Con las Malvinas, no

El cuestionamiento a la decisión política de la Junta Militar no puede implicar un ataque a uno de los pocos puntos en común que une a los argentinos

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Mural que reivindica la soberanía de Argentina sobre las islas Malvinas
Mural que reivindica la soberanía de Argentina sobre las islas Malvinas

Recientes declaraciones despertaron polémica en torno a la vigencia del reclamo de soberanía sobre las Islas Malvinas. Expresiones como “las Malvinas son territorio británico” con una geografía similar “al sur de Escocia” o que “las Malvinas no existen, las Falkland islands son de los kelpers” y la aseveración de que “la creencia en que las Malvinas son argentinas es irracional, es sentimental”, sostienen, palabras más o palabras menos, que las Malvinas pertenecen al Reino Unido.

Sin perjuicio de la honestidad intelectual de quienes formularon esos pensamientos, lo cierto es que aseveraciones de esa naturaleza implican una renuncia a la reivindicación de soberanía sobre las islas que la Argentina mantiene desde siempre. Algo verdaderamente inaceptable.

Pero acaso sin proponérselo, la ocasión habilita la oportunidad de precisar algunas circunstancias. Una cosa es sostener que la guerra de 1982 fue el resultado de una equivocada decisión política de la Junta Militar. Otra muy distinta es desconocer el reclamo permanente e irrenunciable sobre un territorio reclamado como parte integral de nuestra soberanía nacional y por el que cientos de soldados heroicamente dieron su vida.

Desde ya, la decisión de 1982 de haber optado por la alternativa militar, cuando debió haberse elegido la vía diplomática fue un grave error. Es evidente que la operación adquirió las características de una irresponsable aventura militar en ausencia de un análisis adecuado de la situación internacional.

Los hechos revelaron el grado de improvisación y desorientación que reinaba en la Junta Militar. Aunque hoy parezca inconcebible, sus integrantes creyeron seriamente que los Estados Unidos apoyarían a la Argentina. El desconocimiento de la Special Relationship que enlaza a Washington con Londres resultó asombroso. Al punto que las autoridades de entonces anidaban la ilusoria convicción de que la cooperación argentina en operaciones conjuntas con los norteamericanos en Centroamérica motivarían un respaldo a su acción militar.

Ignorando que a comienzos de los años ochenta los Estados Unidos y la Unión Soviética habían clausurado la Detente de la década anterior y tal vez desconociendo que la Guerra Fría alcanzaba entonces uno de sus picos de mayor confrontación, los jerarcas militares cayeron en el error de no tomar en cuenta que Washington no podía aceptar que uno de los miembros militarmente más importantes de la OTAN -y su aliado permanente- fuera obligado a un arreglo en una disputa de soberanía, impuesto por la fuerza de las armas. Desde ya, tampoco se evaluó el alcance potencial de un conflicto frente a un país poseedor de armas nucleares, que en la práctica, fueron llevadas al Atlántico Sur por la flota británica.

Los resultados de tan irresponsable acción no pudieron estar más alejados de los objetivos buscados que la provocaron. La derrota argentina en Malvinas provocó la caída del Proceso y el fin del delirio continuista de los miembros de la Junta Militar. A su vez significó un enorme respaldo a la primera ministra Margaret Thatcher quien se encontraba en una situación de extrema debilidad política al momento de iniciarse el conflicto.

Pero el cuestionamiento a la decisión política de 1982 no puede implicar un ataque a uno de los pocos puntos en común que unen a los argentinos. Al punto que, en ocasión de la reforma constitucional de 1994, se incluyó por unanimidad una disposición transitoria que reza que “La Nación Argentina ratifica su legítima e imprescriptible soberanía sobre las Islas Malvinas, Georgias del Sur y Sándwich del Sur y los espacios marítimos e insulares correspondientes, por ser parte integrante del territorio nacional. La recuperación de dichos territorios y el ejercicio pleno de la soberanía, respetando el modo de vida de sus habitantes, y conforme a los principios del derecho internacional, constituyen un objetivo permanente e irrenunciable del pueblo argentino”.

Expresiones como las que motivaron esta polémica, además, constituyen un menoscabo en la búsqueda permanente de solidaridad latinoamericana por parte de todos los gobiernos argentinos a la hora de procurar un reconocimiento internacional de nuestros legítimos derechos sobre las islas.

El reclamo de soberanía sobre Malvinas es un punto de unión de los argentinos y uno de los pocos denominadores comunes en una sociedad demasiado agrietada y lastimada.

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