La enfermedad de un gobierno que apuesta por impotencia al caos

El oficialismo pareciera haber cerrado su libro de pases, el Presidente se conforma con durar y CFK espera encontrar a alguien que le saque las papas del fuego

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Alberto Fernández en Chubut
Alberto Fernández en Chubut

El deporte de la denuncia ha devenido de profesión bien rentada. Sus jugadores de elite ocupan con honores las sillas consulares de cada base de lanzamiento. Inútil intentar pensar, opinar, ni se les ocurra reflexionar, el herido en su ego lanza diatribas desde su honor o cosa parecida, mancillado en su dignidad decora su odio con frases sofisticadas. No olvidar que se trata de un concurso muy bien pago, las empresas y los bancos financian asesinos de las propuestas. Perversos apasionados con alaridos reiterados rasgan sus vestiduras farisaicas como si estuvieran en condiciones de tirar su primera piedra.

La guerrilla, izquierda infantil y provocadora, encuentra en la demencia de indios que nunca lo fueron su continuidad de travestidos revolucionarios, que tampoco tienen nada digno para recuperar. La suma cero de indios sin tribu y revolucionarios sin causa le permite a algún traidorzuelo dar un curso de moral y buenas costumbres. Peronistas que al hacerse ricos se pasaron al partido correspondiente, en una de esas no son traidores sino auténticos beneficiarios de la burocracia de turno. La defensa del embajador Bielsa a un preso repudiado por la mayoría desnuda la enfermedad de un gobierno que reivindica la demencia guerrillera y ahora apuesta por impotencia al caos.

El Presidente compromete toda su energía en quedar como el peor de la historia, que no es poco. Su política internacional es grotesca, mediocre y carente de sentido. Intentan transfigurar su limitada mirada de la realidad en una propuesta continental. Del otro lado, los empleados de los bancos y los grandes grupos, intentan condenar a muchos para rescatar negociados. O sea, la opción es clara, el caos o la esclavitud. Salvo un destino digno, que tuvimos con todos los gobiernos hasta la traición de Celestino Rodrigo y Martínez de Hoz, hasta esa fecha fuimos una nación con industria, deuda pequeña y pobreza austera. Hablan de la crisis del plan Gelbard, ignorantes, ese plan agoniza con la muerte de Perón, luego siete meses de Gómez Morales, uno de los liberales del peronismo. Gelbard era la industria de punta, como Frigerio la pesada y hasta don Mario Hirsch con Bunge y Born expresaba la argentina productiva exportadora y nacional.

Celestino Rodrigo, con Ricardo Zinn y Pedro Pou son los liberales coloniales, destruyen la industria y generan la miseria, sin olvidar como se robarán después las empresas del Estado, con el cuento de “privatizar”. El Estado paga la ruta y el privado pone el peaje, modelo Cavallo-Dromi, saqueo de un país. Celestino Rodrigo no fue una consecuencia, fue el iniciador de la Argentina colonia, esa que hoy sufrimos con dolor, al menos los que no gozamos de la riqueza saqueada. La asociación de estafadores disfrazados de ideología inventa un peronismo que no existe para ocultar los daños de un liberalismo que mató, endeudo y perdió una guerra, todo eso no fue del plan Gelbard, fue saqueo de los bancos y empresas extranjeras que dejaron de ser minoritarias para terminar manejando la mayor parte de la sociedad.

La derrota del Gobierno es un regalo de la democracia, la oposición es la misma que los había vencido para instalar a Macri y nunca terminó de aclarar demasiado el amplio despliegue de su mediocridad. Cuesta entender por qué cada uno de estos fracasos se convertirá en promesa, perderá su zapatito de cristal y devendrá en hada salvadora. Y la carroza en zapallo, los mercados del mundo todos liberados harán fluir mercancías que pagaremos con nuestro agro. En este proyecto sobra la mitad de la población, luego, todos explican como si fuera la teoría de la relatividad que si emiten devalúan, el talento creativo se despliega desde la erupción en paralelo de los volcanes oficialistas y opositores. Si prohibiéramos la diatriba podríamos disfrutar del silencio, de esa paz de los hombres y los pueblos maduros que supieron arribar a “la escondida senda por donde han ido los pocos sabios que del mundo han sido”.

Abundan los economistas, los encuestadores, los asesores, los analistas, y entre todos no nace un político, alguien capaz de sacar la cabeza del laberinto de culpas y acusaciones para elegir un camino colectivo que nos devuelva la esperanza. En un digno programa el conductor nos pidió tres nombres políticos respetables, un participante prefirió expresar sus tres peores enemigos, el resto esquivó la respuesta, la ausencia de personajes dignos de comprometernos con ellos es dura pero indiscutible. La oposición se debate entre el candidato y la propuesta, con muchos para el cargo y ausencia de proyectos. El oficialismo pareciera haber cerrado su libro de pases, el Presidente se conforma con durar y Cristina espera encontrar a alguien que le saque las papas del fuego. La derrota está asumida, los actos de la lealtad midieron vigencia de la vieja izquierda pianta votos el domingo y de un sindicalismo con poder de movilización, pero sin prestigio social. La política ausente de ambos actos. Queda el jefe de Gabinete como actor central para cambiar rumbo de izquierda provocativa a peronismo productivo y parece involucrado en su tarea. Y luego Sergio Massa que no se caracteriza por mucho más que la permanencia de su ambición. Entre ambos se discute el candidato oficialista, el opositor puede ser reformulado por la pasión radical.

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