Mauricio Macri y la oposición: el poder desgasta al que no lo tiene

Por Fabián Doman

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Mauricio Macri ya piensa en 2017 (Adrián Escandar)
Mauricio Macri ya piensa en 2017 (Adrián Escandar)

No por haber sido repetido hasta el hartazgo, el enunciado de Giulio Andreotti ha perdido exactitud: "El poder desgasta al que no lo tiene".

A 182 días de que Mauricio Macri haya asumido la Presidencia hay un simple interrogante que no se ha planteado: ¿Quién está peor hoy? ¿El gobierno o la oposición? Las respuestas pueden ser muchas, pero sólo pueden ser medidas en números, no en análisis voluntarios. Pese a los -ya señalados la semana pasada- errores del gobierno tanto en política como en economía con sus devastadoras consecuencias sociales, los sondeos de opinión tanto en lo cuantitativo como en lo cualitativo muestran un deterioro mayor del "gran espacio" opositor que del oficialismo. Y más aún, cuando en una proyección, sostenida tanto en la fantasía como en la realidad, y teniendo en cuenta que falta más de una año para la renovación parlamentaria, esos apoyos se traducen en números electorales nada desfavorables para el macrismo.

"Nuestro problema mayor no solo es la disparidad. Es no haber aprovechado el peor comienzo de un gobierno nuevo", dicen los legisladores del espacio "opoaliados" del sector justicialista en Diputados. Ese fenómeno no es desconocido en la política local: les pasaba a los opositores al menemismo y al kirchnerismo, hasta la conformación de Cambiemos.

El principal problema que enfrenta un periodista al hablar de la oposición a Mauricio Macri es definirla. El kirchnerismo, en su época de gloria, para llamar a lo "otro" hablaba de "opo deshilachada", definición que describía el pobre papel de los candidatos que enfrentaron a Cristina Elisabet Kirchner en 2011.

¿Quiénes son "la oposición" hoy en Argentina? ¿Pueden ubicarse en la misma bolsa a Sergio Massa, José Luis Gioja, Daniel Scioli y Cristina Kirchner? ¿Guillermo Moreno, Luis D'Elia, Diego Bossio, José Manuel De la Sota o Hugo Moyano son iguales? Claramente no. Y ese es el primer problema: la dispersión de esfuerzos y proyectos políticos. Que se vuelven más personales cuanto menor es el poder.

Las consultas siguen: Cuando Moreno compara a Macri con Videla, ¿es opositor u oficialista? Lo mismo corre para D'Elia. ¿Sabrán que son recontra funcionales a la estrategia macrista de mostrarlos como la cara de lo "otro? ¿Habrá algo mejor para el gobierno para ganar oxígeno que un paro salvaje convocado por Pablo Moyano? Bocatto di Cardinale para de Jaime Durán Barba.

Sergio Massa con Mauricio Macri juntos, durante el viaje al Foro de Davos
Sergio Massa con Mauricio Macri juntos, durante el viaje al Foro de Davos

Esto nos lleva a Cristina Kirchner. La ex Presidente se encuentra en la delgada línea entre callarse y otorgar, o hablar y homologar todas las políticas oficialistas. Algo está claro: si en algo coinciden las estructuras comunicacionales del macrismo y del kirchnerismo es en difundir lo que dicen figuras anti populares como la propia Cristina, Moreno o D'Elía, sin olvidarse de Moyano.

Y también es evidente la gran importancia que ciertas voces comunicacionales muy cercanas al gobierno le dan a las demoradas investigaciones judiciales contra el gobierno más corrupto de la historia -el kirchnerista-, hasta el colmo de olvidarse de hablar del presente. Exhibir a Lázaro Baez o Amado Boudou como las únicas caras opuestas al modelo macrista es una apuesta hasta ahora exitosa, pero que puede comenzar a cansar. Todos los gobiernos lo han hecho y lo harán. El de Macri no tenía por qué ser una excepción y menos teniendo en cuenta el tendal de corrupción que dejaron los K.

Las oposiciones cuando están divididas enfrentan más problemas. Los celos, los rencores y la necesidad de no perder vigencia juegan un rol fundamental. Los K saben perfectamente que cualquier aparición sólo favorece al gobierno y perjudica al resto de la oposición. Pero aquí la envidia lo tiñe todo: si mí sector opositor no puede volver al poder, que tampoco vuelva otro. Es preferible que siga el gobierno que está. Ese razonamiento es el que los peronistas, hoy a la intemperie política, no le perdonan a Cristina: que haya hecho poco y nada para impedir el triunfo de Macri.

Formalmente, hoy la oposición es el peronismo que abarca un amplio abanico que arranca en los hijos de la nostalgia K, sigue en el FpV oficial y el bloque homónimo en el Senado, en la bancada PJ en Diputados y en el indescifrable Frente Renovador. Estuvieron juntos hasta la reelección de CFK en 2011. En los últimos 4 años esa coalición que en vida había armado Néstor Kirchner se fue desgajando.

Rosana Bertone, Daniel Scioli, José Luis Gioja, Leonardo Nardini y Lucía Corpacci, referentes del PJ (Télam)
Rosana Bertone, Daniel Scioli, José Luis Gioja, Leonardo Nardini y Lucía Corpacci, referentes del PJ (Télam)

Desde el punto de vista individual, la figura política opositora más importante, atractiva y reconocida es Sergio Massa. Él se define como jefe de la oposición y en términos históricos se mueve como Carlos Menem en los primeros años del gobierno alfonsinista: apoyar las medidas populares del macrismo, tomar distancia de otras, desaparecer del escenario durante semanas y muy eventualmente criticar duramente a Macri. Sólo Dios sabe por qué Massa, aun en plena campaña electoral 2015, se cuidó tanto de criticar seriamente a Macri.

