El resultado electoral en Francia debe importarnos bastante más de lo que parece. Como se sabe, vivimos, cada día más, en un mundo-uno, donde ya casi no queda rincón en el que los acontecimientos no repercutan, de una manera u otra, en el resto del planeta. Por lo demás, la elección francesa coincide con otro acontecimiento, terrible, que se desarrolla en un solo lugar, Ucrania, pero afecta al mundo entero. ¿Qué cosa conecta una cosa con otra?
Si se mira el panorama completo, nuestra forma de vida, nuestra organización política y social que podemos identificar como la cultura occidental, está siendo desafiada por dos enemigos. No es la primera vez y ya antes conseguimos derrotarlos uno por uno: anarquismo, socialismo, nazismo, fascismo, marxismo, todos nos desafiaron y ninguno nos venció. Desde que Rusia y China se incorporaron al capitalismo y el mundo del mercado, muchos supusieron –de alguna manera con Fukuyama- que habían cesado, para siempre o por mucho tiempo, los desafíos a Occidente. Pecado de optimismo. En estos momentos, hay al menos tres focos que retan a nuestra cultura: desde Rusia, desde China y desde los sectores -no todos- del mundo islámico, minoritarios pero muy fanáticos, identificables con irán, Siria, Hezbollah, Hamas y el terrorismo religioso.
Esos tres focos se encuentran territorialmente afuera de Occidente. Pero hay otro enemigo: los autoritarismos populistas, que crecen alarmantemente dentro de nuestro ámbito, muy marcadamente en América latina. Casi no se necesita explicitarlos: Chávez, Maduro, Noriega, Morales, terrorismo residual en Venezuela, Perú y Colombia.
En todo el mundo los populismos buscan llegar al poder mediante elecciones democráticas y luego transforman a sus gobiernos en autocracias que no respetan ni la división de poderes ni, muchas veces, a los propios textos constitucionales. Argentina, donde algunos sueñan con cambiar a Alberdi por Mempo Giardinelli es, en sordina, otro campo de batalla contra el populismo antirrepublicano. Los populistas conspiran contra nuestro sistema de vida desde adentro, como quintas columnas.
Hay una conexión funcional entre nuestros desafiantes internos y externos. El más evidente es China y su direccionamiento estratégicamente calculado de préstamos, inversiones y obras públicas. En lo que conocemos mejor, nuestra América latina, a cambio de materias primas y tratamientos privilegiados, esos gobiernos populistas son receptores masivos de desembarcos financieros chinos, fungiendo como las oligarquías cipayas que colaboran con el imperialismo extranjero, como tantas décadas hubimos de escuchar respecto de Estados Unidos y las clases dirigentes locales.
El objetivo es uno solo: minar la vigencia de nuestros valores democráticos y republicanos para derrotar a Occidente y sus modos de vida de una vez por todas. A modo de ejemplo, la primera reacción del gobierno argentino fue declarar que lo que ocurría en Ucrania era una guerra entre dos países, no la invasión de uno por el otro. Y nos declaramos “equidistantes”, esto es, ni con uno ni con otro, como si eso no chocara con nuestros valores como Nación. El escándalo fue tal que, muy a su pesar, tuvieron que cambiar el discurso.
El que crea que en Ucrania hay meramente un conflicto localizado, territorial, está mirando al mundo con un criterio apenas inmobiliario: en Ucrania se libra otro combate entre uno de esos enemigos externos y la cultura occidental a la que orgullosamente pertenecemos. Su resultado nos va a afectar a todos. Y no va a ser el último: quienes tenemos edad suficiente recordamos la consigna marxista de Ernesto Guevara en Bolivia: “Uno, dos, muchos Vietnam.”
¿Y cómo se conecta eso con la elección en Francia? Necesitado de legitimidad, el mecanismo populista procura ganar elecciones limpias y, para ello, trabaja para extremar las propuestas electorales. En Francia hubo un extremismo de izquierda y otro de derecha, Melenchon y Le Pen, tratando de iniciar un camino ya recorrido con éxito en otras latitudes -la última en Chile, la próxima ¿en Brasil?- procurando debilitar a las opciones de centro. Macron, afianzado en el centro, pudo superar esa doble emboscada, emitiendo un mensaje de confirmación al mundo de la vigencia de nuestros principios democráticos y republicanos: al menos en Francia, ese bastión no se ha perdido.
La familia Le Pen, y los retrógrados de todo el mundo llevan décadas fracasando ante la misma evidencia: no basta con haber derrotado al comunismo, hay que construir sociedades democráticas y republicanas pero distribuyendo muchísimo mejor las riquezas y las oportunidades. Cerca nuestro, ése fue el fracaso de Piñera en Chile y veremos la suerte de Bolsonaro en Brasil y de la admirable gestión de Lacalle Pou en Uruguay. Entre nosotros, cuando en 1983 recuperamos la democracia teníamos menos del veinte por ciento de pobreza, hoy el cincuenta y nos mantenemos estancados en el mismo PBI per cápita de la década de los setenta, cuando en nuestra región subió el cincuenta por ciento.
En 1983 el doctor Alfonsín pudo encabezar una cruzada admirable recitando el Preámbulo de nuestros principios y valores. Para 2023 tengamos muy presente que, hoy, nuestra sociedad exige muchísimo más que eso.
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