Arte: el temblor de la falsificación

Hay pintores que tienen la capacidad o la habilidad de hacer falsos que pasen por genuinos. Sorprende, pero los hay

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Un hombre contempla el "Salvator Mundi" (EFE/EPA/CHRISTOPHE PETIT TESSON)
Un hombre contempla el "Salvator Mundi" (EFE/EPA/CHRISTOPHE PETIT TESSON)

Después de darle una vuelta a ”El temblor de la falsificación”, la novela de la perturbadora y admirable Patricia Highsmith, pensé que no había nada reprochable en pedirle prestado el título, aunque no va de lo que llegará ahora.

Mi amiga, experta eminente en arte, tomó un poco de café, y miró con sus ojos verdes, el barbijo anudado en una muñeca a la moda covid chic.

-¿Se falsifica en el arte?

Se tomó unos segundos.

-¿Es un chiste? Claro que sí. En la Argentina hay más de lo que se supone.

Hay obras de tanto valor que no tienen fronteras. Los siglos, las leyendas, los maestros mayores lo hacen posible. Nuestro sube y baja de precios es más doméstico. El mercado de firmas caras en un país determinado sin todo lo anterior crea un mundo. Una gran firma entre nosotros y con cotización importante, se esfuma en otros lugares. Sucede. Firmas de muy buen precio aquí resulta porque en gran medida es asunto social, casi familiar. Y se falsifica. Varios coleccionistas tienen, y cuelgan obras en museos que son falsas.

-Pero hay peritos, especialistas en determinados artistas. No debe ser tan fácil.

-¿He dicho que es fácil? Pero tampoco imposible, como ves. –pidió otro café-

-Pintores, pongamos en el caso de la pintura, que tienen la capacidad o la habilidad de hacer falsos que pasen por genuinos.

-Sorprende, que querés que te diga.

-Obvio -dice mucho obvio-, por supuesto. Peritos, sí, pero los hay de una gran perfección y los cuelan en la compra y en la venta. Hay cuadros carísimos en casas particulares. Incluso aceptan una copia entre susurros y guardan los originales asegurados. No se trata de conocedores para determinar lo verdadero y lo falso. Muerto alguien de cotización, y ya sin nada que podría conseguirse piezas más adelante, “aparecen”. El criterio de los familiares es decisivo: “Recuerdo la semana en que Papá hizo el paisaje pampeano en un vendaval. Me produjo alguna melancolía. Por lo que hizo y por la concentración casi inhumana que usaba pinceles y varias espátulas. Me acuerdo”.

Queda verificado y todos contentos. Esperó el café y agregó:

- Fijate que el príncipe saudita, Mohammed bin Salman bin Abdulaziz al Saud, compró por 450 millones de euros “Salvator Mundi”, de Leonardo Da Vinci, datado en 500 años. Ahora está en un recinto especial, una colección que se visita con gran cuidado –imagínate- , y estuvo un tiempo en un yate gigantesco para la contemplación de los invitados y amigos. Se negoció en Francia, y ya hay dudas de si fue hecho por Leonardo o por discípulos con su dirección. El gobernó francés llegó a intervenir como una especie de juez y proclamó que era por entero de Da Vinci: la política exterior movió una pieza. Aunque no podemos llamarlo un falso del todo, lo es en gran medida y de otra forma. Con lo muy antiguo se estudian si los colores son de la época, los lienzos, rayos X, en fin, un universo de comprobaciones muy rigurosas. Hay fortunas en juego. Y sin embargo han pasado falsos por auténticos. Siguen pasando. No diré con Dalí, una actitud y terreno resbaladizo. Le divertía, aceptaba firmar falsos en su presencia. Puede ser por fidelidad a la esencia del surrealismo, otra vía de afirmar la convicción, ligada a lo que la simulación de la locura hizo en él. Simular la locura tiene ese riesgo: que se termine por serlo.

- ¿Te vas?

- Sí, tengo que seguir –se puso el barbijo a tono con los ojos-, hay bastante que ver en Buenos Aires.

Los grandes falsificadores.

500 falsificaciones de obras de Francis Bacon en Italia fueron confiscadas en Italia (EFE)
500 falsificaciones de obras de Francis Bacon en Italia fueron confiscadas en Italia (EFE)

Tal que vinieron lecturas y personalidades de asombro. Las historias conocidas de estafadores con una precisión al hacerlos sino también de quienes intervinieron en una trama que consiguió engañar a los mayores conocedores en la inspección de lo ofrecido.

