La contribución del feminismo, no solo es una agenda de derechos de las mujeres y de la diversidad sexual que pone a la Argentina a la vanguardia América Latina. Somos un ejemplo de ampliación de derechos y de debates democráticos, muuuuuuuuuy superadores de la grieta que ya no es solo entre partidos, sino, también entre los propios partidarios.
Ya las mujeres aprendimos a defendernos cuando nos dicen que somos las culpables de lo que nos hacen. Ahora también tenemos que aguantar que acusen al feminismo de ser responsable de lo que otros hacen mal. ¿No hay suficientes errores para señalar en estos días de funcionarios/as en las lecturas post electorales que tenían que decir que la culpa de la derrota oficialista fue, justo, por el aborto legal y la educación sexual? ¿Y no es una contradicción decir que a la gente esos temas no le importan, pero, a la vez, que por eso votan en contra?
En una embajada europea en Buenos Aires una agregada cultural dijo claramente que significa el movimiento de mujeres, mucho más de lo que intentan minimizar quienes lo ningunean: “Los feminismos en Argentina no solo tienen demandas, sino que elevan y mejoran la calidad democrática”. Esa es la diferencia. No solo lo que logramos. Y no solo lo que eso repercute en las urnas. Sino que la forma de resolución de las demandas es mucho más democrática que la simple acción de votar y después prender la televisión a ver como leen, niegan o escriben otros los resultados de los votos.
En los debates del 2018 por la Ley de Interrupción Voluntaria del Embarazo el proyecto se defendió de manera transversal. ¿Se imaginan un proyecto mancomunado entre radicales, kirchneristas, socialistas, macristas, izquierdistas hoy que los políticos de la misma fuerza no pueden juntarse a hablar, ni terminar un acto juntos, sin que la Argentina suba en el riesgo de stress país hasta estallar en memes e incertidumbre colectiva?
Pero, además, hablamos 738 oradores en las 15 audiencias realizadas en la Cámara de Diputados de la Nación, según el presidente de la Comisión de Legislación General, Daniel Lipovetzky (un varón castigado a bajar de diputado nacional a provincial por Cambiemos a pesar de defender la institucionalidad transversal de manera ejemplar).
¿Hay algún otro proyecto tan pensado, debatido, informado y profundizado del mismo modo que el aborto legal? ¿No sería un ejemplo a seguir poder pensar en una ley de humedales, de reducción del desempleo, de etiquetado de alimentos, de políticas de cuidado, de presupuesto que puedan debatirse del mismo modo?
La ley movilizó a millones de mujeres y jóvenes y cada discurso de diputadas/os y senadores/as obtuvo el rating más alto de Diputados TV porque fue atendido, aplaudido, criticado y analizado por miles de jóvenes y ciudadanas como ninguna otra ley. Los políticos no dijeron lo que quisieron con impunidad, la ciudadanía criticó o festejó y cotejó cada discurso. Nunca fueron tan escuchados.
La clave no es ni la antipolítica ni la política del individualismo y los privilegios. La fórmula no es secreta sino que estuvo a la vista: si a la movilización, argumentación, pluralidad, transversalidad, oralidad, datos, respeto, escucha, política, ciencia, participación. No a los políticos que mandan sin ponerse de acuerdo, que no escuchan al pueblo, a las posturas en donde el otro desaparece sin poder escuchar. De los sí se puede aprender para replicar en otros debates sociales, económicos, ambientales y laborales y de los no también para no profundizar en lo que no va.
Y un datazo: en el 2018 la Ley de Interrupción Voluntaria del Embarazo no fue aprobada en el Senado de la Nación. Miles de chicas salieron de las calles llorando, protestando, angustiadas y, sin embargo, sin producir ningún acto de violencia. ¿Saben qué es eso? Bancarse una derrota, soportar el fracaso, aprender de la frustración.
Ojalá la clase política argentina aprendiera del proceso institucional de la aprobación del aborto. Ojalá aprendiera que perder no es tan malo y que perder no tiene que implicar resignarse, sino mejorar lo que falta y aprovechar lo que hay para volver a intentarlo y ganar (como el derecho a la Interrupción Voluntaria del Embarazo) el 30 de diciembre del 2020.
