La inseguridad se combate con convivencia

En América Latina mueren 11.00 personas por mes a causa de la violencia. Los crímenes han sido naturalizados y muchos dirigentes creen que la única solución es aumentar la presencia de las fuerzas de seguridad

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Asesinato en Rosario
Asesinato en Rosario

La violencia es un hecho diario. Atraviesa la vida cotidiana de las ciudades, de unas más que de otras. En América Latina mueren 11.00 personas por mes a causa de la violencia, es como si se cayera un avión todos los días. Si esto último ocurriera, seguramente nos horrorizaríamos frente a las pantallas de noticias; sin embargo, los crímenes han sido naturalizados como un fenómeno cotidiano.

En estos días, en la ciudad de Rosario, fueron baleadas varias escuelas, tomadas como canales para enviar mensajes de presidiarios a la Justicia, reclamando mejores condiciones carcelarias para fulano o mengano. Y, en plena campaña electoral, algunos políticos culpan a sus opositores y/o claman por más fuerzas de seguridad en la calle o creen que la solución es un patrullero en la puerta de cada institución educativa.

Ahora bien, no se trata -a mi criterio- de poner un policía por cuadra; es necesario tomar conciencia que lo contrario a la inseguridad no es la seguridad, sino la convivencia. Obviamente que la inseguridad se soluciona con la acción policial, pero también con decisiones integrales que abarcan un trabajo puntual de intervenciones en los barrios.

Si retomamos el caso de Medellín, en el año 1991 tenía 2300 muertes violentas anuales de jóvenes y, en unos 25 años, bajó la tasa de mortalidad y la redujo un 96 %. Esto lo lograron con una articulación de políticas públicas, donde las culturales eran prioridad. En este sentido, se crearon 10 Parques Bibliotecas ubicados estratégicamente, con fácil acceso de transporte para toda la población, no sólo para que accediera la gente del barrio, con programas socioculturales cuyo objetivo era respirar cultura. Espacios con cientos de libros, pero también con ludotecas, talleres, exposiciones y cursos para que los vecinos circulen y se apropien de los bienes simbólicos que allí se ofrece. Es importante aclarar que están abiertos 363 días al año de 9 a 22 horas para que los ciudadanos/as los transiten con absoluta libertad y lo tomen como propio.

Estos espacios educativos y culturales implicaron más inversión y equipamientos de alto valor simbólico en los barrios para generar calidad y equidad. No se trató de “implantar” un centro cultural a modo de nave espacial, sino de fundar una trama de sentido que permita mejorar la convivencia en diálogo con el territorio.

Pero cuando se consulta a algunos funcionarios por qué no toman estos casos exitosos como modelo a seguir para cambiar el paradigma, plantean una respuesta reduccionista que se refiere a lo económico. En este sentido, el colombiano Jorge Melguizo, parte del cambio de Medellín, se preguntaba, en una charla de hace pocos meses, cómo es posible hacer gestión cultural en medio de gobernantes que no creen en la cultura.

En definitiva, se trata de construir la ciudad como un entramado material, simbólico y relacional -común y colectivo-, con una escucha atenta al barrio, valorando y potenciando lo que se hace en la ciudad, con intervenciones arquitectónicas, pero también con aquellas mediaciones que generen empleo o impliquen la circulación de la gente, a sabiendas que hay que entrar en diálogo con los barrios y los conflictos son parte de ese entramado.

En palabras de Teresa Uribe, de lo que se trata cuando hablamos de construir lo común y lo colectivo no es la armonía social, no es la dimensión que plantea el cristianismo -amaos los unos a los otros-; es partir de la existencia y el reconocimiento del conflicto como algo positivo y desde allí darnos a la búsqueda de referentes éticos para manejar el conflicto y para impedir que se vuelva violencia.

Es una labor que puede llevar décadas, especialmente si no hay decisiones políticas imbricadas con una fuerte inversión económica, pero es una tarea urgente que podría comenzar con una alianza con las empresas privadas para que acompañen el cambio sociocultural y acompañen a planificar proyectos culturales cuyo objetivo sea aprender a convivir, con una mirada focal en barrios con mayor concentración demográfica de niños/as de 0 a 4 años, quienes aún no van a la escuela.

Es fundamental poner la mirada en las infancias porque la situación es preocupante, ya que son los más vulnerables a las consecuencias de la pobreza, como la malnutrición, el acceso limitado a la educación y la atención médica inadecuada. Según datos de UNICEF, el 49,3% de los menores de 14 años en Argentina vive en situación de extrema necesidad.

Acceder a museos, bibliotecas, centros culturales y apropiarse de esos espacios y convertirlos en parte de la vida cotidiana, logra crear otras infancias y adolescencias, alejadas de la violencia, pero se necesita de dirigentes que decidan que la cultura y la educación son prioridad para construir una sociedad más justa y equitativa.

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