La bucólica vida de marchand de Ernesto "Nabo" Barreiro en Estados Unidos hasta que el pasado regresó a buscarlo

El represor condenado hoy vivió entre 2004 y 2007 en un pueblito de Virginia sin que nadie sospechara de su pasado

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Hace apenas nueve años, Ernesto "Nabo" Barreiro soñaba envejecer con ese horizonte de pastos verdes, tiernos, brillantes, que se divisaba desde las ventanas de su casa de dos plantas en The Plains, a unos 80 kilómetros de Washington DC.

Había llegado allí en 2004 para iniciar una nueva vida de marchand y talabartero sin que sus vecinos sospecharan nada de su tenebroso pasado. En la planta baja de la vivienda familiar de la calle Bragg funcionaba FB Art Gallery & Antiques, donde vendía artesanías asiáticas y cuadros de pintores latinoamericanos. A un par de cuadras, sobre la calle principal del pueblito de 200 habitantes, había abierto otra tienda, Pampa´s corner, que ofrecía monturas y otros productos de cuero importados de Argentina y pósters con motivos tangueros.

La casa de los Barreiro en The Plains, donde funcionaba su negocio de arte y antigüedades.
La casa de los Barreiro en The Plains, donde funcionaba su negocio de arte y antigüedades.

Barreiro tenía una clientela interesada en productos de nuestro país. Esa zona del norte de Virginia es uno de los principales centros de polo de Estados Unidos. En los alrededores de The Plains hay una treintena de canchas de primer nivel. Muchos compatriotas trabajan como petiseros y los jugadores argentinos de alto handicap llegan hasta allí para los torneos de verano.

El ex jerarca de La Perla y militar carapintada había huido del país justo antes de que se liberara una orden de captura en su contra, tras la anulación de las leyes de punto final y obediencia debida, y se convirtió en uno de los represores de la dictadura más exitosos en el plan de enterrar su pasado y comenzar una nueva vida. En las soleadas planicies de The Plains, el futuro se anunciaba venturoso.

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Pero los abogados de los familiares y víctimas de sus atrocidades en Córdoba obtuvieron una pista de que estaba en Estados Unidos y la Justicia solicitó su captura internacional. El domingo 1° de abril de 2007, la policía de Viginia tocó a su puerta y el pasado regresó como un tsunami que arrasó con aquella nueva vida bucólica.

Llegué a The Plains esa semana, enviado por el diario Clarín. El pueblo no salía de su estupor. "Desde que me enteré, estoy en shock", me dijo Lynn Wiley, la agente inmobiliaria que les había vendido a los Barreiro la casa de madera de dos plantas . "Son personas buenas, tranquilas, elegantes, ¡No lo puedo creer!", insistía.

"Son muy buena gente y, como dice la Justicia, para mí son inocentes hasta que se demuestre lo contrario", agregó Gomer Pyles, un escéptico regordete de barba blanca y pañuelo de colores sobre la cabeza, que había reparado un par de veces las computadoras de los Barreiro.

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La calle principal de The Plains, Virginia, donde tenía uno de sus negocios Barreiro.
La calle principal de The Plains, Virginia, donde tenía uno de sus negocios Barreiro.
 

Ni el "Nabo" ni su esposa solían hablar sobre su pasado en Argentina. Sólo Dennis Pryba, dueño del otro negocio de antigüedades del pueblo, decía tener un leve indicio: "Una vez, Ernesto me contó que había sido militar en su juventud. Pero no mucho más. Siempre hablamos de arte o de vinos, las cosas lindas de la vida".

En la casa de los Barreiro estaban las persianas bajas, pero se oían voces argentinas en su interior. Cuando toqué el timbre, la esposa del ex mayor del Ejército, Ana Delia Maggi, se asomó detrás del vidrio de la puerta principal, sosteniendo en su brazo izquierdo a Lulú, su caniche dorado. Le hablé en castellano pero me respondió en inglés: "No voy a hablar. Por favor, váyase. Está todo en manos de nuestro abogado, y prefiero no hablar", repetía. "Váyase, o tendré que llamar a la policía", me advirtió.

Unas semanas después lo vi finalmente a Barreiro en los tribunales de Alexandria. De pie, con un traje verde que llevaba en su espalda la leyenda "PRISONER", asistía a su primera audiencia ante un juez federal. Como suele pasar con los grandes criminales, su condena más expedita fue por una picardía menor: al completar la solicitud de visa para los Estados Unidos, había tildado donde decía que nunca estuvo detenido ni tenía causas pendientes en su país.

Ernesto “Nabo” Barreiro, durante el jucio en el que fue condenado en Córdoba (www.eldiariodeljuicio.com.ar)
Ernesto “Nabo” Barreiro, durante el jucio en el que fue condenado en Córdoba (www.eldiariodeljuicio.com.ar)

El juez lo mantuvo unos pocos meses en prisión antes de decidir su expulsión del país. El 30 de octubre de 2007, aterrizó en el Aeropuerto de Ezeiza. Al pie de la escalerilla lo esperaba el mismo uniformado al que había humillado 20 años antes, al pegarle una patada en el trasero cuando se marchaba de Campo de Mayo escoltando a Raúl Alfonsín, tras la negociación que puso fin al levantamiento carapintada de Semana Santa.

Altanero y sin remordimientos, durante el juicio que se le siguió en Córdoba, Barreiro se convirtió en el primer represor de la dictadura en señalar los lugares donde se habían enterrado los cuerpos de una veintena de desaparecidos. Volvió a pedir la palabra para su alegato final en el que prometió que pronto "nos verán a nosotros desfilar orgullosos junto al pueblo de nuestra querida Patria, y así las sombras tenebrosas del efímero relato serán borradas de la historia para siempre".

Estaba imputado por 228 privaciones ilegítimas de la libertad, 211 imposiciones de tormentos, 65 homicidios calificados, 13 tormentos seguidos de muerte y el robo de un menor de 10 años. La última pincelada del macabro óleo de su vida que intentó falsificar se pintó hoy: fue condenado a prisión perpetua.