Se pueden aprender muchas lecciones del feminismo. Pero no se puede achacar la culpa de una derrota electoral oficialista o de una crisis inédita y vergonzosa -que no tienen nada que ver con un electorado enojado y obsesionado con la ley de aborto legal- sino con no leer las enseñanzas de construcción ciudadana que sí nos dejo el debate de la Ley de Interrupción Voluntaria del Embarazo.
La fiesta de la democracia del domingo se vistió de luto por la innecesaria y desgastante tensión institucional de un país en el que la silla presidencial lleva una hélice amenazante en el techo de las pesadillas. Y los tanques en la calle una forma de decirnos que nos vayamos a casa porque “la casa está en orden”. Aunque el desorden lo provoquen quienes llaman a marchar o a retirarse de la calle, según su conveniencia.
Pero las que ponemos orden en nuestras casas no queremos que nos culpen por la culpa de una clase política que no está a la altura de cuidarnos ni de cuidarse. No nos lo merecemos. Y la pelota no se mancha. Mucho menos un movimiento que sube la calidad democrática, no la baja.
El gobierno no perdió –como se intentó instalar desde algunos sectores conservadores- porque dio el derecho al aborto legal cuando hubo pandemia, crisis económica, restricciones, mala comunicación, aumento de la pobreza, desaciertos, privilegios y fotos que subieron el indignómetro.
La disputa interna en la coalición del gobierno es notoria, filtrada y pública y con tanta visibilidad –entre tuits, audios y cartas- que no hay necesidad de salir a culpar a los pañuelos verdes de los errores, las internas y los conflictos de la fuerza del gobierno. En todo caso, lo que sobra en esta campaña electoral es machismo. Pero criticar al feminismo no solo resta, sino que puede contribuir a restar o hacer retroceder derechos.
Las elecciones no se pierden porque los derechos de las mujeres y de la diversidad son pavadas que no le importan a nadie y que restan votos en un país donde la lista de errores tiene tantas fotos y dueños que no es necesario que intenten invitarnos a la fiesta de la decadencia.
Si hubieran aprendido algo de la marea verde del 2018 podrían llevar adelante una discusión ejemplar de argumentos, escucha, respeto y movilización como no se pudo generar en ningún otro tema en los últimos años. No es por el aborto legal que se pierde, sino por no haber podido escuchar y aprender de la forma de lograr el derecho al aborto legal que no solo se pierde, sino que, una vez perdida la elección, se genera una crisis aún mayor, sin poder aceptar ni aprender de la derrota. No es por culpa del feminismo, sino por culpa de no saber perder.
El ring en el que se ha convertido la Argentina no es culpa de las mujeres. Lo último que nos falta es que la culpa sea de las que más cuidamos, incluso, para negar que el trabajo del cuidado no es reconocido y que subió en pandemia, pero baja los sueldos (lo que produce la brecha salarial de género) y que ser madre es –y debe ser- sí una elección, un deseo y un derecho.
Si el 31 de diciembre del 2019 nos decían que un virus iba a generar un confinamiento de la mitad de la humanidad y frenar los aviones y cerrar las fronteras nos hubiera agarrado claustrofobia temporal. Pero paso. Y acá estamos. Perdimos las apuestas más optimistas: no salimos mejores. Ni siquiera salimos. Perdimos.
Pero no perdimos las elecciones. Porque las mujeres votamos. Pero no se plebiscitan los derechos que logramos ni se rifa que podamos defendernos de los golpes con una ley de violencia de género, que las trans tengan trabajo o que la clandestina no sea una camilla cara y ruda para que el filo de la guillotina lastime por querer interrumpir un embarazo.
El movimiento de mujeres no está de PASO, no es una apuesta electoral, una pulsión que sube y baja con las encuestas y una política partidaria que ostenta un poder que hoy no tiene, mientras los mercados sí suben y bajan en el neo circo romano de un imperio en decadencia.
