¿Sueñan los androides con robarnos los empleos?

En su nuevo libro “El auge de los robots”, el autor Martin Ford analiza el impacto de la automatización en el mercado laboral. Infobae publica un extracto

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La empresa china Foxconn ya anunció que prepara un plan de sustitución de 60.000 empleados por robots
La empresa china Foxconn ya anunció que prepara un plan de sustitución de 60.000 empleados por robots

En los años sesenta del siglo xx, Milton Friedman, premio Nobel de Economía, asesoraba al gobierno de un país asiático en vías de desarrollo. Lo llevaron a visitar una obra pública de gran magnitud y se sorprendió al ver que había una gran cantidad de trabajadores con palas y muy pocas excavadoras, tractores u otra maquinaria pesada para mover tierras. Cuando Friedman preguntó por la ausencia de maquinaria, el representante del gobierno a cargo de la obra le explicó que el proyecto se había concebido como un programa para generar empleo. La mordaz respuesta de Friedman se ha hecho famosa: "¿Y por qué no dan cucharas a los obreros en lugar de palas?".

El comentario de Friedman refleja el escepticismo de los economistas, y en ocasiones su desdén, ante el temor de que los robots destruyan los puestos de trabajo y creen un desempleo masivo a largo plazo. Históricamente, este escepticismo parece estar justificado. En Estados Unidos, y sobre todo durante el siglo xx, es indudable que el avance tecnológico siempre ha dado lugar a una sociedad más próspera.

Sin duda ha habido saltos (y grandes alteraciones) a lo largo del camino. La mecanización de la agricultura provocó el desempleo de millones de personas que tuvieron que emigrar a las ciudades industrializadas en busca de trabajo fabril. Más adelante, la automatización y la globalización hicieron que los trabajadores abandonaran el sector de la manufactura y buscaran nuevas alternativas laborales en el sector de
servicios. Uno de los problemas más frecuentes en estas transiciones era el desempleo a corto plazo, aunque nunca fue sistémico ni permanente. Se creaban nuevos empleos y los trabajadores en paro siempre encontraban nuevas oportunidades; es más, esos trabajos nuevos solían ser mejores, exigían más capacitación y estaban mejor pagados.

La gran mayoría de las personas cree que la automatización representa una amenaza para los trabajadores con capacidades laborales limitadas y pocos conocimientos, porque esos empleos tienden a ser rutinarios y repetitivos. Pero antes de asegurar algo así debemos pensar en la rapidez con que se mueve esta frontera. Hace poco, lo rutinario implicaba
estar en una cadena de montaje; pero hoy la realidad es muy distinta.

No cabe duda de que el trabajo poco especializado continuará viéndose afectado, pero también lo estarán muchos puestos directivos que han sido exclusivos de titulados universitarios que están a punto de darse cuenta de que sus trabajos se encuentran en la cuerda floja frente al avance de la automatización y los algoritmos predictivos.

El hecho es que realizar un trabajo "rutinario" no lo hace más o menos vulnerable frente al avance tecnológico. La fragilidad laboral radica en la "predictibilidad". Pensemos en un trabajo que cualquier persona pueda aprender mediante un estudio detallado de lo que hace otra persona. ¿Alguien sería capaz de realizar nuestro trabajo con eficiencia si estudiara un registro detallado de las actividades que realizamos, o si repitiera esas actividades cada día como si estuviera practicando para presentarse a un examen? De ser así, es muy probable que un algoritmo aprenda algún día a hacer nuestro trabajo o parte de él. Esto es posible gracias al desarrollo de la tecnología de macrodatos: hoy en día, las organizaciones reúnen cantidades ingentes de información sobre casi todos los aspectos de sus operaciones, incluyendo los trabajos y tareas que realizan los empleados. Esta información se almacena a la espera del día en que el algoritmo de aprendizaje de una máquina inteligente empiece a hurgar en los registros dejados por sus predecesores humanos.

La conclusión de todo esto es que adquirir más capacidades o más títulos académicos no nos protege necesariamente de la automatización del trabajo. Pensemos, por ejemplo, en el trabajo de los radiólogos, unos médicos especializados en la interpretación de imágenes clínicas que deben estudiar muchos años después de acabar secundaria. Sin embargo, los ordenadores son cada día mejores analizando esas imágenes.

Es muy fácil imaginar que un día no muy lejano la radiología será un trabajo realizado casi exclusivamente por máquinas. En general, los ordenadores son cada vez más eficientes al realizar actividades muy diversas, sobre todo si se les suministra una gran cantidad de información. Por ejemplo, los salarios de los universitarios recién titulados han ido disminuyendo, y más de la mitad se ven obligados a realizar trabajos para los que no se necesita un título. De hecho, como demostraré en este libro, muchos empleos para profesionales cualificados —incluyendo abogados, periodistas, científicos y farmacéuticos— se han perdido a causa del avance de la tecnología de la información.

