Ser esclavos del celular o independizarnos totalmente de él son dos opciones que desembocan en una convivencia forzosa. Aunque sería tonto desconocer los beneficios de tener siempre a mano ese cuadradito donde llevamos hoy nuestro mundo, propongo un repaso de algunas conductas. Cuando viajamos en colectivo hay quienes reproducen videos o mensajes de WhatsApp para que todos escuchemos, poniendo a prueba la paciencia del resto. Son los exhibicionistas auditivos. Y si los viajantes que desconocen la elemental norma de ponerse al oído el aparato son más de uno, el interior del bus es un loquero. Los celulares pueden también desatar batallas inesperadas. Hace una semana presencié una pelea entre dos personas mayores.
El de 80 le gritó "tarada" a la señora de 60 porque lo había pisado por no dejar de mirar el celular. La señora de 60 le devolvió el insulto a grito pelado: "¡Viejo machista!". A lo que el de 80, respondió: "Tarada, tarada, tarada, mirá por dónde caminás". La señora lo enfrentó con violencia y cuando él se bajó corrió detrás de él sin soltar su teléfono. Desconozco el fin de la historia. Paradojas del destino –pensé– que a semejante edad la pelotera haya comenzado por mirar un celular.
¿Cuántas veces te habrá pasado que la cajera del súper responde el WhatsApp antes de cobrarte? Ni qué decir del policía de tránsito que en el cruce de las avenidas responde mensajes entre bocinazos histéricos. O del conductor imprudente que lleva el móvil en la falda para responder rápidamente como si en ello, y no en la ruta que transita, se fuera su vida.
Los celulares son una genialidad.
Deschavan a senadores en sesión. A chorros, que ignorantes de la tecnología, disfrutan de lo afanado. A infieles. A hijos díscolos. A criminales. A políticos acosadores sexuales. Con el celular podemos pagar cuentas, filmar, jugar, comprar un libro, sacar pasajes o hablar con nuestra familia donde sea que esté. Hasta podemos atendernos con un médico. Los celulares salvan vidas y las facilitan. Una maravilla moderna con la que podés hacer todo.
O casi todo… Porque se me ocurren algunas cosas sencillas que no puedo hacer con un celular:
xDisfrutar de mirar el horizonte hasta marearme.
xAbrazar o besar a mis seres amados.
xOler mis jazmines de leche que siguen floreciendo.
xConversar con mis amigas mirándonos a los ojos hasta caernos de sueño.
xZambullirme en el mar bajo las olas que me revuelven el pelo y me llenan de arena.
xReírme a carcajadas de mis propias metidas de pata hasta que me caigan lágrimas.
xMeterme en el cuarto de mis hijos a las 8 de la mañana, cuando llegan de bailar, a que me cuenten sus aventuras.
xDecir lo que pienso sin mirar lo que dicen las redes.
xLlamar por teléfono de línea a mi mamá, metida en mi cama bien pasada la medianoche, para que me relate su día.
Me prometo que en 2019 guardaré una hora del día para algunas de estas cosas simples que cada vez más tengo la impresión de que son las que le dan sentido a mi vida. ¿Te preguntaste cuáles son las tuyas?
Por Carolina Balbiani (cbalbiani@atlantida.com.ar)
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