recomendarles un libro, que comencé a leer ayer: Sarmiento periodista, de Diego Valenzuela y de Mercedes Sanguinetti. Es un libro muy importante, por allí uno no está de acuerdo con las conclusiones de quienes lo escribieron, pero la información que trae es una investigación muy importante.

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Yo lo hubiera titulado Sarmiento militante, porque Sarmiento más allá de la orientación que uno tenga, los acuerdos o desacuerdos, fue por sobre todas las cosas un militante político. […] Si a ustedes, a cualquiera, le preguntan qué presidente argentino clausuró y cerró un diario muy importante, ¿qué me dicen todos? "Perón", ¿no? La Prensa, Perón. Bueno, en este libro me acabo de enterar que el insigne maestro Domingo Faustino Sarmiento, cuando fue presidente, cerró el diario La Nación. […] El fundador del diario La Prensa se tuvo que ir a Montevideo porque el que cayó preso y estuvo a punto de ser fusilado fue Bartolomé Mitre, todo esto durante la presidencia de Sarmiento. Mirá vos, ¿no? Bueno, la verdad que yo no lo sabía y es una buena cosa enterarse de estas cosas, porque viste cómo no te informan y sobre todo que hay universitarios presentes que estoy segura tampoco lo sabían. Pero lo que es importante saber estas cosas y por eso recomiendo el libro. […] Cómo nos han mentido durante 200 años, es increíble… Hasta yo que la verdad que me consideraba —dentro de todo— una persona bastante informada porque me gusta leer, me gusta estudiar historia, esto no lo sabía. Te imaginás al que no le gusta la historia…(Discurso de CFK, Casa Rosada, septiembre de 2012).

No termina de quedar claro si lamenta la decisión de Sarmiento de clausurar periódicos, si pretende tomar al prócer como ejemplo para justificar nuevos ataques a la prensa, o si busca distorsionar la historia de la libertad de expresión en Argentina, vulnerada especialmente durante períodos reivindicados por el revisionismo. Y en todo caso da lo mismo. En todas las opciones el objetivo es vilipendiar los contenidos y las iniciativas liberales de Sarmiento.

El propio Sileoni se expresó de modos parecidos (aunque hay que decir que la expresidenta es inigualable), por ejemplo, cuando defendió públicamente la representación de Sarmiento que realizó el canal infantil estatal Pakapaka. El canal tenía en ese entonces, como uno de sus héroes, a un alumno formoseño de escuela primaria llamado Zamba. En uno de los episodios, visita la casa de Sarmiento. El padre del aula aparece retratado, alternativamente, como un misántropo, con fobia a los niños (sí, la misma persona que creó las bases legales y normativas para la universalización de la cobertura escolar), megalómano, resentido y cobarde. En una escena, Facundo Quiroga hace esta pulcra presentación del federalismo: "Los federales pensamos que Buenos Aires tiene que decidir algunas cosas, pero no todas, y que todas las provincias tenemos que ser iguales". Sarmiento contesta: "Yo pienso que ustedes son salvajes, bestias, bárbaros, maleducados, y que tienen mal carácter". La posición federal se retrata como una legítima expresión política y nada más que eso; la unitaria, como una forma del racismo.

Pasadas distintas aventuras, Sarmiento y Zamba vuelven a la actualidad. Al recapitular todo lo ocurrido, Zamba dice que lo que más le gustó de todo fue enterarse, por confidencia de Sarmiento, que sí había faltado a la escuela pero que mentía al respecto para no dar un mal ejemplo. Ya que no en iniciativas como imitar las buenas prácticas de otros países, preocuparse por formar los mejores maestros y ser la vanguardia educativa en la región, quizás sea en ese ocultamiento de información (y su posterior reivindicación por el pequeño Zamba) que podamos encontrar un antecedente de las políticas kirchneristas en materia de educación.

