Los días de Amado Boudou en la cárcel: la foto de Mauricio Macri, el pedido a sus compañeros de pabellón y los partidos de fútbol con Núñez Carmona

El libro “Prisioneros” revela la estadía del ex vicepresidente en prisión, quien pasó 650 mañanas y noches en el penal de Ezeiza. Aún espera el fallo de la Cámara de Casación para saber si debe regresar

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Amado Boudou permanece con prisión domiciliaria
Amado Boudou permanece con prisión domiciliaria

La Justicia aún no resolvió si Amado Boudou, ex presidente de la Nación, debe o no regresar a prisión. A principios de diciembre de 2020, la Corte Suprema de Justicia confirmó su condena por el caso Ciccone y quedó a un paso de regresar a prisión.

Sin embargo, Boudou, quien se encuentra en arresto domiciliario desde abril del año pasado, reclamó sostener dicha condición con el propósito de priorizar el bienestar de sus hijos. El juez federal Daniel Obligado ordenó que regresara a la cárcel, aunque solo cuando su decisión quedara firme, es decir, sin margen de apelaciones. La apelación a su fallo ya fue presentada por la defensa.

En tanto, el economista logró reducir 10 meses de su condena debido a los cursos y estudios que realizó durante su detención, la cual se efectivizó el 3 de noviembre de 2017, cuando salió esposado de su domicilio en el edificio Madero Center.

La estadía de Boudou en la cárcel fue narrada hasta su punto más íntimo en el libro Prisioneros (Galerna), una serie de crónicas carcelarias que las periodistas Lucía Salinas y Lourdes Marchese publicaron tras conocer en profundidad los días de un grupo políticos, ex funcionarios y diversas personalidades que estuvieron tras las rejas.

A continuación, un extracto del capítulo protagonizado por Boudou en el libro Prisioneros:

"Prisioneros", el nuevo libro de Lucía Salinas y Lourdes Marchese
"Prisioneros", el nuevo libro de Lucía Salinas y Lourdes Marchese

El rechinar de la reja oxidada quedó vibrando unos segundos en el aire, mientras la inmensa verja de barrotes verduzcos comenzaba a abrirse. A sus espaldas se cerró con fuerza y lo sobresaltó apenas. Quedó en la absoluta soledad en aquel espacio de más de dieciocho metros de largo. El primer paneo le devolvió lo inevitable: un lugar mugriento y cucarachas que, ante su presencia, huyeron en diferentes direcciones.

Había una heladera oxidada y en pleno desuso en medio de aquel sitio. Todo era abandono. Contándolas rápidamente, determinó que en frente tenía quince celdas. Podría haber elegido, o dejar al azar, la elección de su lugar, pero ya estaba predeterminado. Algo resultaba extraño en aquella escena, le habían mostrado una lista con seis personas que debían estar alojadas ahí, en el módulo B, pero solo estaba él, inaugurando de alguna manera ese recinto. Fue el primer ex vicepresidente acusado de corrupción en pisar una cárcel federal. (...)

Con los días lo supo, pared de por medio estaba Núñez Carmona, pero durante ese tiempo no pudo hablar con él. Aquella circunstancia era la que le causaba cierto dolor, la relación con su amigo de toda la vida, con su socio, era, para la Justicia, una relación diseñada para cometer ilícitos.

(...) Estaba por iniciar la séptima noche en el HPC cuando, pasada la medianoche, la puerta principal se abrió y los guardias comenzaron a abrir las celdas una a la vez. La orden que escuchó fue a los gritos: “Preparen el mono, vamos, preparen el mono”. Los policías que ingresaron iniciaron el traslado interno. Ató una sábana, en la que envolvió todo lo que tenía, que tampoco era demasiado, y lo cargó al hombro. (...)

“Amado Boudou, revise esta lista por favor”, le dijo uno de los policías a cargo del procedimiento. En ese papel que le acercaron figuraban al menos seis nombres. “¿Conoce a algunas de estas personas?”. La respuesta fue negativa. El interrogatorio continuó: “¿Tiene algún problema con alguna de estas personas?”. Después de unos segundos de silencio, dijo, sonrisa de por medio: “Le acabo de decir que no conozco a ninguno de esos hombres. Cómo puedo tener algún problema con desconocidos”. La mirada del personal penitenciario no le devolvió el tono casi jocoso de aquel planteo. Lo siguiente fue una orden en un tono mucho menos amigable: “Bueno, firme acá. Como no tiene problemas con nadie, va a ingresar a este pabellón”. Era el pabellón B. Le proporcionaron un colchón que él mismo cargó.

(...) Con todo, dejó sobre la cama el colchón y, cuando su vista giró hacia la pared derecha, observó una imagen pegada. Era la página de una revista con la imagen de Mauricio Macri y Juliana Awada en la quinta de Olivos. La arrancó de un tirón. Una cucaracha fue testigo de la escena (...).

(...) Entonces, de jogging, que fue su principal vestimenta, se acercó a la enorme reja de barrotes verduzcos, y se dispuso a aguardar. Los vio a lo lejos, sin identificar a nadie en particular. Sus compañeros de pabellón avanzaban en fila india. Se puso en la puerta principal de acceso y uno a uno les dio la bienvenida, como si fuera el anfitrión de aquel mugriento y maloliente lugar. “Qué tal, buenas noches, yo soy Boudou”, pronunció con la mano extendida, despertando la simpatía de aquellos internos.

El primero en encontrarse con el ex vicepresidente en el acceso al pabellón B fue Mini, un narcotraficante colombiano. Después ingresó el Coronel, misma nacionalidad y delito. Después Matías Faubel, acusado por contrabandear dos toneladas de cocaína líquida. Como si fuera un maestro de ceremonia de un extremadamente peculiar evento, al próximo al que le dio la bienvenida fue Jorge Chueco, el ex abogado de Lázaro Baéz. Finalmente, ingresó Jesús, un mexicano que cayó por una red de contrabando de estupefacientes. Esos eran todos. Cuando el último estuvo adentro, la reja, una vez más, oxidada, rechinante, se cerró. El “show de la reja”, como solía decirle. Comenzaba otra etapa. Parecía la casa de Gran Hermano, no solo por el modelo de panóptico propio de esa prisión, sino por la convivencia forzada.

Boudou, en unos de sus traslados hacia el penal de Ezeiza
Boudou, en unos de sus traslados hacia el penal de Ezeiza

Boudou tenía claro que necesitaba concertar un acuerdo de convivencia, una suerte de contrato con desconocidos. Les pidió a sus compañeros de pabellón que se reunieran alrededor de lo que simulaba ser una mesa. Nadie se opuso. El silencio reinó hasta que él habló: “Voy a ser claro. Para desgracia de ustedes, cayeron a este pabellón, donde vamos a ser más controlados y vigilados que en otros. Yo voy que tener una conducta impecable, por lo que les voy a pedir que cumplamos todas las reglas. En este pabellón, ni celulares ni drogas”. (...)

Hizo de su celda una suerte de refugio. Su día se dividía entre horas de lectura, momentos musicales y películas. Para conjugar todo eso, escribió notas pidiendo autorización ante las autoridades del Servicio Penitenciario Federal, que otorgaba un papel que llamaban “la tenencia”, es decir, la potestad sobre el reproductor de DVD de quince pulgadas y otros objetos. Así, “tenencia” en mano, el DVD se incorporó a los pocos elementos que había en su celda. (...)

Pero el ex vicepresidente y sus compañeros de pabellón tenían una organizada rutina que les hacía todo más llevadero. En ella, el ejercicio físico y el fútbol eran indispensables. Aunque los muros se imponían, sus cuerpos, que tenían la necesidad de moverse, se negaban a ser parte de la inercia. “Vamos todos al SUM que empezamos”, se escuchaba cada mañana gritar al Coronel, el responsable del ejercicio matutino. Como si se tratara de un entrenamiento militar, no tenía piedad durante esa hora de ejercicio. Durante la tarde, y al comienzo solo dos veces a la se mana, autorizaban a los pabellones A y B a salir al reducido patio. Desde ahí podían ver una porción del cielo, aunque obstruida por edificaciones de la misma cárcel, y disfrutar de un poco de aire libre. Contaban con una cancha de fútbol cinco, en la que Boudou jugaba contra su amigo José María Núñez Carmona. (...)

