(Re)unidas por la tecnología

Tener a la familia repartida por el mundo o a tu amiga del alma viviendo a más de 10 mil kilómetros de distancia no es un impedimento para mantener–vía tecnología– la relación cotidiana. "Solo" faltan los abrazos.

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Me levanto a las ocho. Hago un poco de yoga en casa y me apuro a preparar el mate para estar lista a las nueve. En ese momento en Ámsterdam, Holanda, son las dos de la tarde y mi hermana Loli se hace un huequito para almorzar. A esa hora también, pero en Tigre, Sabri, mi otra hermana, se sienta en su taller a armar collares y mi papá se levanta para iniciar su jornada en la feliz Mar del Plata. "¿Hay alguien para hangoutear?", pregunto vía WhatsApp en el grupo familiar.

Hangout es la plataforma que, a nuestro parecer, mejor conecta esas cuatro ciudades y es la acción que suplanta las juntadas casuales a tomar mate, las pastas del domingo o las fiestas de cumpleaños. Ese desayuno/almuerzo (dependiendo del hemisferio) virtual dura aproximadamente treinta o cuarenta minutos y el ritual se repite al menos día por medio.

Lo cotidiano ya no se pierde en la distancia y eso es un alivio. Puedo ver cómo mi sobrino holandés intenta gatear, aunque esté en la otra punta del planeta; conozco su risa, sé cuánto disfruta de que lo bañen con agua tibia y hoy observé cómo le empiezan a asomar los primeros dientitos. Si tan solo pudiera abrazarlo, sentirle el perfume o hacerle cosquillas a través de la pantalla, diría que la distancia no importa. ¡Pero qué va! IMPORTA ¡Y MUCHO!

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SANTA CONEXIÓN. A Flor (28), que vive en Milán desde hace unos meses, su amiga Agos desde La Plata le graba Intrusos y le manda los videos que más tarde comentan; incluso se "juntan" a hacer footing por WhatsApp como cuando vivían a cinco cuadras de distancia. "Hablamos todos los días, todo el día. Creo que Whatsapp te acerca de una manera increíble, instantáneamente sabés todo lo que está sucediendo, compartís tu vida minuto a minuto con voz e imagen. No dejás de ser parte", asegura Flor y agrega "momentos de angustia tengo, no son muchos por suerte. Hasta ahora el instante más vulnerable fue cuando Joaquín, mi sobrino, dijo "quiero ver a la tía, pero no por la pantalla"; esas cosas tan inocentes te parten en dos, pero hay que ser fuerte y poner en la balanza lo que uno vino a buscar".

Para Anita, que tiene a su hermana, cuñado y cuatro sobrinos viviendo en Toronto desde hace más de doce años, vivir el día a día a través de la compu no es suficiente: "la relación cotidiana es igual, hablamos bastante seguido, nos mandamos fotos todo el tiempo, vamos de shopping y nos preguntamos si nos queda bien o no… Pero, por ejemplo, ella no puede contar conmigo para buscar a los chicos en el colegio". Tal vez por eso cada vez que se juntan la despedida se les hace difícil, "cuando se acerca el día de la despedida empezamos 'no vamos a llorar, no vamos a llorar' y, cuando llega el momento, nos abrazamos y se larga un mar de lágrimas. No es fácil, pero una se termina acostumbrando".

2 X 1. Tener familia lejos resta en muchos aspectos, está claro, pero suma y multiplica en otros. Para algunos representa la oportunidad de conocer ciudades que tal vez no hubieran imaginado. Para otros como Andrea, una expatriada como mi hermana, estar lejos es la excusa perfecta para el festejo por partida doble. Andy se enamoró de un holandés y se fue a vivir a Ámsterdam; al tiempo, cuando decidieron casarse, lo hicieron dos veces. Pero por suerte no se trata sólo de sumar sellos en el pasaporte o multiplicar fiestas… La otra vez, mi queridísima amiga Miri, que es de las que siempre ven el vaso medio lleno, me dijo algo que no pude negar: "Cuando nos vemos con Silvi –su hermana, que vive en Washington– el tiempo que pasamos juntas es mucho más intenso, cada segundo cuenta y se disfruta al máximo". Paradójicamente, la distancia también acerca.

texto MARIELA RAFFAELLI fotos LATINSTOCK

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