Viene a recordar, ya veremos cómo, Roger Peyrefitte reveló una de esas asociaciones refinadas y oscuras en torno a la falsificación. Escritor y diplomático, Peyrefitte fue desde el inicio de su literatura -30 libros- , a menudo discutida y escandalosa, un sostenedor abierto no solo de su propia homosexualidad, sino también de la condición en campo amplio. En el punto de largada está “Las relaciones particulares”, novela acerca de un amor entre alguien ya en la puerta de la adultez y un adolescente, casi un niño, todo con final trágico y en un colegio jesuita.

El tema fue permanente. En la diplomacia –embajador en Grecia-, produjo tanto revuelo que el ministro francés de relaciones exteriores protestó pero no accionó en la justicia “por mis convicciones religiosas”, sean las que fueran: Peyrefitte apenas camufló la conducta singular de la mujer del ministro en “Las embajadas”.

Sin ocultar la compañía de efebos y querubines apenas imberbes, y su defensa y aún con ostentación , serían hoy casos de pedofilia. Se inició en el 43 –murió pasados los noventa-, publicó “Los judíos”, a la defensa y honor, dijo, ”del pueblo bíblico y las infamias del antisemitismo”. Puso como judíos en menor o menor grado a De Gaulle, a los Kennedy, a los borbones, a Hitler, a la familia Windsor, a Francisco Franco, a Konrad Adenauer, a Fidel Castro, a Adolf Eichmann. No se incluyó.

Llegó para nuestros falsificadores memorables con “La vida increíble de Legros”, donde Peyrefitte recorre minuciosamente todo lo que concierne a quien alcanzo una bruma legendaria. Fernand Legros, nacido en Egipto, también en colegio confesional, fue bailarín, agente de la CIA, influyente internacional con personajes clave, padre de dos hijos y también homosexual sin ocultamiento, amante del secretario general de las Naciones Unidas, Dag Hammaraskjõld, muerto en accidente de aviación cuando intentaba mediar en la guerra del Congo en lo que se creyó, sin excepción, era un magnicidio.

Legros, con seguridad un psicópata histriónico y seductor, detectó a Emyr de Hory, nacido en Budapest, en una familia judía encumbrada que decía provenir de orígenes levíticos. El apellido era Hoffman y dejó Hungría menos por la posibilidad de sumar al Holocausto -que sí-, sino sobre todo por intervenir desde muy joven en negocios sucios. Alcanzó los Estados Unidos de alguna manera, luego Paris. Tenía al don impar que lo condujo a ser el inigualable falsificador de la historia.

Vendió su primer “Picasso” a una empresaria francesa y sumó a Modigliani, Monet, Derain, Matisse. Pronto Legros y su socio Reàl Lessard dieron con él y se montó una fábrica de falsificaciones en el mundo. Su amigo Clifford Irving escribió “Fake!!”, -a su vez- Irving había inventado una biografía novelada de Howard Hugues y, ya descubierto, lo filmó “F for fake” en Ibiza, convertido en personaje mundano, Orson Welles frente a frente en un documental.

No es poco: de Hory era una estrella que, debe agregarse, se apagó en la cárcel con cargos de defraudación y atentar contra la familia (Franco,, homosexualidad, una constante), donde se mató con barbitúricos. Legros, de Hory, una combinación que parecía perfecta, tenía fisuras: un petrolero tejano que les había comprado 100 postimpresionistas revisó todo y, con detalles extenuantes pero implacables, supo que 40 eran falsos. Fue el derrumbe.

Fin de Hory, fin de Legros, el hacedor del gran fraude. Hay otros, pueden encontrarse. Tampoco fue una novedad: créase o no -mejor sí-, Miguel Ángel conseguí la vente de una remota escultura griega hecha por él a golpes de formón y ácidos. El genio y la ética no siempre casan. Ética es palabra con origen en el griego clásico.

La semana pasada volví a encontrarme con mi amiga profesional del arte, la mejor.

-Bueno, hay un montón y en gran medida fabuloso.

-¿Viste -dice viste además de obvio-. Lo que me parece es que el tiempo modifica todo.

-¿Por qué?

-Si los fake permanecen años y años en museos, casas y colecciones serán algún día verdaderos.

Me miró con una sonrisa entre escéptica y alegre.

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