Francisco, la libertad, los medios y la democracia

La diferencia entre una democracia popular y una democracia liberal está en dónde se sitúan el máximo y el mínimo de la intervención por parte del Estado

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El papa Francisco, en una imagen de archivo. EFE/EPA/MAURIZIO BRAMBATTI
El papa Francisco, en una imagen de archivo. EFE/EPA/MAURIZIO BRAMBATTI

Hacia una libertad integral

Como lo señalamos en una nota titulada El Papa y la libertad de mercado, este, en sus homilías y particularmente las referidas al capitalismo no hace sino traducir los documentos del magisterio de la Iglesia, de los Papas, del Concilio Vaticano II y de las Conferencias de los obispos latinoamericanos, sobre todo Medellín, Puebla y Aparecida

A modo de introducción y de la mano del gran filósofo, lógico y matemático polaco Joseph M. Bochenski en aquel artículo hicimos un rápido repaso de las dimensiones de la libertad del ciudadano: la libertad psicológica, la libertad material o económica y la libertad política. Repaso ajeno a la consideración teológica de esa relación y sus dimensiones. Recordemos que la libertad material es propia de la naturaleza del ser humano y que el cuerpo humano es su economía primaria.

El liberalismo tiene una visión sesgada de la libertad

Dijimos que el liberalismo es la doctrina que procura el más alto grado de libertad en su dimensión política, exigiendo su tutela por parte del Estado, en cambio, niega la función protectora de este para procurar la libertad material o económica del hombre y de su familia y absolutamente la niega cuando esta implica algún grado de intervención sobre los bienes y la libertad política de los que gozan de una amplia libertad material.

Por eso decimos que el liberalismo incluyendo la variante del libertarismo, es una visión parcial, sesgada de la libertad, a pesar de que se conceda que el Estado -como en general sucede- destine parte de sus fondos a la organización y prestación de los servicios públicos esenciales aunque no se acepte siempre su gratuidad.

Nos preguntamos una vez más: ¿de qué le sirve al pobre la declaración de inviolabilidad de la propiedad privada del artículo 17 de la Constitución Nacional si carece de propiedad? ¿De que le sirve el derecho a una vivienda digna del artículo 14 bis de la Carta Magna cuando para él sigue siendo una mera declaración?

Democracia popular y democracia liberal

Ahora bien, la diferencia entre una democracia popular y una democracia liberal está en dónde se sitúan las marcas del máximo y del mínimo de la intervención, por parte del Estado en la economía, en la participación en el reparto de la torta y en la prestación de los servicios públicos.

Los criterios de fijación de esas marcas está en relación con la aceptación de una economía libre o dirigida por una parte y con la prevalencia de los valores “servicio” y “solidaridad”, a los que el Papa Francisco y nosotros concedemos un lugar privilegiado en la escala axiológica o sus contrarios de “sumisión” e “indiferencia”.

Hoy la mayor parte de las democracias del mundo rechazan el argumento de que el aseguramiento por parte del Estado de un mínimo (de bienestar para todos) no pertenece al ámbito político sino al orden de la moral o de la religión como lo sostienen los liberales extremos. “Yo no quiero que el Estado me obligue a ser bueno. Ese es mi problema”, dice Nozick.

En los hechos la rotación de la perilla hacia uno u otro extremo se produce por criterios políticos. Al estado de la economía de cada país en un tiempo determinado (exportaciones, importaciones, déficit fiscal, créditos o pagos de la deuda externa, inversiones, etc) deben sumarse los reclamos de los trabajadores, de los empresarios, de los movimientos sociales y del poder de los medios. Los medios en nuestro país, tienen un indisimulable color político, pero en ambos casos se encuentran en el interior de la publicidad en una aleación indisoluble con el capital y el consumo.

