Nuevas demandas, la cara impensada de la justicia social

El único consenso económico en la Argentina es la “plata dulce”

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Alberto Fernández y Martín Guzmán
Alberto Fernández y Martín Guzmán

Pablo Gerchunoff es un intelectual que ha alcanzado una alta valoración en el campo del pensamiento económico, político e histórico de nuestro país. De origen radical, participó en el gobierno de Raúl Alfonsín y en el de Fernando De la Rúa. Es, a mí ver, un militante ajeno, al menos en la actualidad, al tradicional pensamiento de ese partido, afín a la centro-izquierda o al progresismo en sentido lato. Extraña y provechosa evolución la del economista.

Ciertamente todos estamos expuestos a cambios y rectificaciones del pensamiento, pues el mismo se encuentra atado a la realidad que nos circunda. Si cambia la realidad es lógico ajustar el pensar. Gerchunoff es un buen ejemplo de una maleabilidad inteligente.

El 14 de agosto del 2021 manifestó en un diario: “La plata dulce, esto es, dólar barato, no es patrimonio de los gobiernos nacional-populares. Plata dulce fue Perón, fue Menem, fue Videla y fue Macri. ¿No será que hay una presión de la sociedad que va más allá de la clase trabajadora? Porque desde que Martínez de Hoz abrió el turismo externo a las clases medias, el tipo de cambio bajo es un deseo nacional”. Antes de seguir con estas inquietantes declaraciones, detengámonos un instante y pongámoslo en letrilla negra, para Gerchunoff, Perón no está entre los gobiernos nacional-populares, sino que en su política económica está más cerca del Proceso y de Menem. Y esto es objetivamente cierto pues un economista de dólar alto, como Remes Lenicov, asegura que en el segundo Plan Quinquenal, el dólar estaba bajo.

Afirma Guerchunoff que el tipo de cambio bajo es uno más dentro de la larga saga de la ampliación de derechos en la Argentina. El único consenso en la Argentina es la plata dulce. Antes de seguir avanzando, los mayorcitos debieran recordar el éxito contestatario que tuvo la película Plata Dulce. Tenemos entonces que las devaluaciones, dicho en idioma progre, serían un golpe económico de los grupos de poder concentrado contra los sectores populares. Ciertamente esto último ya nadie lo duda. Se diga en progre, en conservador, en arameo o etrusco.

Si esto es así habría que repensar el carácter supuestamente revolucionario y progresista de los acontecimientos del 2001, pues bajo las ideas de Gerchunoff se trataría de un acontecimiento de carácter nacional-populista, dólar recontra alto, de donde se desprendería que el nacional-populismo sería el disfraz de los grupos de poder para someter a los desamparados.

En el año 2002 cuando se debatió en la Cámara de Diputados derogar la Ley de Convertibilidad el diputado de la Democracia Progresista, Alberto Natale afirmó: “Debo señalar que en el Banco Central hay suficientes reservas como para mantener la paridad uno a uno entre el dólar y el peso. Tengo sobre mi banca el informe del Banco Central al 31 de diciembre del 2001. La tenencia de oro y divisas representa 14.658 millones de dólares y los títulos nacionales a valor de mercado equivalen a 4.950 millones, lo que hace un total de reservas de 19.608 millones de dólares. Este importe debe respaldar la circulación monetaria en manos del público que es de 10.960 millones, más los depósitos de las entidades financieras en el Banco Central, que ascienden a 6.435 millones lo que representa un total de 17.395 millones. En síntesis, 19.608 millones de dólares de reservas entre oro, divisas, y títulos a valor de mercado, para garantizar 17.395 millones, tal como lo impone la ley de convertibilidad”. (Cámara de Diputados, enero de 2002) Era claro que no se necesitaba devaluar, fue un golpe contra el pueblo.

Lo que llenó de esperanzas al progresismo y a la izquierda no era otra cosa que lo que constantemente ocurrió con la izquierda en nuestro país, siempre en la vereda de enfrente de los postergados. El doctor Duhalde junto a Alfonsín y el Frepaso lo hicieron: un dólar recontra alto y la izquierda en el peronismo, con el grupo Calafate.

El caudillo de Lomas de Zamora estuvo a punto de incorporar al Ministerio de Economía a Daniel Carbonetto, un peronista tradicional, asesor de Alan García en su primera presidencia. Finalmente se inclinó por el doctor Roberto Lavagna, que no le iba a la zaga en declaraciones progresistas, como al doctor la gusta reconocerse, y el 10 de agosto del 2005 aseguró: “Hay que rechazar el concepto simplista, incorrecto, de que el dólar alto significa salarios bajos. Eso es solo para quien gana en pesos y consume en dólares en Miami, Punta del Este o París (atención Gerchunoff) lugares que, por ahora al menos, no son frecuentados por los trabajadores y el grueso de la sociedad argentina”. En síntesis y en contraposición a la idea fuerza de Gerchunoff, hay lugares que no deben ser frecuentados por los trabajadores. Es para otro tipo de gente.

El progresismo es esto, conservadurismo de la peor especie. Como aquellos que en la Argentina del Centenario disfrutaban de sus glamorosos veraneos en Mar del Plata, con gente como uno, hasta que el peronismo, que de izquierda no tenía un pelo, les arruinó la fiesta, posibilitando que el grasita caminara por la Rambla.

Como dice Guerchunoff, la plata dulce es el único consenso nacional, claro si exceptuamos a cierta dirigencia progre. Notoriamente en nuestro país las ideas se hallan invertidas a la hora de entender la realidad. A la luz de lo escrito el progresismo sería la visión de los grupos de poder mientras que el conservadurismo o liberalismo se aproximaría más a las necesidades de los postergados. El mundo del revés, al decir de María Elena Walsh.

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