Espionaje, rumores sexuales y operaciones: la increíble guerra por la capilla de Olivos

En su nuevo libro, la reconocida periodista y escritora Soledad Vallejos cuenta la historia de la residencia presidencial y todos sus secretos. Aquí, un extracto sobre la "guerra política" que se libró por el control de su capilla durante la convulsionada década del 70

Compartir
Compartir articulo
infobae

Desde hace tiempo el lugar está en desuso. Los Kirchner no lo usaban; la familia Macri tampoco tiene la costumbre de buscar a Dios aquí. Es un espacio limpio, cuidado, pacífico, pero que hoy no tiene vida. Y, sin embargo, por esta capilla se libró una guerra política. Asordinada, plagada de zancadillas más o menos diplomáticas, con actores inesperados pero guerra al fin.

Hace años, en este espacio íntimo a la fuerza, el cuerpo de Perón esperó el momento de su destino (casi) final. Había llegado desde el Congreso de la Nación, donde lo velaron multitudes. Todavía Isabel y López Rega no habían terminado de preparar la cripta donde planeaban que reposara el cuerpo del general hasta que fuera una realidad el monumental Altar de la Patria, en la avenida Figueroa Alcorta. Dos años antes, bajo la luz que entraba por los vitrales coloridos —parecidos a los que hay ahora, pero otros, ya rotos, cambiados, idos con los años—, Lanusse había escuchado misas cuando todavía creía conjurado el peligro del peronismo y asegurado su propio rincón en el poder.

También acá, entre estas paredes de ladrillos pintados de blanco y con estilo de quinta de clase media de los años 70, fue despedido Carlitos Menem. Horas antes, él y su amigo Silvio Oltra habían subido a un helicóptero a trescientos metros de allí, en el helipuerto de la Residencia; Junior había tomado el mando del aparato. Luego llegó la noticia de la caída en Ramallo, que hizo salir al presidente de urgencia desde la Casa de Gobierno, el llanto inconsolable de Zulema Yoma, que pronto empezó a desconfiar de la versión del accidente.

Poco después de la tragedia, que paralizó al gobierno en plena campaña por la reelección presidencial, el cuerpo de Junior estaba en la capilla. Faltaban horas para que fuera trasladado hasta el cementerio islámico de San Justo. El presidente se despedía una vez más de su —hasta entonces— único hijo varón reconocido; lo acompañaban algunos amigos.

En la puerta de la capilla se agolpaban los trabajadores de la Residencia. Estaban todos, y en sus rostros compungidos se notaba que también ellos iban a extrañar a Carlitos. El joven era tan parecido a su padre y tenía un trato tan llano con ellos, que no podían no adorarlo. Mientras esperaban la salida del presidente, alguno pensó que ya no iba a escuchar el rugido de las motos que el joven probaba en el parque, el saludo campechano "¡jefe!" gritado al pasar. Menem salió, se detuvo ante ellos. Dijo:
—Gracias por estar acá. Ustedes son ahora mi familia.

De las paredes cuelgan estaciones del Vía Crucis pequeñas, doradas. Entre ventanales de vidrios opacos que filtran luz azulada, una imagen enmarcada recuerda un Cristo crucificado; otra, un retrato de Ceferino Namuncurá. Hay una talla de la Virgen de Luján no tan pequeña, una pintura de la Inmaculada Concepción con algo de ícono griego. A un lado del altar, un cirio altísimo vela por el atril para las lecturas de las homilías; los escoltan una bandera argentina y otra vaticana. Tras la sencillez de dos sillas franciscanas, impacta la luminosidad azul de una pared compuesta enteramente por un gran vitral: un cielo que tiene, en lo alto, un sol dorado en el que brillan los objetos de la eucaristía; esa pared de vidrio trabajado puede descorrerse por completo cuando es necesario oficiar misas de campaña y usar el parque para la feligresía. A la derecha del altar, entre los reclinatorios tapizados con la misma pana colorada que recubre los asientos de las cuatro filas de bancos, una gran cruz plateada preside la estancia.

El pequeño lugar sagrado está en la cima de la barranca, a no más de doscientos metros del chalet. A un lado del acceso, una placa opacada por los años recuerda: "Capilla Nuestra Señora de la Merced. Esta capilla fue solemnemente bendecida e inaugurada el día 22 de diciembre de 1972".

