Los próximos meses de la macro y la máquina de ser feliz

La economía sigue incubando un peligroso síndrome del día después de las elecciones. Tan peligroso que, inclusive, podría tener consecuencias el día antes

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Martín Guzmán, ministro de Economía
Martín Guzmán, ministro de Economía

“…Plateada y lunar, remotamente digital…”, así diseñó Charly García su máquina de ser feliz.

El oficialismo diseñó la suya de otra manera.

Empecemos por los datos. Desde el comienzo de la recesión del 2018, primero durante la última parte del gobierno del presidente Macri y luego a lo largo de la primera parte del gobierno del presidente Fernández, el ajuste devaluatorio inflacionario se encargó de reducir el poder de compra de salarios y jubilaciones, en promedio, 25%. A eso se le suman los efectos de los confinamientos por el COVID-19, que afectaron la tasa de empleo, en particular en trabajadores informales y cuentapropistas, más todos los problemas de rentabilidad generados en los sectores que no pudieron trabajar con cierta normalidad.

En el segundo y tercer trimestre del año pasado, una parte de esta fenomenal caída de los ingresos se compensó con la “ganancia extraordinaria” que produjo la posibilidad de comprar dólares a precio oficial y venderlos a precio libre sumado al “efecto riqueza”, sobre el stock de ahorro que generó el aumento del precio del dólar libre, incrementando la demanda de bienes durables, construcción privada y automóviles, bienes que, en su mayor parte, en ese momento, se valuaban a precio del dólar oficial.

Dicho de otra manera, la actividad no cayó más fuerte en el 2020 porque el Banco Central subsidió el consumo, vendiendo sus reservas a un precio más bajo que el que regía en los mercados alternativos. Cuando se quedó sin reservas, vino el supercepo, que desplomó la demanda de dólares ahorro a menos de 200 millones por mes. A su vez, cuando el dólar libre llegó a valer 200 pesos, hacia octubre del año pasado, el Banco Central y otros organismos comenzaron a vender sus flamantes títulos públicos del canje que tienen en cartera, a precio de liquidación, interviniendo en los mercados alternativos, achicando la brecha, y estabilizando el tipo de cambio no oficial en torno a los 150-160 pesos.

Complementariamente, con la mayor recaudación de los impuestos a la exportación, por la suba en el precio internacional de nuestros productos agrarios, más el impuesto a la riqueza, más el impuesto inflacionario, el sector público cerró su déficit y casi estuvo en equilibrio en los primeros meses del año.

Cerrado el grifo de la venta de reservas del Banco Central a precio subsidiado, reducido el efecto riqueza de la brecha cambiaria, y sin un fuerte efecto fiscal, más los cierres de la economía a los que obligó la nueva ola del COVID, y con paritarias ajustando bien por debajo de la verdadera tasa de inflación, el consumo de los primeros meses del año se estancó y sólo se registra el “rebote estadístico” que compara, por el momento, con los peores meses del año pasado.

Obviamente, llegar a las elecciones con la economía estancada, los ingresos reales cayendo más del 20% y el riesgo de que la falta de vacunas suficientes obligue a nuevos confinamientos más entrado el invierno, no es un buen escenario para el oficialismo.

Por lo tanto, el gobierno necesita, como Charly, diseñar su propia máquina de ser feliz.

En primer lugar, hay que tener reservas suficientes en el Banco Central, para mantener el atraso cambiario e intervenir en los mercados. Por lo tanto, el puente de tiempo con el Club de París (insisto con lo poético de la frase, frente a la prosaica de “postergar pagando a cuenta”), la administración estricta de las reservas, para aflojar algo de importaciones esenciales (aunque estas últimas están siendo amenazadas por el incremento de las importaciones de energía, dada la tardía instrumentación del plan gas y el aumento de los precios del fuel oil y el gas que hay que importar).

En segundo lugar, no hay que atarse las manos en la política fiscal, monetaria y cambiaria, de manera que no habrá acuerdo con el Fondo, por ahora y, en todo caso, se usará la cuota de ampliación del capital del organismo para cubrir los vencimientos de este año. (Aunque la tentación política del default es grande).

Martín Guzmán, Cristina Kirchner y Alberto Fernández
Martín Guzmán, Cristina Kirchner y Alberto Fernández

En tercer lugar, el impulso fiscal. Más gasto social. Más gasto en obra pública. Más gasto COVID. Más subsidios económicos. Todo mayormente financiado con emisión monetaria. Como hay que bajar un poco el impuesto inflacionario, más colocación de Leliqs para retirar parte de la emisión, más atraso cambiario y, por supuesto, más controles, llamadas telefónicas a los operadores, restricciones, intervenciones, atraso en los precios regulados, etc.

En cuarto lugar, la reapertura de las paritarias privadas para acelerar los aumentos nominales y ver si, al menos en el próximo cuatrimestre, los salarios le ganan a la inflación.

Finalmente, como los amigos no alcanzan a proveer vacunas suficientes (¡Quién lo hubiera dicho!, diría la Vicepresidenta), habrá que “darle los glaciares” y algunos dólares también a los laboratorios de Estados Unidos, para ver si se puede masificar la vacunación y evitar no sólo un mayor drama sanitario, sino además un confinamiento letal para la economía.

Resulta claro que, construida así, la eventual felicidad durará poco. Sin programa, aislados del mercado de capitales internacional, con expropiación indirecta de los prestadores de servicios regulados (en particular los de salud), con atraso cambiario que no se puede compensar con mayor productividad y con la necesidad de tener, en algún momento del primer trimestre del año próximo, un acuerdo con el Fondo, la macro acumula un peligroso síndrome del día después. Tan peligroso que, inclusive, podría tener consecuencias, el día antes.

Charly completaba su máquina de ser feliz con “…inocencia artificial”. La del gobierno es artificial seguro, pero inocente…

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