Campañas que aburren

Mientras la sociedad da muestras de agotamiento frente a una contienda electoral que se hizo demasiado larga, las principales coaliciones no desplegaron contenidos ni tácticas originales

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Acto de campaña del Frente de Todos en Morón
Acto de campaña del Frente de Todos en Morón

Ya solo dos semanas nos separan de las elecciones generales del 14 de noviembre, y del fin de una campaña electoral desarrollada en un contexto absolutamente inusual marcado por las consecuencias de una pandemia global y por la histórica modificación de las tradicionales fechas de votación.

Sin embargo, más allá de los plazos legales, el inédito contexto, y las vicisitudes de las campañas de los diferentes espacios, el proceso electoral parece estar marcando como un eterno deja vu la agenda, las acciones y las decisiones de todo el arco político del país desde hace muchos meses. Hoy, el estiramiento del calendario se hace notar, el agotamiento y el hastío social están a la orden del día, y parece predominar la sensación colectiva de hartazgo junto con la necesidad de dar la vuelta de página, y conocer de una vez por todas el desenlace final de una novela dramática que tiene cada vez menos rating.

Por su parte, las campañas electorales de las principales coaliciones y agrupaciones políticas que disputan las bancas legislativas y el poder en la Argentina tampoco parecen estar logrando mostrar ninguna estrategia novedosa que genere entusiasmo, movilice y recupere la atención y la atracción de la sociedad. Por el contrario, aun en tiempo de descuento, donde en términos de timing generalmente se recomienda redoblar esfuerzos y mostrar las cartas potencialmente ganadoras, no se vislumbra nada nuevo ni original, y los principales contendientes se aferran a sus mensajes, discursos y estrategias, repitiendo incluso los mismos errores y reflejando las mismas tensiones y desavenencias que afloraron durante las PASO.

Mirando al oficialismo, a solo poco más de un mes del recambio ministerial y de la asunción de Manzur como un nuevo Jefe de Gabinete que prometía instaurar una nueva impronta, un nuevo estilo, e imprimir otro ritmo de trabajo en la gestión del gobierno, poco queda de esa promesa. Una vez que bajó la espuma de la novedad y las fotos de frenéticas reuniones que comenzaban a las 7 am y por las que desfilaban funcionarios de primeras y segundas líneas dejaron de ser suficientes para sembrar ilusiones de un cambio abrupto en la dinámica de la gestión, la figura del Jefe de Gabinete parece haber pasado a un segundo plano rápidamente. Más aún teniendo en cuenta la flamante incorporación de Gabriela Cerruti como portavoz del Gobierno, en una maniobra que pretendió buscar un equilibrio, pero que desdibuja una de las funciones tradicionales del Jefe de Gabinete. Incluso, si la incorporación de Manzur tenía como meta fortalecer el vínculo con los gobernadores, más allá de múltiples reuniones y negociaciones cara a cara, una estrategia orgánica y articulada nunca se concretó. La territorialización de la campaña y el día a día marcan la agenda, al menos, hasta el 15 de noviembre.

Al mismo tiempo, con las limitaciones legales de realizar anuncios de gobierno que pueden promover la captación del voto y con una justicia que ya frenó el bono para consumo culturales para jóvenes y también el subsidio para artistas antes de las elecciones, se puso un freno a la catarata de medidas y programas que marcaron las semanas posteriores al resultado electoral de septiembre. Todas las cartas parecen estar ya sobre la mesa, y ahora hay que jugar con lo que se tiene. El último anuncio relevante, el congelamiento de los precios de más de 1400 productos, sigue siendo la gran bandera que levanta el oficialismo de cara al 14 de noviembre, en la que se orientan todos los esfuerzos y la épica. En este sentido, esta semana el Presidente logró mantener el tema en la agenda con la firma de un acuerdo con 20 gobernadores para avanzar en el monitoreo y el control del programa. Incluso, pese a las mayoritarias críticas de Juntos por el Cambio a la medida y la ausencia de Larreta y Rodolfo Suarez -sí participaron del acuerdo Gerardo Morales y Gustavo Valdés-.

Pero a pesar de que para el oficialismo fue una semana sin mayores anuncios ni novedades, sí hubo un hecho que marcó la agenda y sigue reflejando las tensiones y contradicciones que no logran saldarse, ni entre los socios del Frente ni en el discurso del propio Presidente: el acto de homenaje a Nestor Kirchner. Allí, junto a candidatos, ministros, legisladores, dirigentes sindicales y de movimientos sociales, con la previsible ausencia de Cristina, y frente a la militancia de las agrupaciones, con La Cámpora copando el frente del escenario, el Presidente rompió el silencio de varios días y fue el único orador en un acto en el que, sin embargo, no pareció ser el protagonista.

