Una charla vaticana que enciende chispas en el alma

La cadena Cope de España difundió la entrevista que la semana pasada le realizó el periodista Carlos Herrera al papa Francisco

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El Papa Francisco concedió una entrevista a la Cadena COPE (Foto: Cadena Cope)
El Papa Francisco concedió una entrevista a la Cadena COPE (Foto: Cadena Cope)

Este miércoles 1° de septiembre, en la madrugada argentina y la mañana europea, Cadena COPE, emisora española de radio, dio a conocer la entrevista al papa Francisco que le realizara el periodista Carlos Herrera la semana pasada en la Sala Biblioteca de la Casa Santa Marta, bajo el amparo de las imágenes de Nuestra Señora de la Candelaria y Nuestra Señora que Desata los Nudos.

Durante una hora y media (con la edición, una hora y diez minutos), hablaron de todo: su salud, el próximo viaje a Eslovaquia, cómo atravesó el confinamiento en pandemia, la crisis en Afganistán, la situación del cardenal Becciu, su “posible” renuncia, pederastia en la Iglesia, destacó por sus virtudes a dos cardenales (Parolin y O’Malley) y a Angela Merkel, los abusos contra la tierra, la comunicación vaticana, eutanasia y aborto, la misa tridentina, la relación con China, Messi, Borges, de sus abuelos, los migrantes, su necesidad de Dios. Y declaró que, por ahora, no está España entre sus destinos a visitar.

De toda esta paleta de temas que ya están dando vuelta al mundo, algunas chispas encendieron el fueguito del alma, provocaron sinapsis urgentes, dieron ganas de más. Muchos de los apuntes sobre las definiciones que compartió Francisco esta mañana pasan por actitudes humanas que él asume ante situaciones importantes, fundantes, algunas extraordinarias, otras que proyectan mucho cambio hacia el futuro e involucran a la humanidad. Pone el acento en esas decisiones que se toman por intuición, experiencia de vida, conocimiento de sí mismo.

Voy haciendo recortes de esas chispas que contagian deseos de profundizar. Dice que durante el confinamiento en pandemia siguió aprendiendo a aguantarse a sí mismo “que no es fácil, ciencia que tengo que terminar de aprender, (…) Uno a veces es caprichoso consigo mismo, quiere que las cosas salgan en automático”.

Ante la pregunta de si tenía previsto reunirse con el Primer Ministro húngaro, Viktor Orbán (lo que aún no está previsto en su gira eslovaca), mostró una estrategia preciosa para no hacerse el coco de más en cualquier circunstancia: “Una de las cosas que yo tengo es no andar con libreto. Si estoy delante de una persona la miro a los ojos y dejo que salgan las cosas. Ni se me ocurre qué le voy a decir. (…) Es una serie de ‘futuribles’ que no me ayudan, me gusta lo concreto. El ‘futurible’ te enreda, te hace mal”.

En tres momentos de la conversación con Herrera, Francisco brilla de admiración por tres personas: Angela Merkel, Sean O’Malley y Pietro Parolin. Como decía un autor que traté hace años, la admiración es el escalón superior de la envidia, es ese salto cualitativo del alma que no nos encierra mordiendo lo oscuro, sino que nos abre a las virtudes de los demás, elevando nuestra propia calidad humana. Del cardenal Parolin dice que es “el mejor diplomático que he conocido, diplomático que suma no de los que restan, un hombre de acuerdo”. A la canciller Merkel la definió como “una de las grandes figuras de la política mundial”; al referirse a la crisis en Afganistán y la salida del EE.UU. de territorio afgano citó una frase de la alemana: “Es necesario poner fin a la política irresponsable de intervenir desde fuera y de construir en otros países la democracia, ignorando las tradiciones de los pueblos”. Y agregó: “Lapidaria, que cada uno lo interprete. Me sentí con una sabiduría delante de esto que dijo esta mujer”. Y a su amigo el cardenal estadounidense O’Malley le rindió homenaje: “Fue quien empezó a hablar de pederastia en la Iglesia con coraje. A él le tocó arreglar el asunto en Boston y no fue nada fácil”. ¿Y admiración ante qué demostró el Papa? Ante el coraje, la capacidad de diálogo, la sabiduría al interpretar los signos de los tiempos aplicada a la política global.

Herrera le plantea al Santo Padre que “se puede permitir desengaños como cualquier cristiano” y avanza con su pregunta: ¿cuál es el mayor desengaño que ha tenido el Santo Padre? “Tuve varios en la vida y eso es bueno porque los desengaños te hacen aterrizar de emergencia. El asunto está en levantarse. (…) Ante un desengaño tenés dos caminos: como dice el tango ‘dale que va / que todo es igual / que en el horno se vamo a encontrar’ o me levanto y apuesto de nuevo”, contestó Francisco y solo faltó el “chan-chan” en “sol-do” de fin de milonga. Y se encendió otra chispa: la esperanza.

Al hablar de corrupción financiera en el Vaticano dijo que “es una enfermedad en la que se recae” y que no le teme “a la transparencia y a la verdad”. Libres con la verdad aunque duela.

Hizo un relato pormenorizado de cómo se gestó en él la comprensión sobre la importancia de la ecología y por qué el cuidado de la tierra es primordialmente evangélico. Su segunda encíclica Laudato si’ recibió inspiraciones e ilustraciones de otros actores del mundo que le hablaron y enseñaron. Y él escuchó, aunque al principio él mismo se reconoce “como decimos en la Argentina, yo era un salame y no entendía nada de esto”. Humildad ante la propia ignorancia.

Habló de eutanasia y aborto como las dos puntas de un mismo lazo, en el decir de Fito Páez: “La eutanasia es un producto más del inconsciente colectivo de la cultura del descarte. Lo que se siembra con el descarte se va a recibir después”. Y volvió una vez más con dos preguntas que aguijonean los huesos: “¿Es lícito eliminar una vida para resolver un problema? ¿Es justo alquilar un sicario para resolver un problema?”.

“Ante los inmigrantes hay tomar cuatro actitudes: acoger, proteger, promover e integrar. No guetizar. Los países tienen que ser honestos y ver a cuántos pueden recibir, hasta dónde nos da el cuero. Fomentar el diálogo entre los países”. Casi que se repite con consciente insistencia en su confianza en el poder de la palabra y la escucha, el ejercicio de la cultura del encuentro como manera de superar los grandes conflictos de nuestro tiempo.

Al final de la entrevista, Francisco reconoció que no es de lágrima fácil, que le gustaría ser recordado como lo que es: un pecador que trata de hacer el bien, que en su familia eran muy “abueleros”, que no ve televisión desde el 16 de julio de 1990, que nunca se escapó del Vaticano, que de chico jugando al fútbol era “un pata dura” y que “si Dios me deja solo, soy un desastre”.

Francisco se mostró humano y eso lo acercó, como siempre, un poco más a la gente.

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