De barcos y puntos de color

Nos transformamos en un crisol de razas porque estaba en nuestro ADN el respetar, valorar y celebrar cada punto de color que hacía a la Argentina

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Alberto Fernández
Alberto Fernández

Grandes maestros como Claude Monet o Renoir, obsesionados por captar los reflejos lumínicos que bañaran sus obras, abrieron las puertas al movimiento artístico que atravesó la Europa del Siglo XIX: el Impresionismo. En sus lienzos retrataban especialmente las bellezas de la naturaleza, dándole a los rayos de luz el poder de unificar las figuras con el paisaje. Su objetivo era plasmar esos momentos de luz.

Charles Blanc, crítico de arte francés de la época escribió: “El color se puede enseñar como la música”. Sus textos fueron inspiración para el arte que sucedería a los impresionistas en la búsqueda de la belleza entre el color y la luz. Casi como una melodía, nace entonces el “Puntillismo”.

Así como existen relaciones matemáticas entre los tonos musicales, los puntillistas entendían que también podían encontrarlas en la relación de los colores. La técnica consistía en lograr, a través de una secuencia de puntos de colores, una imagen o una obra artística muy diferente al de las pinceladas. Esa imagen, vista de cerca, no es más que un conjunto de puntos con variadas tonalidades, en diferentes posiciones. Pero al tomar distancia, el efecto visual es conmovedor. La obra toma vida y recién allí se percibe su melodía. Los puntillistas desplegaban por separado en pequeños puntos los colores presentes en la naturaleza, para entregarle luego a la retina del espectador, desde otra distancia y perspectiva, la tarea de volverlos a unir. El célebre Vincent Van Gogh, quien también incursionó en la técnica, escribió: “El arte es el hombre añadido a la naturaleza”.

En el texto de esta semana un individuo llamado Koraj, en un intento de devaluar el liderazgo de Moisés, eleva una proclama al grito de un supuesto reclamo de igualdad: “Toda la congregación, somos sagrados” (Números 16:3). El error de Koraj radica en asegurar que cada persona de esa sociedad es sagrada. Suena convincente en un discurso político, aunque en verdad, no somos seres sagrados. Sólo somos una aspiración para poder alcanzar ese propósito. Somos el anhelo de nuestro alma de crecer, un proyecto de realización en búsqueda constante. Lo sagrado es un peldaño a subir, el lugar a llegar.

El Rab Kook, primer Gran Rabino Ashkenazí de Israel, toma la frase de Koraj, cambia una letra y lo explica todo. Él dice: “Toda la congregación, es sagrada”. No es cada uno, sino juntos en el todo. Lo sagrado es la sociedad. La particularidad de cada individuo no se compara a la belleza de su lugar en el todo. Cada uno tiene como objetivo alcanzar lo sagrado, pero sólo como sociedad lo logramos. La dimensión sagrada de lo particular toma color al apegarse al alma del todo.

En el concepto de “masa” como agrupación humana, el individuo pierde su identidad. En palabras de Le Bon, esa pérdida lleva al total anonimato del individuo. En la masa, si una persona desaparece será simple y silenciosamente reemplazada por otro anónimo en su lugar. La idea del potenciamiento individual, al ser parte del conjunto de otros individuos, es totalmente diferente al contagio emocional y la pérdida de los rasgos racionales que trae el fenómeno de masas.

Por el contrario, en esta idea cada individuo es indispensable. Cada uno aporta su color distintivo, su identidad particular, su idea, su voz, su fe. Esencial en el brillo, en el nivel de luz y en la posición en que se encuentra. A la vez, sin esa particularidad brillante, la obra final no tiene cómo lucir.

Como en un lienzo de los maestros puntillistas.

Una institución que debiera representar ese lienzo universal son sin dudas las Naciones Unidas. Sin embargo se ha transformado, en algunas de sus comisiones, en una organización de escaso nivel democrático y de falta de defensa a cada punto de color de la humanidad. Lamentablemente decenas de países castigados por largas, corruptas y dramáticas dictaduras conforman bloques para acusar a Israel de Estado segregacionista y racista. Regímenes que han avasallado todo derecho humano y atormentado con la falta de libertades esenciales a sus pueblos, califican a Israel como Estado Apartheid. El mismo dedo acusador que pone en duda si acaso el único Estado Judío tiene derecho a existir. Sin comprender que son todos los puntos de colores, los que logran ser una obra. Mientras tanto, en las últimas elecciones en Israel ha surgido victorioso un frente que agrupa todos los colores de la diversidad. Partidos de derecha y de izquierda, religiosos y laicos, judíos y árabes. Mansour Abbas, el líder del partido árabe Lista Unida Árabe Raam, será honrado esta semana como uno de los ministros del gabinete del nuevo gobierno multicolor en Israel.

En el año 1948, cuando se votó en aquellas Naciones Unidas por la aprobación de la independencia del Nuevo Estado Hebreo, la Argentina dio un voto de abstención. Voto que siempre sentí en algún lugar, como una herida. Nunca imaginé ver a mi país, mi Argentina, en las últimas semanas, unida a ese selecto grupo de países que condenaría con su voto negativo a Israel. Un voto que ayudó a incentivar nuevamente, una escalada de violencia y vandalismo antisemita tanto en las redes como en las puertas de instituciones judías del país.

Ahora se suman declaraciones de desacreditación y humillación a nuestros hermanos latinoamericanos. Al mismo tiempo se invisibiliza y niega la cultura multicolor de nuestros propios pueblos originarios, avasallados en sus derechos y tierras por los primeros barcos que llegaron de Europa. Mis abuelos también llegaron aquí en barco, pero del otro lado de Europa. De los países que expulsaban a los judíos que no asesinaban. La Argentina los recibió luego de firmar en nuestro Preámbulo, que son bienvenidos todos los que quieran habitar el suelo argentino. Nos transformamos en ese crisol de razas porque estaba en nuestro ADN el respetar, valorar y celebrar cada punto de color que hacía a la Argentina.

En estos tristes tiempos de tan poco brillo y tonos sin luz, debemos salir orgullosos a puntear todos los colores de nuestros pueblos. Concientizar y educar que sólo se logra disfrutar la magia de la obra, en la conexión con el resto de los puntos. Lo particular sólo alcanza a brillar y crecer, cuando el conjunto lo potencia hacia esa realización. Somos en y a través de los nuestros. Y cuanto más sabiamente ampliemos el concepto de “los nuestros” al resto de la sociedad, más cercanos estaremos a ser una obra única.

Amigos queridos. Amigos todos.

Si observamos de cerca, cada uno es un pequeño punto de color en el lienzo del universo. Cada uno con otro color, otra luminosidad, otro lugar, otra melodía. Cada uno en su particularidad, indispensable. Cada diferencia, imprescindible. Cada color inspira diferentes emociones, dispara reacciones variadas, genera sentimientos opuestos y elecciones varias. Pero sólo alcanzan lo sagrado al saberse parte del todo.

En este lienzo humano, solos, seremos apenas un punto de color. Juntos, una obra de arte llena de música.

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