Cambio versus cambio

En el 2023 se hablará indudablemente de “cambio”, pero serán varias las ofertas electorales que buscarán encarnarlo

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Mauricio Macri, Horacio Rodríguez Larreta y Patricia Bullrich (Roberto Almeida)
Mauricio Macri, Horacio Rodríguez Larreta y Patricia Bullrich (Roberto Almeida)

Una de las operaciones estratégicas más importantes a la hora de pensar y diseñar una campaña electoral tiene que ver con la definición del “terreno”, lo que implica el desafío de procurar definir estratégicamente los términos de la contienda sobre los que se asentará la percepción de atributos de los candidatos en la opinión pública.

Se busca así determinar, en gran medida, cuál será el campo en que se librará la “batalla comunicacional” durante la campaña, mediante el intento de imponer los temas que definan la elección, de manera de forzar a los rivales a debatir en torno a ellos. Y, por ello esta operación remite, centralmente, al intento de definir un eje o concepto central de la campaña que buscará estructurar la competición, y las modalidades en que se buscará situar el debate entre los principales candidatos. Uno de los escenarios más habituales en las campañas presidenciales latinoamericanas de las últimas décadas, es aquel en el que determinados actores buscan imponer el terreno del “cambio” mientras otros hacen lo propio con la “continuidad”. De hecho, las dos últimas campañas electorales nacionales en Argentina -las que llevaron a Macri y Alberto Fernández al poder- pueden ser leídas a través de este prisma.

Cabe preguntarse, entonces, si esta disputa “cambio vs. continuidad” seguirá siendo el criterio ordenador de la dinámica electoral presidencial argentina en 2023 o, si en el contexto de profunda crisis que atravesamos permite avizorar alguna novedad en este plano.

Con toda la cautela que demanda analizar la realidad de un país en la que una de las pocas certezas parece ser que la incertidumbre es y será una de los factores centrales para explicar la dinámica política, y en el marco de un clima de pesimismo generalizado, con la frustración y el desencanto muy arraigados en amplios sectores de la sociedad, las encuestas y las investigaciones cualitativas llevadas a cabo por las principales consultoras estarían dando cuentas que las presidenciales del año próximo no estarán atravesadas por la clásica disputa “cambio vs. continuidad”.

Parece perfilarse así un escenario en el que el cambio hegemonizará el terreno de la contienda: cambio o cambio, cambio versus cambio. En este contexto, no sólo algunos analistas y encuestadores, sino también algunos de los más lúcidos y menos fanáticos referentes de la principal coalición opositora, comienzan a vislumbrar que la mera apelación antikirchnerista no será suficiente para alzarse con la victoria en 2023. Es que pese al intento, tanto desde sectores del oficialismo como de la oposición, de revitalizar la grieta y la dinámica de polarización que caracterizara la dinámica política de los últimos años, la mayoría de los electores parecieran estar esperando opciones electorales que muestren la capacidad de responder a demandas y expectativas que ninguno de los extremos de la tan mentada grieta pudo o quiso resolver.

Está claro que la del 2023 será una campaña de cambio, pero ¿qué cambio? Las respuestas a este interrogante permiten explicar en gran medida la cada vez más descarnada interna de la principal coalición opositora, que en los últimos días viene sumando nuevos capítulos.

Al ya clásico enfrentamiento entre “halcones” y “palomas” del PRO y los escarceos con una UCR que busca un protagonismo mayor, se suma ahora el retorno de Macri al centro de la escena, coqueteando con una posible candidatura y, por lo pronto, buscando marcar el rumbo político y económico del espacio. Una presencia cada vez más gravitante e incómoda, no sólo para Horacio Rodríguez Larreta, sino también para los principales referentes del centenario partido fundado por Alem.

Si hay algo en que tanto el jefe de gobierno porteño como los referentes radicales coinciden es que Macri no encarna ese cambio que la sociedad demanda. Sin embargo, la falta de definiciones en la disputa por el liderazgo del espacio, sumado a las tensiones y desconfianzas mutuas que crecen sin la posibilidad de ser encauzadas por mecanismos institucionales, y que dan cuenta de la precariedad y fragilidad de la coalición, le impiden a Juntos por el Cambio encarar esta encrucijada histórica, respondiendo a interrogantes clave como: ¿qué significa el cambio?, ¿qué tan profundo será?, ¿qué tipo de liderazgo lo encarna?, ¿con qué sectores se construye?, entre otras.

Hoy, a menos de un año de la cita electoral, pareciera difícil pensar en un Juntos por el Cambio capaz de despejar estos interrogantes y disipar las controversias internas para ofrecer una propuesta de cambio que sintetice las miradas e ideas de los diversos sectores que lo integran.

Así las cosas, el choque a estas alturas pareciera inevitable. Una hipotética eliminación de las PASO podría precipitar todo. En el 2023 se hablará indudablemente de “cambio”, pero serán varias las ofertas electorales que buscarán encarnarlo. No sólo en la oposición sino también en un oficialismo que, aún golpeado por las consecuencias de la profunda crisis económica y social que atraviesa, tampoco parece preparado para plantearse un proceso de renovación que le permita eventualmente trabajar electoralmente en el terreno del “cambio”.

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