UCR: crisis o metamorfosis de un partido con 130 años

Los liderazgos, como siempre, son a la vez la clave y el escollo del laberinto radical. Sin embargo, a diferencia de otros momentos en la historia reciente, los nombres abundan

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Facundo Manes y Martín Lousteau
Facundo Manes y Martín Lousteau

En 1955, ya víctima de su ceguera, Jorge Luis Borges fue nombrado Director de la Biblioteca Nacional. La paradoja que envuelve ser un notable escritor y director de una biblioteca, al tiempo de ser ciego, no recayó con exclusividad en él. Un predecesor suyo, Paul Groussac, reunía -aunque con menor fama que el autor del Aleph- las mismas condiciones. Con la fragua de tal irresistible rima, Borges escribe su “Poema de los dones”. En una deliciosa estrofa, desliza: “Lento en mi sombra, la penumbra hueca exploro con el báculo indeciso, yo, que me figuraba el paraíso bajo la especie de una biblioteca.”.

Un Borges acostumbrado a sumergirse en los laberintos de cuentos, páginas, líneas y tinta sabe muy bien de dónde viene y hacia dónde va. Pero paradójicamente, aún entrando a una biblioteca, la incertidumbre propiciada por su ceguera, lo envuelve en una penumbra que lo obliga a caminar tanteando el entorno con su bastón.

Algo de ello ocurre en la actualidad con los partidos políticos: el pasado es conocido y por muchos celebrado, pero el incierto futuro les obliga a transitarlo, en penumbras, preferentemente con cautela, tanteando para evitar dar pasos en falso y caer. En ese andar incierto mirando el futuro, el 26 de junio pasado, la Unión Cívica Radical conmemoró un nuevo aniversario. Celebrar 130 años de vida, en un país que apenas conmemora 212 aniversarios desde la Revolución de Mayo, no es un hecho en absoluto menor. Pocas cosas han logrado permanecer en la historia Argentina a lo largo de tanto tiempo como el partido de Leandro Alem e Hipólito Yrigoyen.

¿Crisis o metamorfosis?

Hay quienes desestiman la relevancia que tienen los partidos políticos en las actuales democracias occidentales. A grandes rasgos, los politólogos consideran que dos de sus grandes aportes, consagrados a lo largo del siglo XX, se han devaluado.

En primer lugar, su capacidad de agregación de intereses e intermediación con la ciudadanía, tan necesaria desde los albores de la sociedad de masas de la década de 1930, y que había persistido aun con el surgimiento de los medios de comunicación masiva como la radio y la televisión, pareciera haber sido reemplazada por vías de expresión más rápidas y cómodas, como lo son las redes sociales. A diferencia de los mensajes unidireccionales, como los que generaban la radio y la televisión, internet y las redes sociales permiten la tan ansiada conversación pública. Millones de personas se convirtieron en prosumidores (consumidores y a la vez productores) de información, opinando sobre todo y sobre todos, sin intermediación alguna. Esto, sin dudas, pone en jaque la idea tradicional de representación que otrora ostentaban los partidos políticos y sus candidatos.

Por otro lado, son cada vez menos los candidatos y liderazgos intermedios que surgen del largo proceso formativo, de socialización y de selección que supieron propiciar las trayectorias militantes y la democracia interna dentro de las estructuras partidarias. Resulta evidente cómo candidatos carismáticos provenientes del deporte, del empresariado o de ámbitos culturales (entre ellos los medios de comunicación), ocupan cada vez más lugares en listas electorales y son menos rechazados por parte del electorado que quienes están identificados con la política tradicional. No es casual que el voto haya venido progresivamente desprendiéndose de las lealtades partidarias de antaño, y que la gente vote cada vez más por personas en lugar de partidos, propuestas y programas.

Sumado a ello, el descontento social generalizado que, desde la década de 1980, se extiende a la política en su conjunto no les ha permitido a los partidos sobreponerse a la consideración negativa que prima en cualquier encuesta de confianza de las instituciones. Para el elector medio, la negativa marcha general de las economías, el magro desempeño en la gestión pública y las promesas incumplidas de tantos gobiernos, es responsabilidad de los partidos políticos.

Es evidente que no estamos viviendo el momento de esplendor de los partidos políticos. Sin embargo, y siguiendo al influyente pensador político Bernard Manin, sería un error considerar que estos son los días finales de los partidos. Sus sucesivas transformaciones desde finales del siglo XIX, pasando por los partidos de notables, luego los partidos de masas en el siglo XX y finalmente los partidos profesional-electorales hacia finales de siglo y comienzos de la década del 2000, dan cuenta del necesario dinamismo que tienen que asumir dichas estructuras para permanecer vivas. La clave, como siempre está en cómo y con qué velocidad, los partidos se adaptan a una sociedad cada vez más cambiante y a una realidad incierta.

El día después del 130 aniversario: internas, unión y liderazgo

Con el calendario electoral 2021 cada vez más ajustado, el momento de las elecciones primarias, abiertas y simultáneas (PASO) apresura las definiciones en cada uno de los partidos y espacios políticos.

Dentro del radicalismo, dicha premura se suma al sabor amargo que dejó la experiencia de Macri en la Casa Rosada, para la cual los “boinas blancas” resultaron una pieza clave, no sólo en su llegada sino también en su estabilidad política posterior. Una extendida sensación de que Macri ha sido un “mal pagador” respecto al decisivo aporte de los radicales a Cambiemos propicia que una facción del centenario partido se muestre reacio a generar nuevos acuerdos similares. No se trata de romper la coalición entre ellos, el PRO y la Coalición Cívica de Elisa Carrió, sino de generar las condiciones para ser más competitivos en las próximas PASO. Entiéndase por “próximas”, no sólo las que corresponden a estas elecciones legislativas, sino, sobre todo, al premio grande de la política presidencialista: la contienda de 2023.

Evidentemente no se trata sólo de poner a punto la maquinaria político-electoral, es decir los comités barriales, motivar y capacitar a los militantes y construir un relato político provincial y nacional capaz de movilizar a propios y cercanos. Los liderazgos, como siempre, son, a la vez, la clave y el escollo de este laberinto radical. Sin embargo, cabe destacar que, a diferencia de otros momentos en la historia radical reciente, nombres abundan.

Entre las figuras en pugna que buscan el consenso mayoritario, tanto dentro como fuera del partido, existen tres grupos. En el primero, están quienes pasaron recientemente por gobernaciones provinciales: Alfredo Cornejo (ex gobernador de Mendoza), Gustavo Valdés (gobernador de Corrientes) y Gerardo Morales (gobernador de Jujuy). En el segundo grupo, están figuras vinculadas con el AMBA, pero que, por las características de nacionalización de la política de esta área geográfica, logran llegada a distintos puntos del país: Gustavo Posse (intendente de San Isidro), Maximiliano Abad (Presidente del comité provincial Buenos Aires), Martin Lousteau (Senador Nacional), Carla Carrizo (Diputada Nacional), Mario Negri (Diputado Nacional), entre otros nombres. En el tercer grupo, están figuras outsiders como Facundo Manes, pero que por su exposición pública generan la adhesión de incluso los que no ven con buenos ojos la clásica vida partidaria.

Es evidente que, a más de 100 años de la primera victoria presidencial de Yrigoyen en 1916, muchos radicales coinciden en la necesidad de transformar el partido, consolidar la unión interna y apuntalar sus liderazgos, para lograr mayor cercanía con un electorado muy distinto al que protagonizó el siglo XX. Como siempre sucede en la historia, el destino no está escrito.

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