“…El proceso del tiempo es una trama de efectos y de causas, de manera que pedir cualquier merced, por ínfima que sea, es pedir que se rompa un eslabón de esa trama de hierro, es pedir que ya se haya roto. Nadie merece tal milagro…”. Este fragmento es parte de “Una oración” escrita por el genial Jorge Luis Borges, a finales de la década del 60 del siglo pasado.
Citando o plagiando a Georgie la relación entre pesos y dólares también es una trama de efectos y causas.
Me explico. Todo exceso de pesos, en el sentido macroeconómico de la expresión, es decir pesos que la gente no desea tener en forma de pesos, se traduce en una demanda de activos financieros o en una demanda de bienes. Es decir, se traducen en una decisión de portafolio, de ahorro, o en una decisión de consumo.
El gobierno del presidente Alberto Fernández casi desde su inicio, diseñó un sistema fiscal y monetario que da como resultado inexorable un exceso de pesos.
En un país como la Argentina, sin acceso al crédito externo, y sin un mercado de capitales local amplio, todo déficit fiscal que camina va a parar a la emisión del Banco Central. Como esa emisión es superior a la demanda de pesos que la gente quiere tener en sus cuentas a la vista o en sus bolsillos se genera ese exceso de pesos.
Y ese sobrante de pesos “ajusta” con más inflación, hasta alcanzar el valor real del stock de pesos que la gente desea tener.
Pero claro, en el camino, esa mayor inflación retroalimenta una mayor demanda de bienes y servicios y esa mayor demanda, al final del día, se traduce en la necesidad de más dólares para producir y satisfacer esa demanda. Para ser, entonces, más preciso, un exceso de pesos, dependiendo de las circunstancias y los mercados ajusta en un mix de más inflación y más reactivación.
Ese fue el escenario de la salida de la pandemia. El stock de pesos que estaban “en cuarentena” salió a buscar bienes y servicios. Pero sucede que a este stock acumulado se le fue sumando más emisión, dado que el déficit fiscal no se ajustó, y ya a mediados del año pasado, a este panorama también se le sumó una decisión de portafolio de los privados, que decidieron poner un límite en su cartera de títulos públicos.
Otra vez, sin ajuste fiscal, a la emisión de pesos para financiar el déficit, se le sumó la emisión de pesos para comprar la deuda que el sector privado rechazaba. Para limitar en parte este exceso de pesos, el Banco Central retiró fondos con las leliqs, incrementando ese otro stock y la emisión endógena de los intereses que las remunera, generando más exceso de pesos.
En otras palabras, el eslabón de la trama de hierro del exceso de pesos nació en la post pandemia y se fue agravando. Como consecuencia, la tasa de inflación resultante se duplicó.
Pero como mencionara, esa mayor demanda de bienes y esas decisiones de portafolio terminan también en mayor demanda de dólares.
Y para frenar esa demanda de dólares el Gobierno fue cerrando el cepo y generando un laberinto de regulaciones de todo tipo. Otra vez, el eslabón de la trama de hierro es implacable. La falta de dólares ajusta por cantidad, el Banco Central pierde reservas. Y también ajusta por precio, porque empuja las cotizaciones de los dólares “cuasi libres”. Al final el círculo se cierra, exceso de pesos es falta de reservas y aumento del precio del dólar.
La trama de efectos y causas que determina la relación entre el sobrante de pesos y el faltante de dólares.
Y todo esto pasó antes de la sequía.
En efecto, aún antes de la sequía el Banco Central se había quedado sin reservas, más allá del aporte transitorio del FMI, que el año pasado desembolsó más de lo que había que pagarle.
Tanto se había quedado sin reservas, que tuvo que inventar el dólar soja uno y el dólar soja dos para adelantar liquidaciones de soja que se hubieran vendido este año.
Insisto, la falta de dólares en las reservas del Banco Central es el espejo del exceso de pesos que emitió el propio Banco Central, para financiar directa o indirectamente tanto el déficit fiscal como el stock de deuda que los privados no quieren aumentar.
Si lo miran desde el balance del Banco Central, es el aumento de sus pasivos, la emisión de pesos y las leliqs, el que agota su activo, las reservas de dólares, mientras acumula títulos públicos.
Y es a este paisaje al que le llegó la sequía, agravando el problema.
Pero, al tomar medidas para cortar este círculo vicioso de déficit, deuda, emisión de pesos y demanda de dólares, el Gobierno enfrenta el período electoral en total debilidad económica.
Y a eso se sumaron las internas en el oficialismo y la oposición, que aumentaron la incertidumbre política.
Un cocktail explosivo, que acelera la habitual dolarización de los portafolios en períodos preelectorales. Sin dólares líquidos en las reservas, atraso de pagos a los importadores, y con pagos netos al FMI por delante.
Y esa dolarización, entonces, ajusta solo por precio y ese mayor precio, influye, además, en los precios de los bienes, dado que no hay dólares “baratos” suficientes para importar insumos. Corolario, también se afecta la tasa de inflación.
A menos que se interrumpa esta dinámica con medidas fiscales que “absorban” pesos, sólo queda como “solución” más cepo, más restricciones a las importaciones, más caída del nivel de actividad, más tipo de cambio y más inflación…y tratar de llegar a agosto sin una exposición.
Esa es, por ahora, la trama de hierro cuyo eslabón el Presidente Fernández y el Ministro Massa pretendieron romper, pero, como diría Borges, para ello no alcanza con magia, se necesita un milagro.
Seguir leyendo: