Woody Allen, el genio cancelado

El temor del director a la muerte y la piedra sobre la que cae el repudio por el escándalo del abuso a Dylan

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Woody Allen
Woody Allen

A Woddy Allen, Allen Stewart Konigsberg, le han dado las campanadas de los 86. El número lo ha puesto en un círculo de hierro -su temor a la muerte, materia prima de muchas de sus cincuenta películas y la piedra sobre la que caen la cancelación, la espalda o el repudio-: nunca aclarado, el escándalo del abuso a Dylan, adoptada por Mia Farrow durante la unión de los dos. Se vio entonces en la oscuridad uno de los artistas capitales del siglo XX sin pruebas ni indicios para la ley que justificara un proceso –no es simple reunir pruebas en casos así, hay que agregarlo-, y Mia Farrow proclamó la presunta aberración. Dylan publicó una carta abierta en el New York Times donde, ya mujer, ataca al director con datos y y hechos sobre lo ocurrido en un altillo con presunción de repugnancia: “Es un juego. No se lo cuentes a nadie”.

En minutos puede fabricarse un abismo. ¿Es el mismo del conmovedor relato de “Manhattan”? ¿El de “Annie Hall”? ¿Es el autor –ciertos críticos llaman despareja a una obra de oceánica vastedad y el jadeo incesante de la creación alcanza para refutarlo: es un todo- de “Hanna y sus hermanas”, “Deconstruyendo a Harry”, “Maridos y esposas”, también un pedófilo? Tenía siete años.

Lo cierto es que calló, como si pensara que los días y la verdad iban a prevalecer y que no era necesario aclarar al respecto. El diálogo con un diario español parece ir ahora hacia otro lado: “Tal vez no era la actitud. Cuando se crea una fuerza de odio perdura, aumenta. Siempre crece. Sin embargo, con silencios y pausas sigo adelante”. Es cierto. No se detuvo. Siguieron las comedias del sello Allen, muy de Nueva York, viajaron hasta Paris, hasta Roma, hasta Barcelona, hasta el País Vasco. Comedias trágicas que nos diviertan de que las cosas salen al revés, que el mal triunfe, que el amor ilumine hasta que necesariamente llega el crepúsculo.

Woody Allen en la película "Bananas"
Woody Allen en la película "Bananas"

Una clave que quizás justifica y revela a Woody Allen es la carrera sin descansos para no caer en el vacío y el sinsentido. Puede ser. Arriesgamos la idea de que un pesimista puede emocionar y regocijarnos con su filmografía completa hasta incorporar por completo a nuestras vidas: sin Woody Allen el mundo hubiera sido peor. Desde cada film, con sus títulos austeros desde el principio y la música de Gershwin, la trompeta tan potente y a veces la tristeza escondida de Louis Armstrong, los crooners de las grandes orquestas en los cuarenta y los cincuenta, todo es bienhechor.

Procesamos la pena de que pasan los días sin justicia ni brújula y, en la ollita del artista alquimista, encontramos felicidad. No es un monoactor como Chaplin, como Cantinflas, como Sandrini, pero es siempre el mismo, siempre es él en muchas historias. Se dirige -la verosimilitud que el tiempo requiere ya sus “dobles”- y lo hecho con Charlize Theron, a la gran y muy alleniana Judy Davis, a Diane Keaton- relación inolvidable y película para ver veinte veces-, a Penélope Cruz, a Natalie Portman, a Javier Bardem, a Jude Law, a Scarlett Johanssen, a Colin Firth, a Juliette Lewis, a Di Caprio, a Sean Penn. Más estrellas que en el cielo. Woddy, Mia Farrow y Soon Yi: rayos y centellas.

Una mirada detenida en los dos, vemos a Woddy Allen nacido en una familia judía promedio y convencional, del que surge el humor referencial siempre irresistible Ateo a su manera que da vueltas al respecto y lo convierte sin temor en gags, fue actor del stand up y guionista con éxito inmediato. Se puso encima un impensado aire británico, pantalones de corderoy, cintura alta, camisas viejas confortables y usadas como corresponde, tweets fatigados. Tuvo dos casamientos, Herlene Rosen y Louise Lasser, actrices. El tercero sería con Soon Yi, rayos y centellas. Amores diversos, al podio Diane Keaton (el verdadero nombre es Annie Hall, qué me dicen), y entre el psicoanálisis en serio y algo menos a veces, el sexo como deseo y conversación en parties abundantes, todo reunido en films que lo cuentan como material en uso de un planeta acomodado, intelectual, con uniones y desuniones superpuestas, Sustancia de un camino para darle buena parte de los filmado.

Como si un cura hiciera cine con lo escuchado en el confesionario. Cultor de Bergman y del neorrealismo (la preferida es “Ladrones de bicicletas”, Vittorio de Sica, 1948), lector constante, de una cultura que bien puede obrar como ironía en no pocas ocasiones. El chiste más refinado tiene la misma gracia que la sal gruesa.

En “Harry…”, el personaje del escritor odiado por poner en sus novelas a amigos, familiares, ex mujeres apenas disimuladas con sus nombres verdaderos no tiene quien lo acompañe a recibir a un reconocimiento en la universidad ya lejana, un viaje. Irá con él una prostituta afroamericana enorme y comprensiva. Harry quiere ser considerado con ella y, en cierta escena, le propone temas generales, no solamente su trato básico.

- ¿Hablamos de otras cosas?, propone Harry.

- Muy bien, claro.

- ¿Qué te parecen los descubrimientos de los agujeros negros?

- ¡De eso vivo!, contesta ella.

Woody Allen junto a Soon-Yi Previn (Getty Images)
Woody Allen junto a Soon-Yi Previn (Getty Images)

Mia Farrow, por su andarivel y hoy de 76, es hija de Maureen O´Sullivan. Una actriz de importancia en la industria a partir del papel de Jane, compañera de Tarzán. Éxito y negocio de envergadura que Rice Burroghs, creador del rey de los monos, iba escribiendo los libros a medida que se necesitaban capítulos. Tarzán era Johnny Weissmüller, cinco medallas de natación, un metro noventa, atleta austro americano y actor en la serie con fama enorme (acabó sus días en un psiquiátrico mientras escupía a otros internos y soltaba el grito de Tarzán).

Maureen fue irlandesa y católica, que va de suyo. Mia, en consecuencia, entró en el entretenimiento con pañales. Y creció como actriz formada y firme en cualquier pista -“El bebé de Rosemary”, con Polanski- y las doce que interpretó con Allen en los trece años, todas notables hasta la explosión. Anotemos el matrimonio con Frank Sinatra, el hombre más poderoso de los Estados Unidos (célebre texto de Gay Talese) y el de André Previn. Mia había sido nombrada embajadora de UNICEF con muchos viajes en situaciones de hambre, dispersión y desencuentro humano, guerras y posguerras. Allí donde viera, adoptó. Niños y niñas con problemas graves en lo que se vio una decisión altruista con una contracara crítica: una coleccionista de seres como frutos imperfectas recogidos al pie del tronco.

Ella los cuenta así: “He tenido catorce años –gestados y adoptados por igual- y dieciséis nietos. Es algo muy grande“. Elude cuando puede evitar que tres hijos adoptados se suicidaron. Tam, vietnamita, ciega, con somníferos y analgésicos.

Lark, de 29, por sufrir una infección crónica (marido, hijos) y Thaddeus, de bala en un auto a metros de la casa de Mia, quien mantuvo que era un accidente y aceptó la versión de una depresión amorosa frustrada.

Cuando descubrió que Soon Yi, coreana, mantenía una relación con Allen (35 de diferencia, fotos con desnudos) la furia fue apocalíptica. Y allí se puso en juego el episodio Dylan. ¿Realidad o venganza a través de una mente manipulada? Según Ronan Farrow, hijo biológico de Woody y Mia, periodista de gran prestigio y juventud (Pulitzer), es un individuo repulsivo. “Siempre tuvo una inclinación morbosa y pedófila hacia Dylan“. Lo odia a cara lavada. Moses, en cambio, adoptado y terapeuta familiar afirma que Mia era una madre maltratadora y mentirosa, que arrastraba o encerraba en armarios como castigo: es producto de la venganza y el odio”.

Amigos, gente de los elencos de sus películas, editores que se negaron a aceptar sus memorias, el poder de “Me Too” y “Time´s Up”, cierran una vida extraordinaria con el genio cancelado. El peor fin que podría escribir y dirigir un día.

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