Son las bolsas las que suben y bajan el pulgar como los verdaderos leones (que no son los que creen que rugen cuando votan) sino los que deciden si nos vacunamos y si tenemos plata para repartir en las indemnizaciones (que otra vez el mercado quiere pasarle la mochila para no pagarlas y que las pague el Estado) o los precios a pagar en dólares de las propiedades o de la carne para el asado.
La tensión política de los feminismos y los anti feminismos, a veces, tiene más consenso y, muchas veces, genera una turba violenta, cínica y cruel que se cree más fuerte, más compleja, más intelectual o más popular (según lo que quieran desdeñar), más viva o más invencible.
Pero, en realidad, no son una novedad. Son la vieja historia de siempre. Eso sí, con un mundo que tiene mucho para mirar atrás pero poco para mirar para adelante sino se revisa. “Cambiar o morir”, titula Noam Chomsky, el libro que publicó en el 2020. Y ese sí que es el ultimátum. O se cambia. O se muere. El punk no está pasado de moda, sino con su consagración final: no hay futuro. Pero si lo hay es con un movimiento que haga política no solo por los votos y los cargos, sino para reducir daños y pensar como repartir el pan, el techo y el trabajo.
Por eso, los adalides del individualismo braman un egoísmo sin corrección, porque no quieren frenos. Y lo bien que hacen. No hay ya monumentos en los que quedar de molde, herencias que dejar a nietos que no si van a poder salir a respirar un mundo irrespirable en 5 minutos y (menos) en 50 años, ni bronces en los que inmortalizar su figura en un mundo en donde perdurar no es un objetivo viable.
No hay futuro. Si quieren rapiñar que sea aquí y ahora, porque no hay más allá. Y el infinito es una ilusión de muñecos infantiles. Ok, si quieren estar del lado de los villanos tienen sus motivos. Ahora, la pregunta es quien quiere estar del otro lado y no calzarse el traje de heroína pero, al menos, sí de las supervivientes.
El único más allá imaginable es feminista y ambiental. Por eso, la tensión –y que las hay, las hay- entre feminismo y neo fascismos, conservadurismos, liberalismos misóginos o sectores reaccionarios no es electoral. No es por encuestas legislativas cada dos años, ni siquiera por definiciones presidenciales cada cuatro.
No es por el corto plazo de partidos de corto poder para gobernar lo poco que pueden mandar y mandatar a sus votantes. Eso nos queda muy corto. Y para chiquitolina ya están las miserias de la clase -¿la quieren llamar casta?- política.
La pulseada es por quienes quieren levantar a la Argentina a un sueño que ya está perdido en una carrera por volver al pasado y parlotear con volumen alto una épica heroica de lo que fue y a lo que se pretende regresar en un potencial de potencia perdida.
La diferencia es clara: les ofrecen ser malos –que no te importen los otros y no tengas culpa por los demás, con tal de que te vaya bien- y son muchos los que firman el pacto. ¿Para qué pensar en los demás en un mundo sin mucho más para inventar? Pero ser malo no te garantiza ser ganador (y no hablamos de elecciones) en un mundo sin premios que no sean un par de huesos falsos.
Las otras no somos perdedoras, ni torpes, tontas o taradas. Pero todavía –sí- pensamos que hay un futuro posible. No pleno, pero al menos, al que vamos. La diferencia es que no nos pueden vender que el pasado fue mejor a las que siempre estuvimos peor. Y para las que, todavía, mañana puede ser mejor.
Si las mujeres pensamos en retroceder en el tiempo nunca vamos a salir bien paradas. Y, por eso, justamente por eso, porque para atrás, siempre fuimos menos y tuvimos menos derechos, todavía nos ilusiona, lo que hay para adelante. Esa diferencia es la grieta real. Y en esa sí que sabemos de qué lado estar.
¿Querés volver a cuando no votabas? ¿Querés volver a cuando te podían pegar y el golpeador te decía que era un tema de su vida privada? ¿Querés que te secuestren y que la justicia no pueda allanar un prostíbulo de Santa Cruz sin que la policía esté arreglada y que no haya una ley federal de trata? ¿Querés que tu violador te obligue a casarte porque con el avenimiento si le decís “si” el delito contra el honor queda borrado si te viola tu marido?