Esta representación suscitó quejas de ciudadanos. Funcionarios de la provincia de San Juan, como su ministro de Turismo y Cultura y la directora del Museo Casa Natal de Sarmiento, elevaron reclamos formales, argumentando que se presentaba a la figura histórica como alguien "histérico" y "sin razonamiento". Lejos de ofrecer algún tipo de disculpas, el ministro Sileoni validó esta especie de parodia, por llamarla de algún modo, al sostener que "Zamba es un personaje con una mirada de la historia en sintonía con la de millones de argentinos que habitan nuestra geografía, y que no dicen 'pastel' ni 'nevera'". Además de relacionar de manera algo extraña el legado sarmientino con los doblajes televisivos mexicanos, afirmó Sileoni que presentar a Facundo Quiroga como un amable académico interesado en la política y a Domingo Sarmiento como a un desaforado y prejuicioso racista "pone en valor la historia y a sus protagonistas, con sus matices y claroscuros".

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El Museo del Bicentenario, pensado como el gran aporte de los gobiernos kirchneristas a la interpretación histórica, se ocupó de sistematizar y reproducir prolijamente todos los prejuicios revisionistas sobre Sarmiento: en el material audiovisual que al menos hasta fines de 2015 estaba disponible para narrar la historia del país, las menciones a su figura se limitan a citar una frase despreciativa hacia los indígenas, a señalar su rol en "apoyo a los liberales (que) logran imponerse en las provincias" durante su presidencia, y a recordar que su noción de un país moderno se basaba en el modelo de los Estados Unidos (lo cual, dados los niveles de desarrollo relativo en ambos países, no parece demasiado descabellado) y a que su noción de civilización educativa remitía a modelos europeos (ídem). Se obviaba, en el relato cronológico de los logros de los presidentes argentinos, toda mención a la sanción de la Ley 1420, que, nada menos, mandó a la escuela pública a todos los niños del país. Insistimos: la gran revisión histórica bicentenaria habilitó un espacio para reproducir una frase racista de Sarmiento, pero ni un segundo para recordar que si todos, incluidos los niños de los pueblos originarios, sabemos leer y podemos escribir esa frase, es en buena medida gracias a sus ideas.

Es probable que los ataques y antihomenajes a Sarmiento sean parte de la explicación de por qué la educación en la Argentina nunca está al tope de la agenda política

Es probable que todas las tergiversaciones, los ataques y los antihomenajes a la figura de Sarmiento formen parte de la explicación de lo que sucedió con la educación en la Argentina: nunca está al tope de la agenda política, y no parecen abundar las ideas y las discusiones serias sobre qué hacer con ella y para qué sirve en realidad. Está claro que sí se habla de temas educativos, que se publican columnas y editoriales sobre el asunto, que se menta con emoción y cariño la escuela pública. No importa cuánta indiferencia le hayan ofrecido o cuánto daño contra la escuela pública hayan hecho distintas administraciones nacionales o provinciales, ni cuán invariablemente eduquen a sus propios hijos en establecimientos de gestión privada, los dirigentes políticos argentinos son, todos y cada uno, amantes públicos de la escuela pública. Pero los datos desalentadores no cambian y los jóvenes siguen abandonando el sistema o transitando por él sin adquirir los conocimientos necesarios: tal vez la decadencia de la educación argentina tiene que ver menos con el desinterés que con la mala praxis, producto de una pelea de muchas décadas contra quienes sí supieron cómo y para qué educar.

La escuela pensada por Sarmiento no involucraba una escuela secundaria abierta a los sectores populares, ni una universidad que incorporara a los hijos de los pobres. Pero en el siglo XIX esas ideas no estaban sobre la mesa. En lugar de rescatar los criterios sarmientinos del mérito, de la excelencia y de mirar al mundo con ánimo vanguardista en busca de los mejores ejemplos y modelos de gestión, para así descartar el elitismo y la discriminación por estrato social, predominó en el área educativa la noción exactamente inversa: aquellos y estos estaban indisolublemente unidos, y debían ser eliminados.

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