Antes, en la Quinta solo existía la capilla Nuestra Señora de Luján, de dimensiones tan reducidas que más parecía un oratorio. Durante la breve presidencia de Illia, la Primera Dama Silvia Martorell se las había ingeniado para armar una pequeña capilla propia, pero la iniciativa no sobrevivió al derrocamiento de su marido. La capilla dedicada a la Virgen de Luján era una construcción modesta, destinada originalmente a velar por la salud espiritual del Regimiento de Granaderos, ubicado a su vera. Allí, cada domingo, los soldados rezaban ante un capellán castrense; la costumbre se continuó luego en la capilla presidencial.

La primera vez, el presidente no fue. En su lugar, en primera fila y acompañada por algunas personas de confianza, estaba la Primera Dama. Era todo lo piadosa que podía ser, pero además tenía el don de la amabilidad para con la gente que rodeaba a su marido. Por eso, antes de que la misa comenzara, María Lorenza Barreneche de Alfonsín se había acercado al joven cura que el obispo Jorge Casaretto, a cargo de la diócesis de San Isidro, había designado para atender la salud espiritual del presidente. "Lo va a tener que disculpar, padre; Raúl tiene unas reuniones impostergables", explicó Barreneche. El sacerdote respondió con cortesía y algo livianamente, para restar tensión: "No se preocupe, señora, yo voy a dar misa de todos modos". Y procedió con la homilía tal como indicaba la liturgia de la fecha. Al terminar la celebración, Carlos Franzini, un treintañero que había sido ordenado sacerdote siete años antes, se retiró. Una semana después, la escena se repitió. Poco antes de las 11 de la mañana, cuando Franzini había terminado de disponer en el altar todo lo indispensable para el oficio dominical, Barreneche se acercó y volvió a excusar al presidente. "No hay ningún problema, señora", replicó el cura. Y prosiguió.

infobae

Al tercer domingo, Franzini llegó preparado para que la situación se reiterara. Pero se sorprendió cuando, en lugar de Barreneche, vio llegar al presidente, puntual y presuroso. "Va a tener que disculpar a María Lorenza, padre, a veces sufre insomnio por las noches y solo concilia el sueño cuando es de día", dijo Alfonsín, y se ubicó en uno de los bancos.

Franzini pronto se convirtió en "el padre Carlitos". Algunos domingos, al fin de la misa, participaba de los grandes almuerzos de los Alfonsín: mesas enormes, en las que los seis hijos del presidente y el tropel que conformaban sus nietos alternaban con integrantes de la mesa chica del gobierno y con familiares en distintos cargos de responsabilidad oficial (el tío de Alfonsín, Antonio Foulkes, era el intendente de la Quinta; su hermano Guillermo, jefe de la Secretaría Privada), pero también con invitados que ese día, por motivos de la coyuntura, habían mantenido alguna reunión con el presidente. Por las celebraciones religiosas pasaron íntimos de la gestión, gremialistas, funcionarios, amigos, invitados extranjeros.

En los tiempos urgentes de la primavera democrática, y en especial a partir de 1985, el año en el que Franzini se hizo cargo de la capilla presidencial, no había descansos. En el verano, tras la salida de Bernardo Grinspun del ministerio de Economía, Juan Vital Sourrouille y un equipo habían empezado a aprovechar la discreción de la Residencia para mantener reuniones secretas y misteriosas que desembocarían en el anuncio del Plan Austral. En marzo, Alfonsín contrarió al presidente norteamericano Ronald Reagan —que pedía apoyos para la intervención militar en Centroamérica— durante un acto en los jardines de la Casa Blanca. A fines de abril comenzaron las audiencias del Juicio a las Juntas, cuyas jornadas resultaban tan conmocionantes que la televisión se limitaba a transmitir sus imágenes sin audio. Todo resonaba en los domingos de Olivos.

Alfonsín no solo se hacía acompañar en algunas celebraciones religiosas por el joven Enrique "Coti" Nosiglia aún antes de convertirse en ministro del Interior, el senador radical Edison Otero, líderes sindicales varios con quienes el presidente se reunía para no perder el pulso de cómo repercutía la gestión en el mundo gremial. Funcionarios y nombres políticos comulgaban, literalmente, en compañía de algún conscripto destinado al Regimiento de Granaderos, algún empleado técnico de la Quinta, y Adela, una enfermera empleada en Sanidad a quien el cura Franzini estimaba porque era piadosa y la veía preocupada por vivir el cristianismo cada día.

