Una escuela real, inclusiva y diversa

Resulta necesaria una mirada abarcadora de una población vasta y compleja que lleve a superar la visión de los jóvenes a través de estereotipos rígidos

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(Maximiliano Luna)
(Maximiliano Luna)

La escuela argentina como institución social fue pensada y planificada, en el siglo XIX, con una clara función de homogeneizar a la población. Hoy por hoy, deberíamos cuestionarnos los supuestos pedagógico-didácticos que guiaron esa perspectiva a fin de reconocer la pluralidad que encontramos en ella.

Reconocer la diversidad en el aula implica identificar que hay perspectivas culturales, y, por ende, sujetos diferentes en contextos diversos. En este sentido, es necesaria una mirada abarcadora de una población vasta y compleja que lleve a superar la visión de los jóvenes a través de estereotipos rígidos y que rompa con la mirada cristalizada de la escuela. Esto, sin lugar a dudas, se agrava en tiempos de pandemia. Y lejos de culpabilizar a las familias de las dificultades en la escolarización de los alumnos, habrá que identificar cuáles son las dificultades y reflexionar qué hacemos desde la escuela y desde los Ministerios de educación para que puedan continuar.

Nussbaum (2010) plantea que “la vida de los niños y las niñas que crecen con la certeza de que irán a la universidad e incluso tendrán acceso a un posgrado es profundamente distinta de la vida que llevan los niños y las niñas que a veces ni siquiera pueden asistir a la escuela”.

Entonces, este es nuestro gran desafío, reconocer las diferencias, pero lograr que todos tengan las mismas oportunidades a pesar del contexto en el que están inmersos, pues la presencia de variables socioeconómicas y culturales juega un papel importante -aunque no determinante- en el éxito educativo. Al igual que Tenti Fanfani, otros autores señalan que otro obstáculo radica en que muchos jóvenes atraviesan por situaciones de precariedad y pobreza, por lo que deben asumir ciertas responsabilidades con el fin de ayudar al bienestar de sus familias.

En este sentido, en los sectores más vulnerados hay un desajuste entre las características de la oferta educativa y el desempeño real de los actores del proceso pedagógico, entre la “cultura escolar” y la “cultura de los jóvenes”, tal como señalan Tedesco y López. Los autores ponen el acento en la distancia; es decir, lo esperable de los estudiantes y lo que en realidad ocurre. Y si bien la Ley de Educación Nacional y las Resoluciones respectivas dan marco legal no sólo a la obligatoriedad escolar, sino también a las multiculturalidades que encontramos en nuestro campo de trabajo, como por ejemplo la Resolución 84/09 (2009:10), no siempre es tenida en cuenta.

La letra de la ley señala el reconocimiento del criterio de justicia que significa la obligatoriedad de la educación secundaria y, con ello, la democratización de los saberes, a través de la recuperación de la diversidad de historias, trayectorias y culturas de las que los adolescentes y jóvenes son portadores, para intervenir sobre ellas sin producir exclusiones o estigmatizaciones de ninguna naturaleza.

Según el sociólogo polaco Zygmunt Bauman el problema del multiculturalismo puede entenderse de dos maneras: como tolerancia o como solidaridad. Si lo miramos desde el primer significado se aceptaría la vida del otro, aunque se lo seguiría considerando inferior. En cambio, visto desde la solidaridad, se alude a la voluntad de aprender, discutir y criticar. Sólo a través de ella, dice el autor de Modernidad líquida, es posible el respeto por la humanidad compartida y el reconocimiento de singularidades que hace de cada cual quién es.

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