¿Querés tener hijos obligada o porque no tenés plata porque los anticonceptivos solo son para quienes pueden pagarlos? ¿Querés no poder quedarte embarazadas si no tenés un auto para vender y costear un tratamiento de fertilidad? ¿Querés no poder llegar a jubilarte porque dejaste de trabajar porque tenías que ir a buscar a tus hijos al colegio?
¿Queres que te rompan bolsa para apurarte el parto porque el médico se tiene que ir y que el padre no pueda entrar al nacimiento antes de la ley de parto humanizado? ¿Queres que los obstetras te obliguen a ir a la justicia para hacerte una ligadura de trompas si ya tuviste más de tres cesáreas y tu vida corre peligro?
¿Quién puede querer retroceder en el tiempo? ¿Las que perdían o los que ganaban o, al menos, no sabían que con el tiempo no iban a poder tener la impunidad de violar en nombre del casamiento, borrarse en nombre de la masculinidad y pegar en nombre de los celos? Las que sabemos que no queremos retroceder no retrocedemos nunca. No es una voltereta de la opinión pública. Es nuestra existencia la que está en juego.
La paridad es un derecho que ejercieron las mujeres de derecha, de centro, de ultra derecha y de izquierda. Pero el feminismo no perdió porque no es un partido, sino que es transversal a todos los partidos. Y los partidos que perdieron hicieron mérito para perder y pagaron también los precios de un mundo en pérdida en donde nadie quiere cargar con las culpas y todos quieren culpar a alguien por lo que perdieron.
Pero el feminismo no perdió ninguna elección. Porque es un movimiento que se expresa en plataformas políticas –que ojalá hubieran llevado una agenda de género- pero no es una campaña, ni representa a una sola lista. Nunca. Pero menos en Argentina donde la fuerza nace de la unión y no del corte de boletas.
El feminismo del sur surge con fuerza con las mujeres que pidieron por la paz durante la guerra de Malvinas. Y que hicieron el Encuentro de Mujeres, en 1986, con una transversalidad partidaria, que ni la grieta hostil, ni el resentimiento podrían comprender. Se llama construir. Y juntas. Que es una palabra más potente que un slogan de campaña.
Eso sí: perdimos el rumbo. No solo de vivir en el país menos suizo y más intenso del mundo (o el más ombliguista en el que siempre nos creemos más por creernos menos), en donde la política es tan volátil como bipolar y las caras de los conductores de noticiero cambian como las bocas de urna o las renuncias ministeriales.
“Vive el presente, no vayas para atrás, ni para adelante”, es una buena frase para lograr equilibrio espiritual. Pero no sirve para pensar el mundo. ¿Quién quiere pensar el mundo cuando se sale mal parado de tanto pensar? ¿Pero quién no quiere pararse frente a un mundo que vivió encerrado casi dos años? La salida no es enfrascarse en una nostalgia sin revival.
¿Quiénes quieren volver al pasado? Los que tuvieron más poder del que ahora pueden tener. ¿Qué puede fallar? Que la máquina del tiempo no existe, que no hay posibilidad de retornar a los años dorados del machismo, que la crisis económica actual no permite el ascenso social de los que descendieron de clase y que la culpa de los desclasados no es de las mujeres que les sacaron su puesto sino de un mundo estallado.
Aunque las mujeres también pierdan lo poco que ganaron –entre los y las negacionistas de la brecha salarial de género, por ejemplo- los que hoy pierden no van a ganar más. No va a ser negando que las mujeres asciendan o consigan trabajo que los desocupados van a tener su tesoro ya enterrado.
Las que tenemos más ilusión del futuro que de volver al pasado somos las que no queremos solo rapiñar unas monedas más, sino ver como sobrevivimos y podemos pensar en que a nuestras hijas e hijos sí les dejemos algo. Empezar por darles más derechos ya es un paso. Y no las PASO.
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