Cuando podía quedarse a almorzar, Franzini participaba del debate político como uno más. No importaba su pertenencia al universo eclesiástico, ni su corta edad —a fin de cuentas, aunque él se considerara "un curita" inexperto, tenía la edad de Nosiglia—, tampoco nadie se había preocupado por indagar acerca de sus simpatías políticas partidarias. Simplemente estaba integrado. Para el entorno presidencial alcanzaba con que el arzobispo Casaretto lo hubiera designado. El joven sacerdote era la mano de derecha de monseñor, quien le había recomendado ejercer con toda la responsabilidad posible su papel, en un trance tan particular: por primera vez desde la inauguración del templito presidencial, la capellanía de la Quinta estaba a cargo de una diócesis civil y no de un vicariato castrense. La diferencia no era menor, a tal punto que ese cambio había sido resuelto en el Vaticano y a pedido del propio Alfonsín.

Antes de Franzini, el responsable de la capilla presidencial era el cura Francisco Pablo Casella. Había llegado después de marzo de 1976, tras el golpe militar y la asunción de Jorge Rafael Videla como presidente de facto. Casella era el protegido del obispo Victorio Bonamín —provicario castrense—, que había impulsado rápidamente su designación para no dejar sin atención espiritual a los soldados de la Quinta. La cúpula eclesiástica apoyaba el proyecto de la dictadura, y el acompañamiento religioso debía ser explícito, cotidiano, reconfortante.

LEER MÁS: La historia de Olivos: del tigre de Perón a la noche en que la policía abandonó a De la Rúa

La constitución del obispado castrense había sido un logro de la Iglesia durante la Revolución Libertadora. En 1958, a un año de que el Estado argentino y el Vaticano firmaran el Acuerdo sobre Jurisdicción castrense y asistencia religiosa de las Fuerzas Armadas, el decreto 5924 estableció el reglamento para el flamante vicariato dedicado a los militares. Se trataba de un estamento religioso distinto a las tradicionales diócesis porque sus responsables, en lugar de tener jurisdicción territorial —como sucede con las parroquias barriales—, tenían una pastoral personal, con más autonomía y otra lógica de funcionamiento. La acción eclesiástica se ejercía sobre todos los militares, sin importar dónde se encontraran. El vicariato sirvió "para unificar criterios entre las tres armas", y su reglamento estipulaba que la tarea tenía distintos aspectos. Por un lado, tenía una faceta religiosa, porque los capellanes debían realizar las tareas comunes de todo sacerdote (dar misa, administrar los sacramentos, confesar fieles, catequizar); por otro, era una misión patriótica y educativa, porque debía "contribuir al mejoramiento y la formación moral" de los militares, para que las fuerzas armadas se convirtieran en "una escuela completa (…) de elevación ciudadana", lo que implicaba desarrollar "cariño a la institución". Por eso, la Iglesia consideraba que la capilla de Olivos era un espacio clave.

Tras la retirada de Lanusse y la brevísima presidencia de Cámpora, el capellán titular había sido Héctor Ponzo. No contaba con el favor de todas las voluntades eclesiásticas, pero Perón lo había considerado lo suficientemente confiable como para aceptarlo de confesor. Joven, de omnipresentes gafas negras, Ponzo fue quien le administró la extremaunción en su lecho de muerte y, también, quien pronunció el responso correspondiente ante su féretro, en agosto de 1974, cuando fue llevado a la cripta de la Residencia.

Poco después, hizo lo mismo ante los restos repatriados de Evita. Luego, el sacerdote permaneció en la Quinta, siempre cercano a Isabel Martínez, que en julio de 1975 pidió su designación oficial en la capilla. La viuda lo había heredado como última prenda de su marido. Ponzo era su confesor personal, pero también un interlocutor privilegiado de López Rega. Algunas versiones, sin embargo, aseguraban que la presidenta desconfiaba del capellán y que solo lo toleraba en un intento por no agitar aún más las aguas. Como fuera, con su misa en Olivos Ponzo cerraba filas en el gobierno; con el correr de los meses, sumó a ministros, legisladores y jefes de las Fuerzas Armadas a los bancos de fieles durante la liturgia.

