La caída de Frondizi y las auto-derrotas argentinas

Como consecuencia de un esperado y anunciado golpe militar, con su derrocamiento finalizó la experiencia desarrollista en la Argentina

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Residencia Presidencial de Olivos. 29 de 1962. Son la siete de la mañana. Arturo Frondizi vive sus últimas horas como Presidente de la Argentina. En unas horas será trasladado a Martín García, donde quedaría privado de su libertad.

Acaso como consecuencia de una profecía autocumplida, un golpe militar había determinado el abrupto final de su Presidencia.

Los argentinos se habían infligido una nueva auto-derrota. Derivada de las fuerzas de la reacción que desde el mismo comienzo de su presidencia buscaron acorralarlo.

El 18 de marzo, el triunfo del peronismo en las elecciones para gobernador de Buenos Aires, se había transformado en la última gota de un vaso demasiado lleno. Pero de pronto aquellas fueron pretextos de una sentencia firmada de antemano.

De pronto, Frondizi -y la Argentina- tuvo la mala fortuna de quedar atrapado en un contexto histórico que no podía evitar ni controlar. La Historia había jugado una mala pasada. Porque quiso el destino que la acción de gobierno de aquel hombre talentoso y audaz fuera desplegada en un contexto internacional desfavorable, dominado por las rígidas categorías de la Guerra Fría.

La que había formado un contexto inseparable de los hechos que determinarían su caída. Un desenlace tal vez anunciado desde el mismísimo momento en el que fue elegido en 1958. Cuando el enorme margen con el que triunfó en aquellos comicios no logró evitar la extrema debilidad de origen derivada de las sospechas que el acuerdo con Perón imprimirían para siempre en su relación con las Fuerzas Armadas. Aquellas que entre 1930 y 1982 actuaron verdaderamente como un actor político legitimado por la sociedad argentina. Y las que nunca le permitieron haber vencido al que era su candidato preferido, Ricardo Balbín.

Al tiempo que en el plano interno, la mentalidad de los militares argentinos, para quienes toda actitud que no fuera de manifiesta y abierta oposición a Fidel Castro era interpretada como propicia a la propagación del comunismo en la región, resultaría un límite objetivo a su accionar político.

La Revolución Cubana, históricamente destinada a envenenar la política hemisférica, haría de Frondizi una de sus primeras víctimas. De alguna manera, Frondizi se terminaría “comprando” el conflicto cubano y su influencia en la paranoia de las Fuerzas Armadas. En ese marco, un político de su talla y su talento no pudo desconocer esta realidad sin cometer un grave error que terminará con el derrocamiento de su gobierno y con la oportunidad interrumpida de alcanzar el pleno desarrollo del país.

Finalizó así, como consecuencia de un esperado y anunciado golpe militar, la experiencia desarrollista en la Argentina. Una vez más, una oportunidad fue desperdiciada. Postergando, una vez más, lo que Rogelio Frigerio llamaría la “disyuntiva verdadera”, consistente en la restauración de la dependencia del monopolio agro-importador o el alcanzar el desarrollo.

Seis décadas más tarde, Frondizi es considerado el estadista más reconocido de la Argentina de la segunda mitad del siglo XX. Al tiempo que es aceptado ampliamente un consenso en torno a aceptar que el golpe de estado de 1962 fue un error, quizás sin duda el más costoso -en términos de oportunidad perdida- de cuantos se produjeron en la Argentina desde 1930.

Como bien señala el senador Humberto Schiavoni en su obra “La Argentina pendiente. Apuntes para el desarrollo”, nadie hizo más en menos tiempo. Junto a Frigerio, Frondizi merece el crédito por la colosal tarea modernizadora de la estructura económica argentina. Por la “Batalla del Petróleo” y el impulso a las inversiones extranjeras. Políticas que indudablemente conforman su legado histórico y la explicación -en buena medida- de la década de relativa prosperidad que vivió la Argentina en los diez años posteriores a su gobierno.

Pero, a su vez, Frondizi había interpretado cabalmente la necesidad de integración del peronismo a la vida política argentina a partir de la aceptación como un hecho de la realidad de que las reformas estructurales introducidas durante el período 1943-1955 tenían un carácter irreversible y que su negación era un error histórico de envergadura.

Frondizi había asumido un rol central en el manejo de lo que décadas más tarde se llamará “diplomacia presidencial”, al asumir el primer magistrado, la tarea de recorrer extensos miles de kilómetros para llevar a la Argentina al mundo.

Tal vez Frondizi cometió el error de “sobreestimar” sus propias capacidades -indudables objetivamente- sin evaluar el contexto en el que se desenvuelve el proceso histórico en el que le toca gobernar. O acaso -como escribió Guillermo Gasió sobre Frigerio- fue aquel campeón de causas que hoy parece mentira que hayan debido pelearse tan duramente: las universidades privadas, la reconciliación con el peronismo y la búsqueda de la inversión extranjera.

Frondizi, ¿fue un adelantado? ¿Un vanguardista? ¿Un incomprendido? ¿O quizás, su permanente juego de desconciertos a casi todos los sectores terminó jugándole en contra? Tal como cuenta Oscar Camilión, cuando un íntimo amigo suyo, tras escuchar el discurso de asunción del 1 de mayo de 1958, afirmó que estar conmovido y que las palabras de Frondizi le parecieron “las del discurso de aceptación del cargo del primer ministro noruego en 1980″.

Frondizi recién sería reivindicado años más tarde, cuando fue objeto de una extraordinaria revalorización. Al punto de que hoy su nombre es sinónimo de un estadista y su figura sintetiza las virtudes a las que puede aspirar un gobernante.

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