Horacio Rodríguez Larreta suele calzarse el traje de enfermero y se sube a su ambulancia para recoger heridos. Lo hizo siempre, pero sobre todo en los últimos años, cuando la llegada de Cambiemos al poder aisló a los principales funcionarios de la humildad necesaria para contactarse con quienes integran el "círculo rojo", es decir, los que no hay que escuchar porque forman parte del pasado, la vieja política, los que nunca entienden. Son infinitos los casos que tienen al jefe de Gobierno de la Ciudad como "celestina" en desencuentros diversos. En los últimos días, Infobae conoció tres.
El primero es más obvio, porque pertenece a su propio distrito. Apenas enterado de que la diputada porteña Natalia Fidel dejaba el espacio Eco, que lidera Martín Lousteau, le escribió un WhatsApp para saber cómo se sentía y la invitó a caminar, para mantener una charla más cercana.
El segundo tiene que ver con la provincia de Buenos Aires. Un dirigente del PRO con posibilidades reales de ganar en su distrito del Conurbano, hoy en manos del peronismo, le comentó que veía a María Eugenia Vidal cada vez más lejana, sobreprotegida por su entorno. A los quince días, la gobernadora invitó a almorzar su despacho a los "sin tierra", el grupo de candidatos a intendentes en la primera y tercera sección electoral que aspira a destronar a los barones peronistas.
El tercero demuestra la capacidad de Rodríguez Larreta para torcer los ánimos más retobados. Si hay un mal vínculo en la política argentina es el que se tienen Marcos Peña y Sergio Massa, agua y aceite, imposibles de mezclar.
El jefe de Gobierno de la Ciudad, en cambio, tiene reuniones esporádicas con el líder del Frente Renovador. No es el único, claro. Hay otros funcionarios de áreas claves que tienen encomendada la tarea de reunirse quincenal o mensualmente con Massa. Pero nunca tuvo un encuentro con el jefe de Gabinete desde que llegó a Casa Rosada, como si evitara "contaminarse", hasta que se produjo el encuentro que se realizó en las oficinas del FR sobre avenida Libertador.
Ese encuentro no fue del todo bueno, pero el primer resultado de esa distensión ya se produjo. Mauricio Macri viajó a la asunción del nuevo presidente paraguayo, Mario Abdo Benítez, con una delegación parlamentaria integrada por cuatro diputados (Cornelia Schmidt-Lierman, Graciela Camaño, Diego Bossio, Mario Negri, Martín Lousteau y Álvaro González) y un senador (Humberto Schiavoni). También el gobernador de Salta, Juan Manuel Urtubey, formó parte de la representación argentina e incluso pudo volver en el avión presidencial. El jefe del bloque de Unidad Ciudadana, Agustín Rossi, decidió bajarse a último momento.
Por lo que trascendió, Rodríguez Larreta había planteado en la mesa chica del Gobierno la desazón que le provocaba a la oposición que Macri no concurriera a los viajes protocolares acompañado por miembros del Poder Legislativo como lo hicieron otros presidentes de la democracia como Raúl Alfonsín, que aprovechaba esos traslados para compartir diálogos informales con políticos de los distintos partidos.
Abrirse a lo distinto, reconocer las necesidades políticas de los otros y no solo las propias, mostrar apertura institucional en la Argentina, pero sobre todo en el exterior, es una cuenta pendiente del Gobierno. Es verdad que Cambiemos arrancó más abierto, pero no hubo posibilidad de lograr un marco de acuerdo sostenido con la oposición en medio de las urgencias. Gestión o política fue desde el comienzo el dilema de Macri. Rodríguez Larreta siempre será el enfermero que se encargue de subir la política a la gestión.