Cristina tóxica: una clase magistral sobre cómo transformar la verdad en un juguete

El soliloquio de la Vicepresidenta fue una estación más en el camino para alejarse de Alberto Fernández

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Cristina Kirchner en Chaco
Cristina Kirchner en Chaco

Gente Tóxica, (Bernardo Stamateas, 2011), trata sobre cómo lidiar con las personas que nos complican la vida. Señala el autor que “la culpa es uno de los sentimientos más negativos que puede tener el ser humano y, al mismo tiempo, una de las maneras más utilizadas para manipular a los otros”. Una buena lectura para Alberto Fernández en tiempos donde su legitimidad está puesta en “dudas”. Cristina posee un doctorado en el arte de la manipulación, no asume culpa alguna, siempre son ajenas. Culpando a los otros construye su relato. Critica y deslegitima a su propio presidente, el mismo que ella sentó en el sillón de Rivadavia, ese que no tiene “estructura política propia” y al que le dio “permiso” para elegir su “propio” equipo económico, el mismo que hoy es el blanco de feroces críticas de una vicepresidenta que no integra el Poder Ejecutivo Nacional, como equivocadamente señaló el pasado viernes, en un error de principiante.

Cristina, con su soliloquio, terminó destruyendo lo poco que quedaba de Alberto, quien sólo tiene hoy la “lapicera” (esa que según la Constitución Nacional es la primera “pluma” de la Nación), un detalle que deberá resolver junto a su feligresía más dura como el devenido en “lanzallamas” Andrés “Cuervo” Larroque quien dijo: “El gobierno es nuestro”. No hay mucha diferencia entre decir “el gobierno es nuestro” con lo que en su momento señaló Fernanda Vallejos: Alberto es un “Okupa”. No son más que el pus que supura de una herida que es más profunda.

Para Cristina y sus feligreses, Alberto usurpó el gobierno. Pero lo más grave es que se sienten los dueños del Estado y de sus cajas, este es el problema de fondo. Negó pelearse con Alberto apelando a la definición literal del término (enfrentamiento físico). El Diccionario panhispánico de dudas de la Real Academia Española ubica el concepto en su lugar, que no es precisamente donde lo puso Cristina: cuando significa ‘luchar o enfrentarse con alguien de palabra u obra’, es intransitivo y suele llevar un complemento introducido por con o contra: «Vos nunca aprendiste bien a pelear con los zurdos» (Pavlovsky Cámara [Arg. 1979]); «Se niega a pelear contra los indígenas» (Cardoza Guatemala [Guat. 1985]). Con ese sentido admite, asimismo, el uso pronominal: «Miguel [...] se peleaba con los chicos del barrio» (Steimberg Espíritu [Arg. 1981]).

La gente tóxica, como Cristina, infecta todo lo que toca. Cada aparición pública -calculada hasta el último detalle- produce un sismo. No tuvo reparo de horadar la legitimidad de su propio “presidente” públicamente. Gran oradora, hipnotiza (como nos volvió a demostrar en su “clase magistral”) con facilidad a su feligresía, a la que le debe sus “fueros”. Desde hace tiempo su diatriba -tan previsible, como aburrida- suele causar espasmos en un sector cada vez más amplio de la ciudadanía (su imagen negativa evidencia el rechazo que genera). Pareciera que no se da cuenta, o prefiere no hacerlo, para centrarse únicamente en seguir brillando para los suyos. Los otros no existen en su mundo, sus enemigos, en cambio, siempre están presentes. Aburre tanta previsibilidad.

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Camila Perochena en su libro “Cristina y la historia” capta muy bien la idea: “Nadie, a fin de cuentas, se ocupa de hablar con insistencia de asuntos que no le interesan. Pero tampoco nadie que ostenta la más alta magistratura se ocupa, de forma reiterada, de temas que no pretende que formen parte de la agenda política”. Precisamente al poner en agenda la falta de poder político de Alberto, Cristina habla realmente de lo que le interesa, olvidándose de que es la máxima responsable del peor gobierno de la historia constitucional argentina, del cual ahora, jugueteando con la verdad, intenta pararse en la vereda de enfrente para sostener el relato del “yo no fui”, “yo no avalé el acuerdo con el fondo”, y “yo no tengo nada que ver con los aumentos de las tarifas y la inflación”, “yo no elegí al equipo económico”. Para Cristina el fracaso de su gobierno es solo de Alberto.