Y no son los únicos. La mayoría de los trabajos son rutinarios y predecibles en alguna medida, y son muy pocas las personas contratadas para llevar a cabo tareas verdaderamente creativas.

Cuando las máquinas se encarguen de estas tareas rutinarias y predecibles, los trabajadores se enfrentarán a un reto sin precedentes al intentar adaptarse. En el pasado, la automatización tecnológica estaba relativamente especializada y afectaba a un sector laboral en particular. Con todo, los trabajadores de ese sector podían trasladarse a otra industria que estuviera emergiendo en ese momento. Hoy en día, la situación es totalmente diferente. La tecnología de la información se aplica en todos los campos y su impacto se dará en todos los sectores.

Portada de “El auge de los robots”, de Martin Ford (Paidós)
Portada de “El auge de los robots”, de Martin Ford (Paidós)

Prácticamente todas las industrias reducirán el número de trabajadores cuando incorporen la nueva tecnología, en una transición que podrá darse con rapidez. Las industrias que aparezcan también incorporarán desde su creación suficiente tecnología punta para evitar la contratación de muchos empleados. Por ejemplo, empresas como Google y Facebook, que tienen ventas millonarias y abarcan mercados masivos, tienen muy poco personal en relación con su tamaño y su influencia mundial. Podemos suponer que cualquier tipo de industria que se cree en el futuro actuará de la misma manera.

Esto indica que nos dirigimos a una transición que someterá a la sociedad y a la economía a una gran presión. Hoy, la mayor parte de la orientación que se ofrece a trabajadores y estudiantes que se preparan para incorporarse al mercado laboral está obsoleta. La cruda realidad es que, en la nueva economía, la gran mayoría de la gente hará lo que se espera que haga —estudiar una carrera, especializarse, hablar varios idiomas, etcétera— para buscar un trabajo estable y, sin embargo, no lo encontrará.

Más allá del impacto potencialmente devastador que tendrán a largo plazo el desempleo y el subempleo para los individuos y para la sociedad, la economía también pagará un precio muy alto. El círculo virtuoso entre productividad, incrementos salariales y aumento del gasto de los consumidores, se romperá. El efecto positivo de la retroalimentación que se da entre estos tres aspectos económicos ya se ha visto muy mermado: hoy nos enfrentamos a una desigualdad que, además de salarial, también se da en el consumo. Casi el 40% del consumo se debe al 5% de la población, y la tendencia es que este porcentaje de la población disminuya aún más. El trabajo remunerado sigue siendo el principal mecanismo por el que los consumidores obtienen poder adquisitivo. Si este mecanismo se continúa erosionando, nos enfrentaremos al hecho de que no habrá suficientes consumidores para sostener el desarrollo de nuestra economía de mercado.

Esta claro que el avance de la tecnología de la información nos está llevando a una economía que dependa menos de la mano de obra, aunque puede que esta transición no sea necesariamente uniforme o predecible. Dos sectores concretos han opuesto una especial resistencia a este proceso cuyos efectos ya se notan claramente en la economía general: los sectores de la enseñanza superior y de la sanidad. Lo irónico es que la incapacidad de la tecnología en transformar esos sectores podría amplificar sus consecuencias negativas en otras direcciones, porque los costes de la sanidad y la educación son cada vez más gravosos.

Naturalmente, el avance tecnológico se combinará con otros retos sociales y medioambientales, como el envejecimiento de la población, el cambio climático y el agotamiento de los recursos naturales. Con frecuencia se cree que la jubilación de la generación del baby boom tendrá como consecuencia una reducción de la población laboral que compensará el impacto de la automatización. En general, la rapidez en la innovación
se entiende como una fuerza compensatoria con el potencial de minimizar e incluso invertir la presión a la que sometemos el medio ambiente. Sin embargo, veremos que muchas de estas suposiciones tienen una base muy endeble, y está claro que este tema es mucho más complicado. En efecto, la cruda realidad es que si no reconocemos las consecuencias del avance tecnológico y no nos adaptamos a ellas, puede que nos acabemos enfrentando a una "tormenta perfecta" donde los impactos de la creciente desigualdad, el desempleo tecnológico y el cambio climático se sentirán al mismo tiempo, amplificándose y reforzándose entre sí.

En Silicon Valley, la expresión "tecnología disruptiva" se usa casi sin pensar. Nadie duda de que la tecnología tiene la capacidad de acabar con industrias enteras y de alterar profundamente unos sectores concretos de la economía y del mercado laboral. Pero el interrogante que me planteo tiene un alcance aún mayor: ¿puede la aceleración tecnológica trastocar la totalidad de nuestro sistema, hasta el punto de hacer necesaria una reestructuración fundamental para que la prosperidad se mantenga?