Las internas y sus “parecidos de familia”

La disputa entre Horacio Rodríguez Larreta y Patricia Bullrich tiene muchas similitudes con la histórica competencia entre Carlos Menem y Antonio Cafiero

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Antonio Cafiero y Carlos Menem
Antonio Cafiero y Carlos Menem

No son pocos los observadores, analistas e incluso protagonistas de la política argentina que ven en la intensa, prolongada y persistente disputa por la candidatura presidencial que sostienen Horacio Rodríguez Larreta y Patricia Bullrich muchas similitudes con la histórica interna peronista que protagonizaron en 1988 Carlos Saul Menem y Antonio Cafiero.

Recordemos que lo de 1988 fue un hecho histórico, no solo porque el peronismo elegía por primera vez en su historia a un candidato presidencial en unas internas que enfrentaban a dos gobernadores del partido (La Rioja y Buenos Aires), sino porque en el contexto de la profunda crisis económica, política y social que atravesaba el gobierno de Alfonsín -que ya había dejado atrás la efervescencia de la primavera democrática y enfrentaba un proceso hiperinflacionario y un creciente clima de conflictividad sindical-, todos entendían que quien se impusiera en esa contienda se sentaría finalmente en el codiciado “Sillón de Rivadavia”.

Obviamente, lo que se discutía era centralmente el poder, representado nada más ni nada menos que en la posibilidad para el peronismo de volver a la presidencia tras el golpe cívico-militar que había derrocado al último gobierno peronista en marzo de 1976. Sin embargo, era innegable que en la disputa por la máxima candidatura del espacio estaba en juego algo más que eso: el carácter y los atributos de los nuevos liderazgos que tomarían la posta de la nueva generación partidaria que sucedía a la de su fundador Juan Domingo Perón.

La síntesis del pensamiento renovador quedaría plasmado con claridad por el propio Cafiero en una feroz autocrítica partidaria escrita ante la derrota del peronismo con Itálo Luder en 1983 (publicada en Clarín con el título “En qué nos equivocamos”), en la que identifica a los “mariscales de la derrota” encumbrados en la cúpula partidaria “que tiraron por la borda el movimiento y se lo reemplazó por la burocracia partidaria (…); el triunfalismo infantil, el oportunismo feroz, la declinación moral y la soberbia sectaria (...) Nadie es más ni menos peronista que otro. Pero es posible que en esta pérdida de rumbo muchos de los compañeros con quienes hemos compartido tantas horas de lucha hayan comenzado a expresar una imagen, un estilo (…) que amenaza con diferenciarnos definitivamente”.

Como es ampliamente conocido, Antonio Cafiero, por entonces gobernador de la provincia de Buenos Aires, encarnaba la propuesta de la autodenominada “renovación”, un proyecto que no solo buscaba diferenciarse de la vieja guardia político-sindical que había manejado los resortes partidarios tras la muerte del viejo líder y los tiempos aciagos de la dictadura (las “62 Organizaciones” de Lorenzo Miguel a nivel nacional y Herminio Iglesias en territorio bonaerense) sino que planteaba una profunda transformación partidaria tendiente al fortalecimiento del perfil democrático del peronismo en función de lo que demandaban los nuevos tiempos y la adopción de los nuevos tópicos que el alfonsinismo había instalado con éxito en la opinión pública.

Como señala en su siempre recomendable autobiografía el recordado sociólogo y consultor Julio Aurelio, actor privilegiado y agudo observador de esos años, Cafiero pretendía renovar el peronismo, dejando atrás las anquilosadas estructuras burocráticas y todo vestigio de autoritarismo, para posicionarlo como una suerte de “nacionalismo popular moderno”.

Sin embargo, pese a controlar la provincia, ostentar la conducción partidaria y controlar la Cámara de Diputados de la Nación, las internas de julio de 1988 mostrarían la sorprendente victoria de Menem, en sus inicios referente renovador, pero por entonces aliado con los sectores excluidos por Cafiero. La estrategia menemista de enfrentar el influjo renovador con fuertes ejes polarizadores, había dado sus frutos. El triunfo de Menem en la interna, y un año más tarde en las elecciones generales, implicó así el final del ambicioso proyecto renovador.

En este sentido, con los lógicos matices propios de contextos históricos y partidos muy diferentes, los “parecidos de familia” saltan a la vista. En primer lugar, si bien es cierto que a diferencia de lo ocurrido en 1988 no es la primera interna en JxC (en 2015 Macri enfrentó a Sanz y Carrió), se trata en realidad de la primera disputa realmente competitiva. En segundo lugar, hay otro rasgo compartido en la marcada dinámica polarizadora de la disputa. En tercer lugar, el amplio despliegue territorial de ambos contendientes que, al igual que en 1988, tiene como uno de sus epicentros a la estratégica provincia de Buenos Aires. En cuarto lugar, los constantes realineamientos de referentes territoriales y permanentes traspasos de dirigentes de uno a otro polo de la disputa, lo que va redefiniendo permanentemente los contornos de ambos grupos. Por último, la disputa por algo más que la candidatura presidencial del espacio: el perfil de un partido-espacio que busca renovarse ante la desaparición o el declive de sus fundadores.

¿Quién representará el “Cafiero” y el “Menem” en esta historia de 2023? Seguramente es algo que se sabrá el próximo 13 de agosto. Por lo pronto, pareciera claro que Larreta pretende encarnar la propuesta más renovadora dentro de su espacio, frente a los defensores de la supuesta ortodoxia y pureza ideológica del partido amarillo.

Seguramente el jefe de gobierno -quien supo trabajar con Menem- habrá tomado nota de las lecciones de esta ironía que la historia le tenía preparada a la renovación, y no querrá escribir su propia autocrítica partidaria.

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