Cristina creó el monstruo y luego le soltó la mano, Alberto Fernández ya tiene colgado el diploma de “traidor a la causa”. Lo grave es que ahora Cristina pretende correrse a un costado de su propio gobierno, dejando a Alberto Fernández a la deriva, debilitado y con muy poco o nulo margen de gobernabilidad (lo que pudimos observar, aplausómetro mediante, en la aparición pública del Capitán Beto en Ushuaia minutos antes de que lo hiciera la Reina Polenta). Si prestamos atención a los soliloquios que nos tiene acostumbrados la Vicepresidenta, es factible observar que para ella la verdad es un juguete. La manipula a su antojo. Sale al escenario con su ya previsible guión y, como una rockstar, interpreta su relato magistralmente. Ella siempre tiene razón. Los otros son los que están equivocados. Su show, nacional y popular, es el que sostiene la base de feligreses que creen ciegamente en todo lo que salga de su boca. Lo sabe y se aprovecha. Sus fueros son sagrados y no los va a perder por nada del mundo. Al igual que las jubilaciones de privilegio, las dietas y todo el séquito que la acompaña, obviamente pagado por los me. Una vida de lujo y riqueza, como la de aquellos “ricachones” que tanto detesta. Cuando la verdad es un juguete, la hipocresía es la reina.

Como huele la derrota en 2023, percepción que se acelerará seguramente con el correr de los días, los aumentos de las tarifas, y la inflación que no da tregua, ya se anticipó. Primero mandó a su Principito a romper el bloque oficialista en la Cámara de Diputados, luego se apartó testimonialmente de todo lo que tuviera que ver con la aprobación del acuerdo con el FMI, para no quedar con los dedos manchados. Acto seguido dividió simuladamente el bloque oficialista en la Cámara de Senadores en dos por una silla más en el Consejo de la Magistratura. Ahora sale con los tapones de punta a deslegitimar a un presidente elegido democráticamente, pero que, para ella, es un traidor y merece ser tratado como tal. De solucionar los problemas del ciudadano de a pie ni hablar. Pueden esperar. Solo le interesa que la voten e instalar de manera definitiva la pelea contra el Poder Judicial el cual quiere reformar a como dé lugar. Le teme y no esconde sus miedos.

Cristina se ha convertido en una persona tóxica. Estamos a 15 meses de las próximas PASO y a 18 de las elecciones presidenciales. La pregunta que lanzó por sus redes no es producto del azar sino un misil teledirigido a la Casa Rosada: “¿Cómo íbamos a hacer para gobernar el país después de la crisis de 2001 con apenas el 22% de los votos? Mi respuesta fue única y categórica: nos íbamos a legitimar gobernando… porque se podía ser legítimo y legal de origen y no de gestión.” Es lo mismo que afirmar: Alberto perdió legitimidad por gobernar mal. Cristina no ignora el daño que causan sus palabras, son dardos envenenados dirigidos con suma precisión al corazón de Alberto. Es una afirmación tan desestabilizadora como tóxica, postrando aún más al Presidente que ella “creó” de la nada, como reconoció públicamente en su “clase magistral”.

Su frase: “No le estamos haciendo honor a tanta confianza, tanto amor y tanta esperanza que depositaron en nosotros”, importa tanto como reconocer que el gobierno del Frente de Todos ya es un fracaso consagrado del que no hay retorno posible. Nuevamente para Cristina la verdad es su juguete preferido. Juega con ella amasándola como plastilina para darle la forma que quiere, dependiendo de lo que necesite en cada momento. Sabe que está horadando al presidente, lo debilita y lo arrincona. Pero se olvida que la “lapicera” legalmente hablando es de Alberto. Son las reglas de juego que ahora, con un nuevo relato sobre legitimación legal vs. legitimación por gobernar, pretende imponer sus designios.

El Gobierno de Cristina y Alberto es tan malo que termina convirtiendo a sus ministros en gerentes de la pobreza. Cuando se manipula la verdad con la pretensión de hacer a todo el pueblo rico en poco tiempo, sólo logra hacerlos más pobres. Es la diferencia entre gobernar para ganar una elección y hacerlo para la próxima generación. Quizás esta sea la deuda que la historia le reclame a una ex presidenta que tuvo todo lo necesario para sacar a su nación de la pobreza, pero la terminó destruyendo.

Cristina es la responsable de que tengamos un presidente debilitado y sin credibilidad como Alberto Fernández. Y será la responsable de sostenerlo en el cargo hasta el 10 de diciembre de 2023, le guste o no. Hablando de gente tóxica: el problema surge cuando decidimos quién nos acompañará mucho antes de tener claro adónde queremos llegar.

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