Perú y los desafíos de gobernar en sociedades polarizadas

Pedro Castillo deberá liderar a una sociedad extremadamente fragmentada y con un sistema político sumido en una profunda crisis

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Un militante de la candidatura de Pedro Castillo
Un militante de la candidatura de Pedro Castillo

Tras semanas de incertidumbre, encarnizadas guerras de encuestas y múltiples especulaciones electorales, los comicios de la segunda vuelta presidencial cerraron en Perú y un nuevo presidente, auto presentado -y percibido por la opinión pública- como distinto a los anteriores, llega con la promesa de inaugurar un nuevo período en el país. Comienza el gobierno de Pedro Castillo.

Es sabido que el país andino atraviesa años de inestabilidad política y una evidente incapacidad de generar acuerdos transversales que aporten una base mínima de estabilidad al fragmentado sistema político peruano. Ejemplo de ello es la crisis presidencial que estalla recurrentemente a lo largo de los últimos cuatro años y que entre 2016 y 2021 derribó a cuatro presidentes distintos. Sin posibilidades de que un candidato surgido de las filas de la elite dirigente peruana pudiese contener distintas voluntades, administrar tensiones, interpelar a diferentes actores con demandas diversas y posicionarse finalmente en la carrera presidencial, el resultado parece revelar un clima de época y una enfática enseñanza para los políticos peruanos: casi un outsider de la política capitalina, un maestro rural de una región distante de Lima, se presenta a los comicios, logra la adhesión de millones de peruanos y peruanas, explícita una alternativa drástica a sus contrincantes y logra convertirse en presidente.

Con el conteo de votos ya dirimido y expuesta la sociedad hiperpolarizada, el desafío del flamante presidente Castillo, pronto a asumir sus atributos en la Casa de Pizarro, es gobernar una sociedad extremadamente fragmentada y un sistema político sumido en una profunda crisis.

Los errores estratégicos de Keiko

Perú ha demostrado que se puede ganar el gobierno de un país, no sólo por el voto propositivo, sino también por el voto que rechaza a otro candidato. Sin quitarle méritos al nombre de Keiko, es evidente que el controvertido apellido Fujimori juega, para bien y para mal, un papel importante en cada elección. Hay quienes sostienen que en el Perú actual el rechazo al fujimorismo de Alberto le impedirá a su hija Keiko ganar una elección presidencial. La sombra de quien fuera presidente en la década de 1990 y propiciara un autogolpe de Estado para inhibir los poderes republicanos del Congreso de la Nación y el Poder Judicial, parece ser el adversario más difícil de superar para la candidata. Pero quienes ven el vaso medio lleno, destacan que es justamente el apellido, el nivel de conocimiento que por él arrastra y sin dudas los aportes de ella como candidata, lo que siempre la deja a un paso de la victoria. En las últimas tres elecciones presidenciales en las que la candidata se presentó (2011, 2016 y 2021), ha quedado en segundo lugar, con un porcentaje similar, que oscila en torno al 48%. En definitiva, esta contienda de 2021, similar a las previas, se resolvió con una victoria por una exigua diferencia de 0,2%, es decir el voto de alrededor de 60 mil peruanos, en un país de 33 millones de habitantes.

Entre los imperdonables errores de campaña que tuvo Keiko, tres destacan por su ingenuidad. El primero remite a una enseñanza esgrimida, entre otros, por el célebre poeta español Antonio Machado en su compendio de escritos Campos de Castilla: “Todo lo que se ignora, se desprecia”. En otras palabras, y llevado al plano de la política peruana, subestimar a un candidato adversario por su procedencia -sector humilde-, actividad laboral -maestro rural-, su lugar de residencia -a casi mil kilómetros de Lima- y su magra base electoral de partida, es el primer error de una campaña. Keiko y su equipo no supieron o pudieron dimensionaron el potencial que un candidato tan distinto a ella y a los demás contendientes de la clase dirigente tradicional podían significar para el electorado en una coyuntura como la que atraviesa Perú.

La candidata a la presidencia de Perú por el partido Fuerza Popular, Keiko Fujimori
La candidata a la presidencia de Perú por el partido Fuerza Popular, Keiko Fujimori

El segundo error de Keiko y su equipo remite a una reflexión de uno de los politólogos y pensadores más influyentes de la contemporaneidad. En Homo Videns Giovanni Sartori señala que la democracia, definida como un gobierno de opinión, se rige por la video-política, es decir que el pueblo opina en gran medida en función de lo que aparece en la televisión. En términos de la contienda peruana, un grave error de la candidata Fujimori fue darle entidad televisiva y mediática a un candidato a priori desconocido a nivel nacional. Al elegirlo foco de sus ataques, Keiko no hizo más que ofrecerles a los peruanos la posibilidad de opinar sobre Castillo; para sorpresa de ella, la opinión del soberano sobre el hoy presidente fue mayoritariamente positiva.

El tercer gran error de Fujimori fue concentrarse sólo en acumular votos en torno a su figura, pero no contemplar lo que sentían y podrían hacer quienes la rechazan. Como señala el especialista en estrategia y académico estadounidense Michael Porter, “la esencia de la formulación de una estrategia es hacer frente a la competencia”. En otras palabras, el rechazo a Keiko encontró en Castillo un candidato para expresar sus emociones. Todos esos votos se concentraron en torno a un candidato que cuando inició la contienda tenía una intención de voto inferior al 5%, alcanzó el 19% en la primera vuelta de abril y hoy ingresa a la Casa de Pizarro superando el 50% de los votos. Resulta evidente que parte de esos 30 puntos que separan abril de junio tienen impreso el sello anti Fujimori de gran parte de la sociedad peruana.

Los desafíos de la polarización en Latinoamérica

El fenómeno electoral de Perú no es un caso aislado en la región. Recientemente Ecuador vivió un escenario similar, donde el candidato del correismo logró aventajar al resto en la primera vuelta con 32% de los votos, pero en una instancia de segunda vuelta fue derrotado por el candidato de la derecha Guillermo Lasso, que a duras penas logró entrar al ballotage, donde alcanzó el 53% de los votos, aumentando más de un 30% su caudal electoral. Algo similar ocurre con la fracturada sociedad brasileña, la cual se debate entre el fervor que Bolsonaro conserva en un pequeño pero consolidado núcleo, y el retorno del popular ex presidente y lanzado candidato presidencial Lula Da Silva.

Esta polarización creciente en Latinoamérica le anticipa una valiosa reflexión para el gobierno de Alberto Fernández. Si bien el presidente ha logrado, en algunos momentos, disipar la polarización que han alimentado tanto los gobierno de Cristina Kirchner primero y el de Mauricio Macri después, los climas de épocas ameritan que este esfuerzo se redoble, no ya para pensar en una performance electoral favorable, sino fundamentalmente para evitar un complejo escenario de gobernar una sociedad hiperpolarizada como les toca a Lasso en Ecuador y Castillo en Perú.

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