Con un tono épico y confrontador que por momentos pareció un tanto forzado, Alberto Férnandez señaló: “Voy a pelear y voy a confrontar todo lo que sea necesario, y voy a cerrar con el Fondo el día que sepa que eso no condiciona el futuro de la Argentina”. Una arenga dura, que se ubica en la línea discursiva de la polarización, muy alejada de la campaña del Sí y del tono conciliador y moderado que tuvo pocos días atrás en el coloquio de IDEA. Además, una posición poco coherente con los continuos esfuerzos que viene llevando a cabo el Ministro Guzmán para llegar al acuerdo, y con el encuentro que el viernes el ex profesor de la Universidad de Columbia tuvo con la propia directora gerente del FMI y el futuro Canciller Federal de Alemania en las vísperas de la cumbre del G20 en Roma, que contará con la participación del propio presidente.

A la lista de inconsistencias que ya no sorprenden y parecen ya inherentes a un Frente de Todos que no logra canalizar institucionalmente las diferencias, esta semana hubo que sumar además de las diatribas y chicanas públicas entre el Ministro de Seguridad de la Nación y su par bonaerense, el conflicto generado a raíz de la inesperada media sanción en el Senado de un Proyecto presentado por el Senador Caserío y avalado por Cristina Kirchner, que sube el mínimo no imponible de Bienes Personales de 2 a 8 millones de pesos. En esos términos, el proyecto es rechazado por el Ministerio de Hacienda, que busca con uñas y dientes aferrarse a la meta de un déficit fiscal cercano a 0, para lo que no puede ni aumentar el gasto ni ver disminuidos los recursos fiscales que ingresan a las arcas del tesoro. Un hecho más que refleja la falta de acuerdo en puntos centrales de un plan económico integral.

Pero el frente oficialista no fue el único que dejó al descubierto nuevamente sus contradicciones esta semana, sino que en los últimos días además quedaron más expuestos los desencuentros y los matices en el frente opositor de Juntos por el Cambio. No solo con las ya mencionadas diferentes posiciones de los gobernadores del espacio a la hora de acompañar el acuerdo de control de precios con el Presidente sino, fundamentalmente, en torno al intento de acto épico que pretendió montar Macri en su fallida indagatoria en Dolores.

Pese a la foto que circuló por redes sociales el miércoles en donde el Presidente aparecía rodeado por Larreta, Vidal, Santilli, los principales candidatos de provincia y de capital estuvieron ausentes en el acto de escasa concurrencia. Quizás la incomodidad del tema de la propia causa, las dudas en torno al rol que debe ocupar el ex presidente y la visibilidad que hay que otorgarle tan cerca del acto electoral, sumadas a cierta renuencia a replicar estrategias de victimización judicial propias de Cristina Kirchner, desalentaron a muchos. Los que sí estuvieron en primera plana fueron los referentes más cercanos a la denominada ala dura, entre quienes se destacó Patricia Bullrich, a la que Macri, en un mensaje dirigido tal vez a otros interlocutores, agradeció especialmente por “estar siempre”. Pero más allá de estos desencuentros internos, lo cierto es que si Macri pretendía instalar el relato de una causa sin fundamentos impulsada en un contexto electoral por un juez parcial y cuestionado, la postergación por la falta de un decreto presidencial que lo relevara de la obligación de confidencialidad fue un error bastante inentendible que le vino como anillo al dedo.

Este episodio además de exponer los matices al interior del PRO, generó también desencuentros al interior del propio radicalismo, porque mientras pocos dirigentes del espacio fueron a acompañar al ex Presidente, Morales fue explícito y duro al marcar sus diferencias y rechazar la convocatoria. Sin embargo, el partido centenario también tuvo esta semana su momento de clima épico en el acto en Ferro bajo la consigna “volver a la cancha”. Con un microestadio colmado, el radicalismo consiguió una potente foto que aspira a dejar en claro que ya no es un socio que pueda ignorarse, y que refleja la demanda de una coalición mucho más equilibrada.

Sin embargo, más allá de estos dos hechos puntuales que por cierto no generan demasiado interés fuera del mundo del microclima de la política, la campaña de Juntos por el Cambio tampoco tuvo nada original para mostrar. En tiempo de descuento, la estrategia parece ser mantener la ventaja repitiendo los mensajes y las consignas que se consolidaron tras las PASO, sin innovaciones y tratando de equivocarse lo menos posible.

En definitiva, a esta altura al agotamiento y al cansancio de la sociedad frente a una campaña que se hizo demasiado larga, se suma el agotamiento de la creatividad y de la posibilidad de las estrategias electorales de dar más de lo que ya dieron hasta hoy. Pese a que nunca deben descartarse hechos sorpresivos que puedan mover el tablero, ni las contingencias que siempre acechan al mundo de la política, los días que restan hasta el 14 de noviembre parecen condenados a repetir una danza ya bailada hasta el hartazgo, en donde los bailarines a veces se pisan, se desencuentran y fallan en la coordinación y en los trucos, pero saben que tienen que seguir juntos hasta los últimos acordes. Cuando la música se apague, ya se verá.

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