La importancia de la actividad legislativa

Los diputados y senadores deben que escuchar permanentemente a la sociedad, pero los buenos dirigentes no pueden actuar solo a impulsos de encuestas. Liderar es también señalar rumbos aún cuando el clima social no sea favorable

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Cámara de Diputados (Foto: Luciano González)
Cámara de Diputados (Foto: Luciano González)

El 9 de diciembre pasado culminé mi mandato como diputado nacional, iniciado a fin de 2017. Fueron cuatro años muy intensos, como es intensa la vida política argentina. La pandemia, que comenzó poco después del inicio de la mitad de ese período, le confirió a la actuación parlamentaria otras modalidades, pero en mi caso, por lo menos, lejos de aminorar el trabajo como diputado, le aportó nuevas facetas.

Fue un honor para mí integrar la Cámara de Diputados de la Nación. Llegué a ella luego de una extensa trayectoria profesional, en el sector privado, y política, esta última fundamentalmente centrada en la Ciudad de Buenos Aires, en la que me cupo desempeñar funciones relevantes en los tres poderes y, lo que es más importante, ser uno de los convencionales constituyentes que en 1996 elaboraron la Constitución porteña. Me enorgullezco de esa tarea y, en especial, de haber presidido la Comisión de Justicia y Seguridad.

Y, sin embargo, puedo decir que mi vocación por el servicio público encontró su ámbito más propicio en estos años como diputado nacional. La primera vez que me senté en mi banca me pregunté si estaría a la altura del desafío. Pensaba en las grandes figuras de nuestra historia que habían prestigiado ese recinto. No pretendía estar a la altura de ellas, pero sí honrar ese profundo compromiso democrático que es la representación. Por eso me resulta extraño que pueda haber dirigentes políticos que se refieran con desdén al Congreso o que crean que es lo mismo trabajar que no hacerlo.

La primera lección que aprendemos al ingresar a la Cámara es un baño de humildad. Somos uno entre 257. Algunos tienen algo de mayor protagonismo: el presidente de la Cámara, los presidentes de los bloques y los presidentes de las comisiones que entienden en temas de gran envergadura pública. Quienes no disponemos de esas tribunas, debemos conformarnos con lo que Roberto Arlt llamaba la prepotencia del trabajo. Y es mucho lo que podemos hacer para cumplir cabalmente con nuestra función.

¿Cómo se mide el desempeño de un legislador? Se suele creer erróneamente que es por la cantidad de proyectos que presenta. Sin dudas, presentar proyectos es parte de su labor. Si todo se redujera a eso, podría sentirme muy tranquilo ya que en estos cuatro años presenté numerosos proyectos de leyes, resoluciones y declaraciones.

Pero hay varias otras aristas de la labor parlamentaria. La actuación en las comisiones es vital. Allí se inician las leyes. Uno de los aspectos menos visibles para el gran público, pero esenciales para la buena marcha del Congreso, es la búsqueda de consensos en torno a las iniciativas que se debaten. En este marco, como en general en la actividad política, es necesario un equilibro entre nuestras convicciones y la realidad concreta a la que nos enfrentamos. Podemos tener las mejores ideas, pero de nada vale jactarnos de no conceder nada en aras de su aprobación. No debemos transar en el núcleo mismo de nuestros principios, y jamás en temas que afecten los valores republicanos o faciliten la corrupción o la impunidad, pero en los demás casos un principismo demasiado rígido no favorece el progreso gradual de la legislación. La democracia es la diagonal. Se avanza paso a paso. Los legisladores que no coinciden enteramente con nuestras propuestas también ejercen una representación de parte de la sociedad.

Pero el espíritu de acuerdo y de compromiso no implica que debamos renunciar a expresar con claridad y firmeza nuestras ideas. Y esta es otra de las facetas de la actividad parlamentaria. Es necesario que nos manifestemos, ya sea en las comisiones, en el recinto o en cualquier otro ámbito. También así se ejerce la representación. Hoy los debates no se dan solamente en el seno del Congreso sino en los medios de comunicación, en las redes sociales, y hasta en las calles y en las plazas. Representar es poner el cuerpo cuando hace falta, participar de manifestaciones, formular denuncias penales, publicar artículos, esclarecer las cuestiones más arduas; en fin, fijar posición. Tenemos que escuchar permanentemente a la sociedad, pero los buenos dirigentes políticos no deberían actuar solo a impulsos de encuestas, porque de esa forma se contradecirían de manera constante. Liderar es también señalar rumbos aún cuando a veces el clima social no los favorezca.

Los ciudadanos juzgarán en qué medida los representamos cabalmente. En mi caso puedo decir que puse en esa empresa mi mayor esfuerzo cada día. Hay, de todas formas, un límite infranqueable: un bloque minoritario no puede imponer su agenda. Pero puede hacer mucho, como lo hicimos, para evitar que el bloque mayoritario no se llevara puesta la República, como es su vocación.

Dejé la Cámara de Diputados, pero no mi compromiso con la democracia y el Estado de Derecho, que se encuentran seriamente amenazados. Desde cualquier lugar, sigo luchando por el imperio de la Constitución Nacional y por la construcción de un país con progreso económico, equidad social y oportunidades para todos, basado en el trabajo, el esfuerzo solidario y el mérito.

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