Argentina y el caso Nicaragua: Derechos Humanos no para todos, todas y todes

La abstención ante la OEA muestra la inexistencia de cualquier equilibrio en materia de política internacional y posiciona a la Argentina en la vereda opuesta a las principales potencias de Occidente

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Un hombre con una mascarilla para protegerse del COVID-19 camina junto a un mural que representa al presidente de Nicaragua, Daniel Ortega, en Managua, Nicaragua.
Un hombre con una mascarilla para protegerse del COVID-19 camina junto a un mural que representa al presidente de Nicaragua, Daniel Ortega, en Managua, Nicaragua.

Pocos años atrás, más precisamente en el 2018, un conjunto de masivas movilizaciones populares sacudieron la estabilidad del régimen nicaragüense.

Si bien la composición social de esas avalanchas humanas era por demás diversa, dos grupos tuvieron particular peso y predicamento. Los grupos que representan la comunidad gay así como los principales colectivos feministas del país. Sin olvidar una impactante presencia de campesinos. Tres sectores que seguramente ningún funcionario del gobierno argentinos osaría en calificar como reaccionarios y retrógrados.

Justamente estos colectivos salieron a las calles de las principales ciudades nicaragüenses para exigir la renuncia de Ortega, que ya sumaba por entonces más de 11 años en el poder. También reclamaban el fin de una serie de políticas del más rancio feudalismo conservador que uno se pudiese imaginar.

No casualmente diversos y destacados ex miembros de la revolución sandinista de finales de la década del 70 han venido criticando fuertemente esas políticas. Subrayando la mutación de Ortega en una especie de clon de lo que fueron los dictadores derechistas Somoza, padre e hijo.

El ex comandante guerrillero fue mutando, según sus propios ex compañeros de armas, en un señor feudal con grandes palacios y grandes fortunas. Con lógicas supuestamente tan poco marxistas como el nepotismo y la endogamia familiar en el poder. Si algo despreciaba Karl Marx, era a los señores feudales que abundaban en América Latina en el siglo XIX. Basta leer algunos de sus lapidarios artículos de mediados de ese siglo, así como otros de su amigo y colega Friedrich  Engels, sobre la Venezuela y el México de aquellas épocas. Supuestamente los revolucionarios que tomaron el poder hace más de 40 años en Nicaragua venían a derrumbar esas prácticas feudales y nepotistas. Dando lugar a la ansiada dictadura marxista de partido único. No podríamos calificarla como dictadura del proletariado en términos de Marx, dada la carencia de proletarios en Nicaragua en aquel entonces y aún hoy.

Por esas vueltas del destino, Marx murió convencido que su profecía revolucionaria se daría en países capitalistas desarrollados como los EEUU, Reino Unido, Alemania, etc. No en países con fuerte peso feudal como Rusia en 1917, China 1949, Vietnam 1954 y Cuba 1959.

En los últimos más de 10 años, el régimen nicaragüense no ha hecho más que activar una máquina del tiempo que lo transporta a las mismas prácticas que el clan Somoza.

Dicho esto, no sorprende el voto de la delegación Argentina en la OEA. El gobierno nacional, y en especial la hipervicepresidencia, vienen marcado una política exterior destinada a dar capital simbólico a las minorías intensas pequeñoburguesas de izquierda de la variopinta coalición gobernante. En su gran mayoría propensas a homenajear en las redes sociales más al Che y a Fidel que a Perón.

El mismo General y tres veces Presidente de los argentinos marcó con los países que eligió para pasar sus 18 años de exilio su preferencias ideologías y su conflictiva relación con el comunismo. Ante cualquier duda basta releer su extenso discurso en la Bolsa de Comercio de Buenos Aires de 1944. Allí explicó de manera clara y directa que el objetivo del gobierno que él integraba desde 1943 junto a los mandos militares del Ejército era  evitar el avance comunista en la Argentina.

Con el tiempo, el peronismo desarrollaría un cántico pegadizo en donde se decía: “Ni yankees ni marxistas, peronistas”. Resulta curioso lo poco o nada de referencias a este mensaje durante los últimos gobiernos kirchneristas. No debe llamar la atención entonces que luego de casi 14 años en el manejo del Estado, no se haya avanzado con un merecido monumento al General Perón.

Desde ya la abstención del día de hoy muestra la inexistencia de cualquier equilibrio o equidistancia en materia de política internacional. En otras palabras, siempre se patea para el mismo arco o sea contra el ABC de ciertos valores y principios de las democracia occidentales que al día de hoy representan cerca del 70 por ciento del PBI mundial, tienen las dos principales monedas de reserva del mundo -el dólar y el euro- y también el 70 por ciento del gasto militar del mundo. También las más prestigiosas universidades, donde seguramente más de un dirigente anti occidental argentino mandó, manda o mandará a sus hijos a estudiar. Una patética disociación entre lo que quiero para el país y lo que quiero para mi círculo íntimo.

El argumento argentino sobre el principio de no intervención en los asuntos intentos de los Estados suena paradójico para un país como la Argentina donde el régimen del Proceso de Reorganización Nacional lo usaba para frenar y criticar las misiones de DDHH de la OEA y de la administración Carter.

Ni que decir de la suma de incidentes diplomáticos que lleva acumulado el gobierno argentino con Uruguay, Brasil, Chile, Perú, Colombia, etc., justamente por meterse en la política doméstica de esas naciones.

En algún sector de la coalición gobernante se puede estar pensando: “Vacunas americanas ya no tendremos, con el FMI no hay apuro de arreglar, con el Club de París caeremos en default, con punitivos de 900 millones de dólares o sea el equivalente del todo lo recaudado por impuesto a las grandes fortunas 2021, ergo, no hace falta quedar bien ni con los EEUU ni con Europa ni con la gran mayoría de América Latina”.

Todo condimentado por un “luego de las elecciones vemos y mientras tanto a falta de buenas noticias nos atrincherados en un capital simbólico usando la política exterior”.

Paradójicamente dos países admirados por el kirchnerismo dolarizan más y más su economía y ambos buscan formas de iniciar negociaciones con el gobierno de Biden para resolver el tema de sanciones.

Por último se dirá que votamos como México y no como Bolivia y Nicaragua. Nuevamente habrá que explicar que México es, fue y será  un socio estratégico de los EEUU, donde destina el 85 por ciento de sus exportaciones y donde viven decenas de millones de mexicanos y sus descendientes. Justamente por esos intereses permanentes, López Obrador no dudó el año pasado en tener una más que exitosa visita a la Casa Blanca de Trump, acompañado por los más poderosos empresarios mexicanos.

Tan amigable como sus recientes charlas con Biden. Argentina, tal como lo explica claramente Roberto Russell en recientes entrevistas, ni por lejos tiene el margen de acción y de comprensión en los pasillos del poder de los EEUU.

Para concluir, el doble estándar del gobierno argentino en materia de DDHH, “se nota mucho”. Un latiguillo que se ha puesto de moda en los últimos meses en algunos imitadores del gobernador Axel Kicillof.

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