Atentado a la Embajada de Israel en Argentina: un agujero en la justicia de 30 años

El primer atentado terrorista en Argentina tiene la misma particularidad que el segundo: en un sentido, siguen ocurriendo, porque no se hizo justicia

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El edificio llamado popularmente “el rulero” ofrecía una de las postales más modernas del Buenos Aires de entonces. Enclavado allí en el origen de la gran avenida 9 de julio y su intersección con Avenida Libertador, esa tarde de 1992 a las 14.45 ofrecería un paisaje ominoso: el video tembloroso por efectos de una explosión lo dejaría acompañado para siempre en nuestra memoria, por el hongo oscuro del atentado a la Embajada de Israel en Buenos Aires. Una nube de la altura del edificio, de unos 100 metros o 29 pisos anunciaría en el cielo de la capital argentina, que cambiaba la historia, y cambiaba para mal. El terrorismo internacional dejaba su huella por primera vez en nuestro país y en el continente.

Mirar ese registro de video vintage una y otra vez, despierta el mismo espanto, las mismas preguntas aterradoras, la necesidad interior -como si estuviera ocurriendo ahora mismo-, de correr hacia el lugar del crimen para ayudar.

“Ese día volamos por el aire”, describe uno de los sobrevivientes, acercándonos al corazón de aquellas tinieblas que no se disipan. No se disipan porque el primer atentado terrorista en Argentina tiene la misma particularidad que el segundo: en un sentido, siguen ocurriendo, porque no se hizo justicia. La injusticia es otra bomba, reincidente y lacerante. La Corte Suprema, que cursó la investigación, apuntó a Irán, con un modus operandi que repetiría sólo dos años después en la AMIA: el uso de privilegios diplomáticos para realizar la logística y la acción terrorista mediante un brazo armado como la Jihad Islámica, rama asesina del grupo fundamentalista Hezbollah.

El haber declarado la imprescriptibilidad de aquel crimen, no saldó la deuda imperdonable de la impunidad para sus autores en infinitos 30 años. Pensar que se buscó pactar con Irán hace sólo unos años desde el poder se vuelve tan inexplicable como repugnante. Una visita a lo aberrante.

Por eso el homenaje, un día como aquel, 30 años después, tiene una misión que excede el ejercicio de la memoria imprescindible o de la conmemorativa repetición. En Argentina, la memoria es, en los hechos, la única forma de justicia que queda, la chance de perpetuar el grito de un reclamo aún perplejo de tener que ejecutarse a lo largo de tres décadas, de manifestar que no bastará el tiempo ni los tiempos para el ocultamiento ni el olvido. Que generación tras generación se recordará sin titubeos, que no hay expiación.

La plaza de la Memoria, como un solar imperturbable donde se levantaba aquella casa, atestigua y guarda en paz, como un cementerio de lágrimas contenidas el lugar en el que 29 inocentes fueron arrebatados de la vida por el terror. La embajada, una iglesia y una escuela en la que 40 niños se salvaron de milagro. Los rescatistas recuerdan a esas criaturas tomando sus cabecitas. A las 4.30 de la mañana siguiente salvarían al último sobreviviente, una monja.

Qué busca matar el terror en su carnicería. El presente nos da numerosos ejemplos de que el odio criminal no tiene razones, sólo fuerza bruta y brutal. Enraizado en la intolerancia, es un impulso de muerte, de exterminio, para eliminar el derecho de otros a existir siendo quienes son, viviendo como eligen vivir. Aquel, de Suipacha y Arroyo fue un ataque a todos nosotros. A nuestra convivencia en paz, y en libertad. El terror odia la convivencia, odia la tolerancia, odia la paz. El terror es el odio hecho muerte.

Cada 17 de Marzo, como cada 18 de Julio, la doble herida de los atentados impunes convierte a esas fechas, -en la hora señalada por las bombas-, en el instante de un ritual de paz, y defensa de la paz. Porque sin justicia no se restituirá en forma definitiva la paz. Al cráter de las bombas se suma el agujero de la justicia, que junto a la ausencia de sus seres queridos duele como la muerte para los familiares que ya llevan una vida esperando justa reparación de la justicia de los hombres.

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