¿Los argentinos somos izquierdos y humanos?

Paradógicamente, la Argentina parece estar en un lugar equivalente al de los países que hace cincuenta años hacían oídos sordos o relativizaban las súplicas de las víctimas del terrorismo de Estado

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Alberto Fernández en la cumbre de la CELAC
Alberto Fernández en la cumbre de la CELAC

Corría el último tramo de la década de los 70. El autodenominado Proceso de Reorganización Nacional está consolidado en el poder. El caos político y económico previo actuaba aún como un recuerdo demasiado reciente. La actividad guerrillera había recibido contundentes golpes ya en el último tramo del gobierno peronista.

Para 1975 el ERP había sido desarticulado en su foco en la provincia de Tucumán y a fines de ese año la organización marxista leninista había sufrido una devastadora derrota en el fallido copamiento de los arsenales del Ejército en Monte Chingolo. La infiltración de la inteligencia militar en el aparato logístico del ERP y la fluida comunicación entre la dirigencia peronista de la zona y las FFAA, permitieron anticipar la maniobra y neutralizarla.

Ya en 1974 Perón había avanzando claramente en poner fin al accionar tanto de ERP como de Montoneros. El discurso y la carta que el tres veces Presidente dirigió a los efectivos del regimiento de Azul del Ejército argentino, atacado por el ERP el 19 de enero, es claro y contundente: “Quiero asimismo hacerles presente que esta lucha en que estamos empeñados es larga y requiere en consecuencia, una estrategia sin tiempo. El objetivo perseguido por estos grupos minoritarios, es el pueblo argentino, y para ello llevan a cabo una agresión integral. Por ello, sepan ustedes que en esta lucha no están solos, sino que es todo el pueblo el que está empeñado en exterminar este mal y será el accionar de todos el que impedirá que ocurran más agresiones y secuestros”.

Con respecto a Montoneros, con su origen nacionalista católico y luego peronista o mejor dicho socialista nacional en su lenguaje, el General Perón había mostrado claramente su decisión de terminar con esa rama del movimiento. La primera escenificación de ello fue la áspera reunión con una decena de diputados de esa orientación. Con sólo ver el audio y video de la misma, queda en claro la ruptura de todos los puentes.

La escena final, sería la famosa reacción del caudillo en una de sus últimas apariciones públicas en la Plaza de Mayo, que derivó en la retirada de las columnas de la tendencia o montoneros. Sin olvidar el accionar de grupos de ultraderecha como la AAA y otros de origen sindical.

Volviendo a 1978, el gobierno militar disfrutaba del éxito argentino en el Mundial de fútbol y el fracaso de la última ofensiva montonera. En el frente externo el principal desafió, además de la escalada diplomática y militar que se comenzaba a dar con Chile por la soberanía en las Islas del Canal de Beagle y su proyección marítima hacia el Atlántico, eran las fuertes presiones del gobierno de los EEUU del presidente Carter por la situación de los DDHH en la Argentinas.

En ese contexto, desde Buenos Aires la Casa Rosada respondía con una intensa campaña internacional y de prensa. Se articularon mecanismos de diálogo con Cuba, la URSS y gobiernos de la órbita soviética para evitar el avance de resoluciones que derivaran en condenas de organismos internacionales como la ONU.

Esa buena sintonía con el comunismo internacional, ya había producido elogios de altos mandos del PC como calificar al General Videla como un General democrático. En esta puja con los EEUU la dictadura argentina acuñó la famosa frase “los argentinos somos derechos y humanos”, al mismo tiempo que levantaba la bandera de la no injerencia en los asuntos internos de los Estados. Ese lema se reproducía en carteles, publicidad televisa y radial y en stickers para pegar en los autos.

Mientras tanto la Casa Blanca, por medio del Departamento de Estado, la OEA y la Comisión Interamericana de DDHH, buscaba hacerle pagar un costo político internacional a los mandos argentinos. Los grupos de exilados de nuestro país desarrollaban intensas tareas de difusión tanto en Washington como en Roma, París, Madrid y otras democracia occidentales y capitalistas. Ni la URSS ni sus colonias emitían la más mínima crítica a Buenos Aires. Menos aún cuando la Argentina se negó a fines de 1978 y comienzos de 1979 a sumarse al embargo cerealero contra Moscú que Washington impulsó por la invasión a Afganistán.

Más de cuatro décadas después de estos hechos, desde sectores políticos del gobierno nacional y sus aliados, se mantiene un atronador silencio sobre las violaciones a los DDHH en Cuba, Venezuela y Nicaragua. Bajo el argumento de la no intromisión en los asuntos internos de los Estados. Al mismo tiempo que la Argentina viene haciendo exactamente lo contrario al momento de abordar los casos de un gigante como Brasil, Chile, Bolivia, Ecuador, Perú, Paraguay y, prontamente, Colombia. Todo acompañado por un clima de crítica y aspereza con los EEUU y organismos como la OEA y la Comisión de DDHH de la ONU. Todos ámbitos que la izquierda argentina usó intensivamente entre mediados de la década de los 70 y comienzos de los 80.

Una trágica parábola de la historia y un daño sin retorno al relato de la prioridad suprema de los DDHH que el kirchnerismo puso como eje de su discurso. Casi medio siglo después, la Argentina parecería estar en un lugar equivalente a los países que hacían oídos sordos y o relativizaban las súplicas de las víctimas del terrorismo de Estado. A diferencia del postulado de Marx acerca de que la historia se da primero como tragedia y luego como farsa, en este caso también se vuelve a dar como tragedia.

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