No sé si son ignorantes o ególatras

El fracaso de la política sanitaria no necesita de adjetivos: en el podio de los que más se infectan, en el podio de los que menos se vacunan

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Una enfermera realiza una prueba de covid-19 a una mujer, en Buenos Aires (EFE)
Una enfermera realiza una prueba de covid-19 a una mujer, en Buenos Aires (EFE)

Un fantasma recorre Argentina. Y, claro, no es el que Marx y Engels imaginaron 150 años atrás. Es el fantasma de los supuestos libertarios que, en medio de la crisis sanitaria más atroz que haya atravesado la Argentina (¿el mundo?), enarbolan la bandera del derecho a decidir sin importarles ni la ciencia ni el prójimo.

Yo no me vacuno porque nadie me puede obligar”, se escucha. “Yo no me hisopo porque no es seguro”. “Yo no me vacuno porque vaya a saber lo que nos quieren inocular con tan poco tiempo de investigación”, se agrega. Por gracia del universo todavía no se escucha el “no me vacuno porque se me quedan pegadas las cucharitas cuando paso por delante de algo de metal”. Denles tiempo.

El mundo se dirige sin pausa hacia legislar que merecen algunas “desconsideraciones” los que se oponen a protegerse del COVID-19. Francia es el ejemplo más potente de estos días proponiendo impedir el ingreso a lugares públicos a los no vacunados o exigiendo vacuna o controles en los trabajos. En forma directa y proporcional al nivel de vacunas disponibles, las naciones que más inmunizan están en condiciones de aplicar restricciones, si no sanciones, a los que, pudiendo, no se vacunan. ¿Tiene lógica? La lógica de saber que estamos frente a una enfermedad que no sólo afecta al contagiado sino que el padeciente de Corona es un vector formidable de diseminación del mal No sólo uno se inmuniza por sí mismo (dato nada menor) sino para cuidar a su prójimo y a los sistemas de salud que se vieron desbordados con la pandemia. No sólo se hace el PCR para saber de sí sino para evitar el contacto entre un no sintomático y alguien sano. Por uno. Y por los demás.

Es verdad que nuestro país no debate el tema de manera tan fuerte porque estamos ubicados a la cola de los que han aplicado vacunas. No hemos siquiera llegado al 15 por ciento de esquema completo. El fracaso de la política sanitaria no necesita de adjetivos: en el podio de los que más se infectan, en el podio de los que menos se vacunan. Por eso, sería insólito reclamar a los que carecen de las dosis del caso porque el estado no se las provee. En el lote de los no vacunados, la enorme mayoría desearía serlo pero no tiene con qué.

Sin embargo, deberíamos aprontar la discusión de ideas para que la cosa no nos tome desprevenidos. No está a la altura este cronista de explicar el avance científico que permite que una vacuna se haya gestado como se gestó. Tampoco de la eficacia de las mismas, celebrada por derecha e izquierda, de Kamchatka a Los Ángeles. Sí, se estima, hay que atender el debate masivo que se incrementa. Y mucho.

A las preguntas banales y reiteradas hay que neutralizarlas con respuestas directas y que evidencien el ridículo:

“¿Quién sabe qué laboratorios fabricaron la vacuna del COVID-19?” Respuesta: ¿Qué laboratorio fabricó la anestesia que usó tu dentista para sacarte la muela del juicio?

“Si yo asumo el riesgo de contagiarme y morirme nadie me lo puede impedir porque es mi vida”. Respuesta: ¿Y asumís el riesgo de la vida de los que contagies? ¿Asumís el riesgo de los médicos y enfermeros que se rompen el lomo atendiéndote? ¿Asumís el riesgo de ocupar un respirador de quien hizo todo lo que pudo, se cuidó, se vacunó, y aún así fue a la terapia?

“Tengo miedo de la vacuna”. Respuesta: es lógico. Como cuando te sacaron el apéndice. Para eso te pusiste en las manos de tu médico que supo explicarte. Hacé lo mismo. No fantaseando en YouTube tragedias ficcionadas por quién sabe Cristo.

“No me dejo hisopar porque pueden meterme adminículos fraguados”. Respuesta. ¿Chequeaste la procedencia de la madera del escarbadientes que usas para sacarte la rúcula de la boca? ¿Me mostrás los estudios de seguridad que tenés a la mano sobre la aguja de la jeringa con la que te pusiste Botox o un antiespasmódico?

La existencia en comunidad es posible por ciertos actos de fe paganos. La estrepitosa mayoría no vio con telescopio que Plutón queda más lejos de la Tierra que Jupiter. Sin embargo, todos lo damos por sentado porque confiamos en la astronomía, respetamos a los científicos que la ejercen y abdicamos nuestro soberbio “ver para creer” en aras del altar de los estudiosos. Eso vale para millones y millones de situaciones. Incluidas las vacunas. En plena pandemia.

La vida en sociedad supone la renuncia de millares de derechos individuales que son indiscutibles. Son aquellos que cimentan una aceptable forma de convivencia. Nadie en su sano juicio reclamaría como dictadura que impide la libre circulación al gobierno que evita que los coches marchen en calles protegidas con ambiente histórico o que un poste de luz aliena mi indudable derecho a mirar al horizonte. Desde esa nimiedad hasta el estado que “destrata” al ciudadano que no cuida su salud y la de su prójimos hay un concepto elemental de convivencia.

¿No te querés vacunar (pudiendo hacerlo gratis y con dosis para todos)? Hisopate cada 48 horas para concurrir a lugares públicos así nos quedamos tranquilos de que no contagiás. ¿No querés hacerte el análisis de presencia del virus porque es invasivo? Encerrate en casa hasta que la pandemia haya pasado. ¿Encerrarte es privación de la libertad? Error: destratar a los que no se vacunan ni se hisopan es restringir una libertad pequeña y obcecada como la tuya frente a la inmensa libertad de muchos de querer seguir viviendo en sociedad, minimizando los riesgos de perecer. Pura pulsión de vida colectiva.

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