(...) Una tarde se encontró con Carlos Zannini. Después de saludarse amablemente, ingresaron al lugar que lindaba con el pabellón B. Separados por unos pocos metros, pasaban la tarde charlando a media voz, buscando un poco de privacidad, algo imposible en ese lugar. Un grito unánime alteró la tranquilidad de la tarde, y Boudou demoró unos segundos en darse cuenta de que se dirigía a él. “Te vas, vice. Te liberaron”. El barullo provenía del pabellón B, donde sus compañeros veían la noticia en televisión.

Era el 12 de enero de 2018. Ya había “celebrado” sus primeras fiestas en prisión, ya sabía que su esposa Mónica esperaba mellizos, ya conocía la vida carcelaria, ya había adoptado una rutina dentro de aquellos muros, pero, después de casi tres meses, le habían dictado la excarcelación. No festejó —aunque no pudo evitar alegrarse— porque muy internamente sentía que aquello era transitorio, y no se equivocaba.

(...) Ese desenlace llegó el 7 de agosto de 2018, cuando el Tribunal Oral Federal 4 (TOF 4) leyó la sentencia. Esa mañana, antes de ir hacia Comodoro Py, le dijo a Mónica que había una gran probabilidad de que esa misma tarde volviera a prisión. Sus hijos tenían la misma cantidad de tiempo que él en libertad, siete meses y un poco más. La lectura, que inició a las 14:30, no demandó más de diez minutos. A Boudou lo condenaron por cohecho pasivo y negociaciones incompatibles. Inmóvil, continuó escuchando la condena contra su amigo, Núñez Carmona, a quien sentenciaron a cinco años y medio de prisión. Después de siete meses, debían volver a la cárcel. Esa tarde no hubo papelerío. Se cambiaron de ropa, y cumplieron con el protocolo de seguridad y traslado, que ya conocían. Minutos después, fueron subidos al móvil del Servicio Penitenciario para iniciar una ruta que ya habían transitado. La sospecha de Boudou se había confirmado. (...)

(...) Entre talleres, partidos de fútbol y asesoramientos financieros, el tiempo avanzaba, pero no llevaba la cuenta de cuántos días acumulaba como recluso. Después de la condena por el caso Ciccone, en diciembre de 2018 le concedieron el arresto domiciliario (con una tobillera), previo pago de una fianza de 90 mil pesos, que varios compañeros de militancia contribuyeron a abonar. Como todo resultó bastante repentino, su esposa tuvo que regresar de México. De haber sabido lo que esa condición iba a durar, no lo habría hecho.

El 18 de febrero de 2019, la Cámara de Casación —máximo tribunal penal— ordenó que volviera a la cárcel. Por tercera vez iba al penal de Ezeiza. Cuando habla de esas tres estadías, se ríe, como quien busca mitigar todo el recuerdo desagradable de lo que representa vivir en prisión. Defiende, inclaudicable, su inocencia. La Justicia lo acusó por corrupción, pero él habla de causas armadas y de persecuciones políticas

(...) Considerando las tres estadías, vivió 650 días en el penal de Ezeiza. No tiene la certeza de que no regresará, pero elige no enfocarse en eso. Sus días transcurren puertas adentro. Estudia Ciencia Política, y no descarta cursar la carrera de Historia. En su reconstrucción política, alejado de algunos personajes, siempre vinculado con otros, considera que la prisión lo reivindicó, pero no desconoce que para parte de la sociedad se transformó en un ícono de la corrupción K. La virtualidad es el modo de concretar sus proyectos fuera del penal. Sigue privado de su libertad, pero en otro contexto. El 1 de junio de 2024 habrá cumplido la pena impuesta. Sigue tras unas rejas menos visibles, pero palpables al fin: aún es un prisionero.

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