Un éxito y tres fracasos en el acuerdo con el FMI

Un análisis de los criterios de triunfo sobre los que se basa el nuevo pacto, que ha quedado reducido —hasta ahora— a un mecanismo para evitar que el Fondo nos mande al Veraz internacional

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El ministro de Economía argentino, Martín Guzmán (REUTERS/Agustin Marcarian)
El ministro de Economía argentino, Martín Guzmán (REUTERS/Agustin Marcarian)

Finalmente, “habemus” acuerdo con el FMI.

Un acuerdo bastante extraño, por cierto.

Me explico.

Un arreglo con el Fondo debe cumplir, al menos a priori, con algunos criterios de éxito.

¿Cuáles son en este caso? El primero, obvio, lograr que la Argentina obtenga los fondos necesarios para repagar el crédito anterior y no caer en atrasos con el organismo, situación de la que sería muy difícil y altamente costoso volver. En ese sentido, al menos provisoriamente —recordar que los desembolsos son trimestrales y atados al cumplimiento de ciertas metas—, este criterio se ha cumplido.

El segundo criterio de éxito, tratándose, en teoría, de un acuerdo de largo plazo, que, pese a no incluir reformas de fondo, abarca más de una administración, hubiera sido un consenso amplio de las fuerzas políticas con representación en el Congreso. En esta dimensión el acuerdo fracasó. Se redacto en forma “realista y pragmática” para que la coalición gobernante lo apoyara y la oposición fuera “entrampada” por una forzada ley de autorización de endeudamiento. Y pese a esa redacción y compromisos light, el kirchnerismo duro lo rechazó, y la coalición opositora dejó en claro que apoya el nuevo endeudamiento pero que el programa con el FMI no es “su programa”.

El tercer criterio de éxito se vincula con la idea que todo acuerdo con el FMI, que viene a suplir el crédito voluntario hacia el país, debe tener como meta reabrir dicho mercado de crédito voluntario en el mediano plazo. De lo contrario, no sólo no se podrá pagar el nuevo crédito, sino que, además, habrá que renegociar los compromisos de deuda con el sector privado.

Aquí, dado que el programa no incluye reformas de fondo y se diseñó sólo para esperar a la nueva administración, y a juzgar por el riesgo país implícito en la cotización de los bonos argentinos, provisoriamente, al menos, estamos frente a un fracaso.

Por último, y eso importa para pensar los próximos meses, un programa con el FMI debería servir como “ancla” de expectativas, frente a un contexto de incertidumbre previa.

Aquí también estamos ante un problema.

Como le vengo contando desde estas columnas, el programa ha sido diseñado para que el tipo de cambio oficial, los precios de las tarifas públicas y la tasa de interés en pesos se vayan “normalizando” en el marco de una política monetaria poco restrictiva y exigencias fiscales bastante livianas.

Es decir, el plan del Fondo consiste en sentar las bases para empezar a desandar la represión inflacionaria y financiera que domina hoy a la Argentina, y ponerle algún techo al déficit fiscal. Pero este movimiento de precios relativos lleva implícito un aumento de la tasa de inflación. El resultado del plan es una inflación más alta, no más baja, pero tratando que la misma espiralice.

En este sentido, el programa no sirve para “anclar expectativas”, por el contrario, genera la idea de que, al menos en el corto plazo, la tasa de inflación va para arriba, y no para abajo. Es decir, fracasó en el último criterio de éxito.

Hasta acá entonces, uno de cuatro, aunque ese uno es muy importante.

Esta estructura del arreglo con el FMI quedó puesta de manifiesto en el comunicado del Directorio Ejecutivo que aprobó el nuevo endeudamiento. En palabras diplomáticas, pero contundentes, algunos directores dejaron en claro que el programa no convence a nadie y que sólo está destinado para hacer tiempo, a ver si llegan a los penales con la nueva administración.

Pero por si esto fuera poco, los números de las metas se escribieron antes de las consecuencias económicas de la invasión de Putin a Ucrania, en particular sus efectos sobre los precios de nuestros productos de exportación (agro y petróleo) y de nuestras importaciones (gas, y otros combustibles).

Como advierte el mismo comunicado de aprobación, el programa exige “recalibrar” todos los números, aún antes de la primera revisión.

En particular, los nuevos precios de la energía afectan el déficit fiscal en pesos, y la meta de reservas en dólares.

Respecto del déficit fiscal en pesos. Qué se negociará: ¿Más aumento de tarifas o más déficit fiscal? En caso de más déficit fiscal, ¿Más financiamiento directo del Banco Central, o más liberación de leliqs para que financie el mercado?

Respecto de la necesidad de dólares para importar gas licuado. Qué se negociará ¿Menos meta de acumulación de reservas, más aceleración de la devaluación del peso respecto del tipo de cambio oficial? ¿Más limitaciones al resto de las importaciones?

Vuelvo al comienzo de estas líneas.

El acuerdo con el FMI ha quedado reducido, hasta ahora, a un mecanismo para evitar que el Fondo nos mande al Veraz internacional, y para que el organismo no tenga que anotar semejante pérdida en sus libros.

Con excepción de esa situación, que no es poco, dicho sea de paso, lo que se intenta es lograr un puente hasta fines del 2023, que no genere más distorsiones de precios relativos que las que ya hay. Y que el aumento resultante de la inflación no desborde hacia un contexto inmanejable.

El problema, sin embargo, es que la situación interna de la coalición gobernante, si se sale de madre, puede ser más potente que el acuerdo en sí, para amenazar este precario equilibrio.

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