El 13 de agosto del año 2002, Jonathan Marcelo Centurión –que en ese momento tenía 8 años- terminó de jugar al fútbol con sus amigos del barrio José Ignacio Díaz (en Córdoba capital) y empezó a caminar rumbo a su casa. Estaba oscureciendo y, al atravesar un baldío, tropezó con un pozo – de 16 metros de profundidad y 80 centímetros de diámetro- y cayó.
"Estaba todo oscuro, me dolía la cara (luego se supo que había quebrado el maxilar inferior) y empecé a gritar como un loco. Cuando vi que nadie me escuchaba me largué a llorar", contó el niño luego de ser rescatado.
Dieciséis horas tuvo que convivir Jonathan con un sapo al que, después de un rato, le perdió el miedo. Incluso logró dormirse. A la mañana siguiente, ni bien se despertó, empezó a gritar, una vecina lo escuchó y pidió ayuda de inmediato.
Un albañil que trabajaba por la zona fue quien se animó a bajar a rescatarlo con la ayuda de una soga y el apoyo de un grupo grande de vecinos que lo sostuvieron durante el descenso. Fue un improvisado trabajo en equipo que concluyó con éxito.
Otro caso que conmovió al público fue el de una niña estadounidense, de 18 meses, que cayó en un hoyo en la ciudad de Midland (Texas, Estados Unidos) el 14 de octubre de 1987.
El agujero tenía casi nueve metros de profundidad y sólo 20 cm de diámetro (exactamente el mismo ancho que el pozo en el que cayó Julen) y estuvo 58 horas sin comer ni beber agua hasta que lograron rescatarla.
Una foto actual de Jessica
El accidente se produjo cuando estaba jugando en el patio trasero de la casa de su tía. Durante la espera, la bebé lloraba y llamaba a su madre y los rescatistas la animaban a cantar canciones para que siguiera despierta y no se rindiera. Para llegar hasta Jessica tuvieron que construir un túnel horizontal, como se hace ahora con el niño español.
Texto Juliana Ferrini. Foto: Gentileza La voz del Interior
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