¡Es la ciencia, estúpido!

Tras las lecciones que deja la pandemia, la Argentina debe debatir para qué investiga la ciencia local, qué conexión tiene con el mercado, el capital y la inversión; cómo capacita a sus recursos humanos y desarrolla talento y cómo opera el ecosistema, entre otras cuestiones

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Foto: REUTERS/Agustín Marcarian
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Si hay una lección clara que deja el Covid es acerca del rol central que ocupa la ciencia en el desarrollo y el bienestar de la humanidad. En pocos meses, la ciencia y el capital juntos están logrando proveer de vacunas a gran parte de la población mundial y atenuar los efectos del virus. Un virus simple, con pocas proteínas, de configuración muy distinta a las que los seres humanos hemos contactado a través del tiempo con nuestro sistema inmunológico. Unas proteínas distintas, que activaron el sistema inmunológico de los seres humanos, muchas veces aburrido, de una manera muy violenta. Violencia que nos obligó a quedarnos quietos, a perder nuestros hábitos, nuestro modo de hacer, nuestra manera de comunicarnos, nuestros encuentros cercanos. Un virus que impidió mucho y que nos hizo reflexionar como nunca antes. Una película de ciencia ficción difícil de asimilar.

Argentina tuvo un rol relevante en el proceso pero no fuimos capaces de llegar a buen puerto. Si bien existen jugadores relevantes, altura inventiva de peso, capital humano competitivo y financiación, no logramos darle al mundo ni a nuestros ciudadanos argentinos una solución en tiempo y forma.

Este mero ejemplo nos obliga a poner la lupa sobre el actual sistema científico argentino, sus lógicas, sus incentivos y sus resultados. Debemos debatir para qué investiga la ciencia local, qué busca, qué conexión (o no) tiene con el mercado, qué grado de amplitud o especificidad ostenta, qué relación tiene con el capital y la inversión; cómo capacita a sus recursos humanos y desarrolla talento y cómo opera el ecosistema, entre otras cuestiones.

Debemos dar vuelta el modelo: de nada sirve seguir apelando a los Premios Nobel que supo conseguir el sistema científico de nuestro país. Necesitamos adaptar el sistema a un mundo donde la innovación y el capital global buscan otra cosa haciendo uso de la ciencia

Vengo del mundo científico. Lidero una empresa biotech que compite a nivel mundial, así que entiendo perfectamente el desafío de pagar salarios y servicios con recursos puramente autogenerados: es por eso que me animo a postular que estamos en una situación única de repensar el modelo científico.

Creo fervientemente que la Argentina tiene todo para poder desarrollar y exportar su ciencia, generar empleo de calidad, atraer capitales y redefinir un modelo de desarrollo y de inserción al mundo no solo basado en las industrias extractivas (agro, petróleo o ahora litio) para vender su innovación al mundo. Creo en un modelo donde la ciencia sea el instrumento que agregue valor a nuestra economía y, a la vez, no sea considerada el fin último.

Pero esto requiere repensar un modelo que aún está virgen y que se sostiene en premisas del pasado. Debemos dar vuelta el modelo: de nada sirve seguir apelando a los Premios Nobel que supo conseguir el sistema científico de nuestro país. Necesitamos adaptar el sistema a un mundo donde la innovación y el capital global buscan otra cosa haciendo uso de la ciencia. La investigación básica y aplicada son, sin dudas, un instrumento estratégico elemental de cualquier economía, y en efecto, sin la generación propia de conocimiento no tendremos chances de progreso. Pero tal vez en este nuevo modelo debamos jerarquizar más las acciones de desarrollo e innovación que nos permitan transformar la cultura de inversión, manejo del riesgo y monetización. Nuestro país más que nunca requiere de inversiones fuertes en ciencia orientada al desarrollo e innovación por sobre la investigación. Nuestras necesidades son concretas y urgentes. Por ello requieren de modelos inteligentes donde el empleo y las exportaciones de tecnología pueden cambiar rápidamente el resultado.

Foto: EFE/EPA/ORESTIS PANAGIOTO/Archivo
Foto: EFE/EPA/ORESTIS PANAGIOTO/Archivo

Por un lado, debemos evitar cuando sea posible al capital especulador u oportunista. El desarrollo científico, por su esencia, requiere tiempo. No es igual al sector de IT, que crece y se acelera mediante iteraciones cortas. La mirada en la ciencia y en la biotecnología debe enfocarse en ciclos no menores a 5 o 7 años y es por eso que un modelo de creación de start-ups y de aceleración en torno a esos plazos puede funcionar muy bien en nuestro país.

Por el otro, es importante salir de una lógica de investigación altamente especializada pero usualmente desconectada de lo que necesita la sociedad, sin plazos ni sistemas de medición de resultados e impacto. Nuestro sistema científico actual está demasiado especializado y eso la lleva a dejar de investigar muchas problemáticas y a perder amplitud. No tiene los incentivos suficientes para liberar la innovación ni tampoco premia la disrupción. Suele dar la espalda al mercado y no busca solucionar problemas reales y relevantes. Muchas veces se enfrasca en la ciencia por la ciencia misma.

Entonces, es imperativo y posible generar un modelo de innovación que no dependa de la siempre accesible y generosa mano del Estado. Tenemos la posibilidad de desarrollar plataformas sustentables, escalables, innovadoras y rentables. Un modelo en el cual la ciencia esté atada a la rentabilidad. Un modelo de perspectiva global, para responder a problemáticas universales y así poder venderle al mundo, porque con nuestro mercado local solo no alcanza.

Es imperativo y posible generar un modelo de innovación que no dependa de la siempre accesible y generosa mano del Estado. Tenemos la posibilidad de desarrollar plataformas sustentables, escalables, innovadoras y rentables

La buena noticia es que Argentina, a pesar de muchas cosas mejorables, cuenta con los recursos humanos y el talento: mano de obra capacitada, competitiva, de calidad. Esta es la llave para desarrollar la ciencia argentina, crear un sistema de valor genuino y atraer capital, que hoy sobra en el mundo. Debemos generar un modelo de colaboración abierto en el cual participe tanto el sistema científico tradicional como los inversores, las pymes, los emprendedores, la industria y el Estado.

Una diferencia radical que caracteriza a la ciencia local es que carecemos de expertise industrial como los países prósperos de Asia. Acá reina un fuerte sesgo científico, que es el resultado de aquellos prósperos tiempos de la ciencia y nuestros Premios Nobel. Un diferencial que debemos aprovechar.

La ciencia puede ayudar a tender puentes entre las diferentes miradas de la inversión, el empresariado y la sociedad. Bill Clinton dijo que era la economía. Me animo a desafiarlo con la ciencia, porque la ciencia es promotora de progreso. Es aquel lugar donde es posible generar consensos, donde no hay grieta. Es el resultado de la ciencia lo que hoy lentamente nos permite salir, volver a viajar, abrazar a nuestros seres queridos y recuperar de a poco una realidad más “normal”. Es la ciencia la que genera real progreso y la oportunidad de acercarnos, abrazarnos y recuperar nuestras vidas. El camino es la ciencia.

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