Entre sotanas, sobre Ponzo se comentaban muchas cosas pero no eran buenas. Victorio Bonamín, el eterno auxiliar del vicariato en dos gestiones clave (como lo fueron la de Antonio Caggiano, quien estuvo a cargo del área desde 1959 hasta 1975, y la de Adolfo Tortolo,41 de 1975 a 1982), dejó algunos testimonios al respecto en las páginas que sobrevivieron de su curioso diario íntimo. Del elegido para el cuidado presidencial y de los militares cercanos a la primera magistratura, la curia sospechaba conflictos "morales" derivados de que, supuestamente, era gay y no del todo célibe. En al menos una ocasión, en agosto de 1975, por caso, Bonamín pidió a otro sacerdote que hiciera averiguaciones sobre el capellán de la Residencia; el informe del espía fue contundente: "confirma lo ya sabido". Pero si Ponzo tenía cintura para capear el espinoso terreno de la política, minado cada día más por la lucha armada, no era por su posible vida sexual, sino por su astucia a la hora de navegar en el mundo de los funcionarios. Los diarios, por ejemplo, le adjudicaban gestiones y capacidad de injerencia en designaciones ministeriales, o bien lo señalaban como emisario privilegiado entre una fracción del peronismo y el universo eclesiástico.

Una vez derrocada Isabel, Ponzo no logró continuar como capellán. Su superior, Bonamín, le tenía demasiada prevención como para intentar sostenerlo. No era el único. Ya en septiembre de 1975 los jefes militares desconfiaban de él. Casella, el sacerdote en quien la Iglesia iba a confiar la atención espiritual de los soldados poco después, había llevado versiones sobre la inconducta de Ponzo al obispo, que lo registró en su diario: "P. Casella ha oído que el propio Gral. Videla en acuerdo con el Alm. Massera pedirá a Mons. Tortolo la remoción del P. Ponzo. Hay rumores sobre su moral".

Este texto está incluido en el capítulo "La vida espiritual", del libro "Olivos. La historia secreta de la quinta presidencial", de Soledad Vallejos (Aguilar).

Últimas Noticias

Marcha universitaria federal, en vivo: las últimas noticias sobre la movilización del 23 de abril

En reclamo de más presupuesto para gastos de funcionamiento y salarios docentes, las autoridades de la UBA y las universidades nacionales convocaron a una manifestación masiva. La medida sumó apoyo del ámbito político y sindical
Marcha universitaria federal, en vivo: las últimas noticias sobre la movilización del 23 de abril

Día Internacional del Libro y del Derecho de Autor: ¿por qué se celebra hoy, 23 de abril?

Esta fecha conmemorativa resalta el papel crucial de estas obras en el desarrollo cultural y social, lo que evidencia un esfuerzo global por la promoción literaria
Día Internacional del Libro y del Derecho de Autor: ¿por qué se celebra hoy, 23 de abril?

En La Habana se acumula el equivalente a tres piscinas olímpicas de basura por día: “Se crean focos de infección e incendios urbanos”

El Observatorio Cubano de Auditoría Ciudadana enumeró en un informe los problemas que generan los residuos no levantados de las calles
En La Habana se acumula el equivalente a tres piscinas olímpicas de basura por día: “Se crean focos de infección e incendios urbanos”

Marcha universitaria federal: cómo serán los cortes en la movilización de este martes

La manifestación fue convocada para hoy a las 15.30. El punto de encuentro será la Plaza del Congreso y se dirigirán hacia Plaza de Mayo donde a las 18 comenzará el acto central
Marcha universitaria federal: cómo serán los cortes en la movilización de este martes

Decenas de manifestantes detenidos en las universidades de Yale y Nueva York por actos antisemitas contra docentes y alumnos

El presidente Joe Biden condenó el crecimiento del antisemitismo en las protestas, mientras que la Policía intervino para desmantelar una “zona liberada” antiisraelí y utilizó varios ómnibus para trasladar a los arrestados. Varias instituciones educativas tomaron medidas para contener la crisis
Decenas de manifestantes detenidos en las universidades de Yale y Nueva York por actos antisemitas contra docentes y alumnos
MÁS NOTICIAS