Nos roban las raíces para imponer el olvido

Cerró el bar La Paz, allí donde se daba cita el pensamiento libre, ese que hoy no encuentra su lugar

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Bar La Paz (Foto: Franco Fafasuli)
Bar La Paz (Foto: Franco Fafasuli)

Acaban de cerrar el bar La Paz, están cortando las raíces de nuestra sociedad con intenciones de imponer el olvido, ese silencio carenciado de pasado dúctil para ser convertido luego en consumidor. Por ese bar pasamos todos los enamorados de la vida llevando un libro bajo el brazo.

Algún gracioso nos llamó “sobaco ilustrado”, cierto que pasear no es lo mismo que leer, claro que aquel símbolo definía una identidad, expresaba ese sueño de formación humanista que nos ordenaba, ese tiempo en el que todavía las ideas eran más importantes que las cuentas bancarias.

Cigarrillo y ginebra, mayoría de izquierdas, La Paz tenía enfrente al bar Ramos que albergaba a los peronistas. Estaban las librerías y el cine “Lorraine”, donde transitamos la angustia existencial, con Bergman y Antonioni, con Fellini y Buñuel. Un amigo anarquista lo bautizó “troskomatografo”, las librerías hacían juego con esas ganas de comerse el mundo. Se hablaba de “cosmovisión”, de esa pretendida mirada que nos permitiera explicarnos todo, respuestas para cada pregunta y romances esperando en una mesa.

El amor y la revolución entremezclados con un futuro sin límites en un mundo donde todo era posible. Sobraba trabajo y todavía los ricos no habían impuesto sus leyes que cada tanto reiteraban con un golpe de Estado. El marxismo y el cristianismo imitando el debate europeo. Francia expresaba con fuerza sus opciones, Jean Paul Sartre, Albert Camus o André Malraux.

Sin inseguridad ni pobreza, ni la necesidad económica y mucho menos la codicia habían asomado como una urgencia en nuestros horizontes. La holgura no nos conducía al consumismo, aquellos textos actuaban como antecesor del tatuaje. Los encuentros eran para lucir conocimientos y convicciones, todavía los sueños tenían más fuerza que los objetos. Caminar por Corrientes sin rumbo hasta encontrar la mesa que se abría, primero como audiencia porque luego siempre debía aparecer el expositor.

Aquello de “todo tiempo pasado fue mejor” abandona el espacio poético cuando se encarna en nuestra dura decadencia. Nacimos en la sociedad más integrada del continente, hoy nos acercamos al cincuenta por ciento de pobreza. Ese bar era la versión intelectual del “Cafetín de Buenos Aires”, una sociedad que albergaba la pasión del encuentro de españoles e italianos, esos bares unificaban la mirada de infinitas inmigraciones.

Eran una fragua que forjaba nuevos patriotas. En tiempos democráticos escaseaban los violentos, se debatían ideas. Con Onganía y la noche de los bastones largos se inserta el virus de la guerrilla. Y el cine nos ofrece “La batalla de Argel” de Gillo Pontecorvo. Entonces las mesas fueron percibiendo la ausencia de los revolucionarios que pasaban a la clandestinidad. Un proceso de ruptura de la generación, la convicción revolucionaria necesitaba cuestionar como ausencia de valentía a quienes no los acompañaba. Era el bautismo de un nuevo fanatismo. El resto de la sociedad no estaba demasiado al tanto de esas discusiones.

En los antiguos bares de barrio un cartel anunciaba “Salón familia” que protegido por inocentes cortinas inventaba una intimidad coherente con las costumbres de esos tiempos. La Paz era un salón enorme que recorríamos en busca de gente amiga pero años después, ya la pobreza le había injertado un quiosco. Nos fueron robando las raíces, fueron deformando al peronismo, al radicalismo y hasta al mismo liberalismo. Cada corriente de pensamiento había forjado su versión nacional.

En esos bares las ideologías habían encontrado una fragua que contuvo dicho proceso. Todas nos permitían crecer pero el patriotismo era más fuerte que las ideologías. En ese mundo no había espacio para el invasor en su versión marxista oxidada o liberal dependiente ni ecologistas que defiendan los cerdos y los carpinchos. Era un mundo productivo con cultura del esfuerzo y espacio para la reflexión.

De todo eso no quedó nada, la riqueza aplastó al pensamiento, la dependencia a la reflexión y sólo tienen vigencia quienes son subsidiarios de algún poder superior. El bar La Paz albergaba el pensamiento libre, ese que hoy no encuentra su lugar, ese que molesta a los nuevos ricos y al irse lo hizo después de la industria, no era atractivo para intermediarios. Hoy es tiempo de nuevos ricos, tan improductivos como ignorantes, sus riquezas crecen parasitando la pobreza colectiva. Y ellos -los nuevos- necesitan diferenciarse, aquel mundo convocaba al encuentro, este a la ropa de marca y el barrio privado. Y ahí los libros no son moda, más allá de la autoayuda. Eso no debe mencionarse, de eso no se habla, por eso cerraron el bar La Paz.

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