El Papa Francisco y las teorías del “derrame”

Como dice el papa Francisco en la Exhortación Apostólica Evangelii Gaudium “algunos todavía defienden las teorías del «derrame» que consisten en la ecuación: libertad de mercado es igual a crecimiento económico que es igual a inclusión social y mayor distribución de la riqueza. La realidad demuestra que esto es falso y que por esa vía solo se genera: más ricos y más desigualdad (Acap. 56), más “globalización de la indiferencia (Acápite 54 EG). Sólo se logra cubrir una sola de las necesidades del ser humano: el consumo. (Acap. 55)

La Democracia y los mass media

Sin lugar a dudas el sistema democrático es el mejor sistema político que el hombre pudo concebir. Sin embargo, ni en la democracia griega dejaron de señalarse errores a los gobernantes. La libertad de crítica sólo pudo nacer con la democracia -dice Indro Montanelli- y aún cuando no existían las empresas de medios “la sátira política de Epicarmo, Crátino y Eupolis que fueron sus pioneros se sirvieron del teatro como hoy se sirve del periodismo para atacar, morder y parodiar partidos, hombres e ideas” y “el gran jefe político, Pericles, a quien debían su existencia, fue, precisamente, el blanco de ellas”.

Pero como explica el genial periodista del Corriere della Sera esa contradicción se explica porque ni siquiera el más reaccionario de esos autores como Aristófanes perseguían otra cosa que el éxito y aquí está la diferencia de aquellos con las empresas de diarios y canales de televisión argentinos. No sólo se trata de la diferencia en la excelencia y en el arte. El libelista Hermipo abusaba con fuerza de la sátira y con mayor solidez lo hacía el gran autor de Las Ranas o Las Nubes, pero ambos cuidaban la democracia. Los nuestros abusan sin arte en el manejo de la opinión pública mientras cometen un acto de arrebato del poder del pueblo mediante dos armas cortas que les son comunes: el espectáculo y la repetición.

La pérdida de importancia de los políticos

En las sociedades actuales y también en la nuestra los políticos han perdido toda importancia. Porque carecen en general de talento, pero además, porque no son libres para adoptar decisiones y transformarlas en actos públicos concretos que realicen la voluntad popular sin correr el riesgo de ahogarse en el vacío. Porque como dice el filósofo italiano Giorgi Agamben -este vacío, el de la política- sólo “se llena con el espectáculo de la escenificación mediática” (El Reino y la Gloria. Una genealogía teológica de la economía y el gobierno, Valencia Pre–textos, 2008, pág. 14).

Entonces, las decisiones que antes eran exclusivas de los representantes del pueblo ahora las toman los medios. Carece de importancia lo que hagan o digan los políticos si estos actos no son transmitidos por televisión y por las redes, sólo se leen u oyen las expresiones que previa selección publican los diarios o la televisión. Los debates de ideas se desarrollan después que los medios eligen y maquillan a los “dirigentes” a quienes organizan y coordinan. Las breves imágenes y conversaciones se llevan a cabo con la escenografía, el tiempo y sobre los temas que determinan los empresarios.

La dimensión doxológica del poder

Esta deformación de la democracia ocurre en América y en Europa a lo menos. Giorgio Agamben sitúa el tema en esta dimensión del poder y con él coincidimos en cuanto afirma que “si los media son tan importantes en las democracias modernas, no es sólo porque permiten el control y el gobierno de la opinión pública, sino también, y en especial, porque administran y dispensan la Gloria, el aspecto aclamativo y doxológico del poder…” (op. cit. lugar cit.). Ese es el campo de batalla.

“Ir, ver y compartir”

Hemos descubierto, ya desde hace tiempo -dice el Papa Francisco- cómo las noticias y las imágenes son fáciles de manipular, por miles de motivos... Esta conciencia crítica empuja no a demonizar el instrumento, sino a una mayor capacidad de discernimiento y a un sentido de la responsabilidad más maduro, tanto cuando se difunden, como cuando se reciben los contenidos. Todos somos responsables de la comunicación que hacemos, de las informaciones que damos, del control que juntos podemos ejercer sobre las noticias falsas, desenmascarándolas. Todos estamos llamados a ser testigos de la verdad: a ir, ver y compartir. (del discurso del Papa Francisco en la Jornada para las comunicaciones sociales, San Juan de Letrán 23/1/2021).

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