El hombre es el único ser con libertad, entendida como el libre albedrío, como la posibilidad de perfeccionarse incesantemente y de abrir nuevos caminos. Inserto en una sociedad en constante cambio, donde la informatización y la tecnología están a la orden del día, pareciera que el conocimiento es la consecuencia de ese rápido y masivo movimiento; pero ¿quién es el poseedor del conocimiento?
Podría decirse que quien lo tiene es el experto, el idóneo en un campo determinado, quien tiene una convergencia de saberes, sin embrago, sólo mira la realidad desde una sola concepción y, por ende, su visión del mundo es fragmentaria. Un ejemplo gracioso de esto es: el físico sabe que su mujer es un conjunto de átomos, pero también sabe que, si la trata así, la pierde.
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Si quien tiene expertiz no alcanza a abarcar la realidad, ¿lo puede hacer el intelectual? El filósofo Kovadlof sostiene que los intelectuales son personas que privilegian las preguntas, los interrogantes, el valor de la incertidumbre por sobre la certeza, el pensamiento inequívoco o la tendencia a disponer de más respuestas que de interrogantes. Es un explorador de incertidumbres; es alguien que busca devolver el pensamiento al campo de lo complejo, alejado de las simplificaciones, de las polarizaciones que no toleran diversidades donde el pensamiento libre respira mejor. El ejercicio de una vida intelectualmente concebida se enfrenta a la opresión propia del pensamiento autoritario, autocrático o totalitario.
Se podría afirmar que el intelectual es aquel que es universitario, pero no por haber pasado por la Universidad, sino porque tiene como objetivo el bien común; es aquel que aporta a la identidad ciudadana, más que reforzar la visión consumista de la época; es quien puede devolverle movilidad a la realidad más que repetir dogmas. Y si bien, siente amor al rigor, tiene, además, pasión por la ambigüedad, al decir de Marleau Ponty; esto le permitirá devolverles complejidad a las cosas y alejarse, a su vez, de las simplificaciones.
A su vez, al plantear la función que ocupan los intelectuales hoy, el filósofo Steve Fuller en su libro homónimo ensaya una respuesta: cumplen el rol de las masas no lectoras y acríticas e instalan en la opinión pública debates críticos de casi todo, especialmente sobre lo político. El intelectual, señala el autor, viene a ennoblecer a la sociedad otorgando oportunidades para resistir, es el observador de la realidad y se opone a todo aquello que aparece. Lo compara con los superhéroes de los cómics y afirma que el intelectual heroico nunca deja cazarse (agrego “casarse”) y su independencia debe ser preservada.
En el mundo de hoy, el hombre, ocupado con la inmediatez, reclama certezas, soluciones a sus preguntas, pero la función del intelectual será establecer dilemas, más que responder con soluciones acabadas. La pasión del pensamiento es indagar, buscar, reabrir lo que inquieta para convivir con lo problemático. Pero sólo podrá ser logrado con paciencia, con contemplación. Tomando palabras de Hegel: somos lo que el conocimiento nos induce a hacer.
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En estos días, preocupados y ocupados muchas veces por cuestiones superfluas, será necesario que cada uno, desde el lugar que ocupa en la sociedad, aprenda a ver las cosas desde múltiples puntos de vista, a no cerrarse con una única verdad y, además, ser capaz de leer lo latente en lo manifiesto, con el riesgo de equivocarse, pero renovando el repertorio de los problemas que le afligen y advirtiendo vitalidad en lo venidero, pero, a su vez, aprendiendo del pasado.
Es aquí donde la escuela, la familia, el club y todas las instituciones cumplen un rol fundamental, realzando los valores que encarnan, trabajando con los niños y jóvenes desde un proyecto en común, donde no sólo deberá intervenir el adulto responsable -docentes y directivos de las instituciones- sino también la comunidad en su conjunto acompañado por el Estado como organizador económico- social.
Por tanto, la función de cada uno de los que conformamos la sociedad será, al igual que los intelectuales, mantener cierta vigilancia para poder debatir qué mundo queremos construir. Es un compromiso y una responsabilidad de todos los que creemos que el cambio social es posible.
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