¿Admiración? ¿Miedo escénico? ¿Un entorno de amigos muy anti K que lo obnubila con la polaridad Macri- K? Gran misterio.

A diferencia de aquel Menem, sin más resortes institucionales que la gobernación de La Rioja, Massa tiene treinta diputados nacionales y un número de legisladores bonaerenses muy necesarios para la gobernabilidad de María Eugenia Vidal. Esto a Massa lo fortalece y lo debilita al mismo tiempo. Por un lado es un referente obligado para la negociación de cualquier proyecto parlamentario tanto en el Congreso como en La Plata, pero por otro lo obliga a sostener una gobernabilidad macrista, que lo puede convertir en el Antonio Cafiero de Alfonsín: un candidato peronista más cercano al alfonsinismo que al peronismo opositor que resultó derrotado por el reconvertido enemigo de Alfonsín, Menem. Todo vuelve.

A Massa parece no incomodarle el intríngulis. Sin embargo la elección bonaerense 2017 no le puede caer peor a su estrategia. Se eligen senadores nacionales y él debe renovar su banca de diputado. Se enfrenta al dilema de presentarse sólo con el Frente Renovador y no ganar, lo que le complicaría el regreso a su carrera presidencial 2019. Surge entonces el dilema: ¿con quién aliarse? A juzgar por los movimientos de las últimas horas -en Massa los días son siglos- pareciera querer mostrar que le gustaría recrear la coalición con el macrismo de la provincia de 2013, encabezando, por ejemplo, la lista de diputados nacionales.

No se sabe si eso es lo que quiere o lo que quieren que crean de él. Eso con Massa nunca se sabe. Obsesivo hasta el hartazgo con los comentarios de los analistas políticos de los diarios, a los que gusta regalarles frases sobre su persona, y con las internas periodísticas de los medios -se adjudica haber hecho nombrar a varios gerentes de noticias de canales de Buenos Aires- a veces Massa está más preocupado por lo que se dice de él, que por dedicarse a terminar de construir su proyecto político presidencial.

Todo lo contrario a Macri. Esta semana la moda fue hacer que se publique que el gobierno lo llamó y que Vidal depende de su apoyo.
La alternativa de ir con el macrismo tiene dos piedras: la primera es el macrismo. Si lo despreció en 2015 cuando estaba en riesgo la propia victoria de Macri al no sumarlo como candidato a la gobernación, ¿por qué ahora habrían de cambiar las cosas? La segunda es el propio Frente Renovador: hay figuras como Alberto Fernández, en conversaciones con el peronismo oficial, que probablemente no quieran compartir un proyecto electoral con Cambiemos.

En el peronismo, la conducción formal, que significan José Luis Gioja y Daniel Scioli, no entiende por qué Massa no vuelve al peronismo junto con Bossio para participar de una gran interna, en la que creen podría hasta ganar. Lo han hablado hasta con De la Sota y Schiaretti. Creen que si el peronismo cordobés vuelve al FpV-PJ, Massa no tendrá otro remedio que seguirlos. Pero el "cordobesismo" tiene otros problemas: cómo lidiar con un macrismo fuerte como nunca en Córdoba.

Lentamente, alrededor del FpV-PJ oficial, y también en la conducción del bloque FPV de senadores nacionales representada en Miguel Ángel Pichetto, se va armando un incipiente tejido político sin kirchneristas, y por ahora sin massistas. Son el propio Pichetto, peronistas con poder territorial propio como el santafecino Omar Perotti -primero en las encuestas por encima de los socialistas- o el correntino Carlos "Camau" Espínola, posible ganador de las únicas elecciones a gobernador del año que viene derrotando al radicalismo local. A esto debe sumarse a Bossio, a intendentes como Martín Insaurralde o Gabriel Katopodis, y a una interesante docena de gobernadores peronistas hoy sonrientes con la Casa Rosada por razones obvias: la chequera macrista.

El drama electoral del peronismo, increíblemente, está en su otrora bastión inexpugnable: la provincia de Buenos Aires. El problema no sólo es la alta imagen de Vidal, sino la diáspora electoral que el peronismo puede ofrecer el año que viene. Puede llegar a darse la locura de que , haya una lista K, otra peronista oficial -Florencio Randazzo senador y Scioli diputado, un acuerdo hoy imposible-, y la de Massa, con una rara alianza con figuras independientes como Stolbizer. Título de la obra: triunfo oficialista con un Jorge Macri como candidato a senador sin necesidad de superar el tercio de los votos para ganar.

Sin espacio para crecer en Córdoba, dominada por el macrismo y el delasotismo, sin lograr hacer pie en Mendoza, y con los problemas en la provincia y la ciudad de Buenos Aires, otra vez una geografía inhóspita para el peronismo, para la opo peronista, 2017 no parece deparar un gran futuro, al menos en los grandes distritos, salvo en Santa Fe.
Pero como dicen Macri, Cristina y Massa, para las elecciones del año que viene falta mucho tiempo.

Habrá que esperar.