Argentina, la tercera posición de lo nefasto

Nuestro capitalismo destruye empresas y no genera competencia, mientras el pretendido socialismo gobernante ayuda solo a sus seguidores

Compartir
Compartir articulo
El presidente argentino, Alberto Fernández, habla junto al jefe de Gobierno español, Pedro Sánchez
El presidente argentino, Alberto Fernández, habla junto al jefe de Gobierno español, Pedro Sánchez

La virtud esencial del capitalismo es reivindicar la iniciativa privada, la libre competencia que incentiva la producción; lo malo, su peor defecto está en la excesiva concentración que neutraliza dichas virtudes. Lo bueno del socialismo es la justicia distributiva y lo malo su gigantismo burocrático y el consecuente intento de autoritarismo, nosotros de ambos sistemas tomamos lo peor.

Nuestro capitalismo al concentrar destruye empresas y no genera competencia, mientras el pretendido socialismo gobernante ayuda solo a sus seguidores que lejos están de ser parte del pueblo necesitado. Somos la tercera posición de lo nefasto, la contracara de aquello que nos permitió crecer como sociedad hasta que el último golpe inició el proceso de fuga de capitales que hasta hoy ningún gobierno intentó detener. El endeudamiento se inicia con Martínez de Hoz, bancos y financieras para sustituir al sistema productivo. Con Menem y Cavallo alcanza el paroxismo con la definición ideológica del “consenso de Washington”. Dado que el Estado, o sea “todos”, es un mal administrador, privatizar -o regalar- es un camino a la “inversión extranjera”, términos tan pegados como la voluntad de ser colonia. No existe ejemplo en la humanidad de imbéciles que regalen empresas y recursos naturales convencidos que de esa manera van a mejorar su condición social.

Las palabras del presidente sobre el origen de nuestras sociedades imaginando citar a Octavio Paz asustan no por el error del origen sino por lo horrible de su contenido. Equivocar un autor puede ser un furcio, pronunciar semejante concepto desnuda un nivel de irresponsabilidad que en nada se condice con el cargo que ocupa. Pero después de Freud nada se vuelve tan gratuito, y sin duda hay pensamientos que nos recuerdan aquel denso libro de Albert Memmi titulado Retrato del colonizado.

El peronismo implicó la igualdad de los “cabecitas negras”, de los mestizos hijos del indio y el colono, una síntesis superadora del superficial “venimos de los barcos” que supo cuestionar con talento Octavio Paz.

No somos Europa, tampoco los pueblos originarios, el tiempo y el mestizaje forjaron una nueva cultura que todavía no logro valorar y asumir la parte del otro que le corresponde. Toda tierra colonizada deberá con el tiempo gestar una nueva identidad, una síntesis superadora de esa relación inicial con el nativo.

La experiencia de Mandela fue ejemplar, mostró como solo un miembro de los oprimidos podía contener a la nueva nación, solo él podía perdonar y conducir al opresor convirtiéndolo en su hermano. Una experiencia semejante se da en Bolivia con Evo Morales y su partido, más allá de complicaciones electorales. Perú elige un camino parecido al votar una salida del mundo de los negocios e ingresar al desafío de ser nación. Chile en la actualidad revisa ese supuesto éxito de una minoría sobre el fracaso del resto, ese excesivo desequilibrio entre los dueños y los obreros.

El peronismo fue una doble síntesis, incorporó al hijo de la tierra y lo convierte en protagonista como obrero y columna vertebral de la nueva sociedad. Y es nueva porque recién ahí estamos todos, los que vinieron en los barcos ahora reconciliados con los habitantes de la tierra. Un “gorila” es quien considera superior al inmigrante europeo sobre el nacido en estas tierras. No hay una cultura primitiva y otra superior, son dos concepciones diferentes de la vida, ambas dignas de ser respetadas y capaces de integrarse entre ellas en una nueva síntesis.

No había que europeizar a los nativos, valorarlos implicaba asumir el desafío de forjar juntos lo nuevo. Aquellas ruinas jesuíticas que tanto asombro nos causaban eran la marca de un intento que los intereses coloniales decidieron expulsar. Las culturas se consolidan cuando logran superar al invasor e imponer la identidad del nuevo habitante, fruto de ese amor a la tierra de todos los ahora nativos. El tango fue una expresión de esa síntesis, de aquel encuentro de un destino común una música ciudadana que nace del arraigo de los hijos de la inmigración con la riqueza de su poesía y de su danza. Hoy el lenguaje inclusivo actúa como metáfora del desencuentro, que al inventar o, mejor dicho, deformar nuestra lengua asumiría el lugar de grieta definitiva. Intentamos equiparar en el género la desigualdad social y económica que no nos atrevemos a enfrentar.

Quien viene a colonizar suele terminar colonizado, y ese es el momento del nacimiento de la patria, que como supo decir el Maestro Marechal, “es un dolor que aún no tubo bautismo”. En esa fragua de los pueblos no importa cómo se llega sino en que se convierte.

Necesitamos volver a ponernos de pie, eligiendo que nos conduzcan quienes admiramos y superando aquellos que nos suelen generar “vergüenza ajena”. Las naciones cuando están definidas son más fuertes que las ideologías, los rusos o los chinos pudieron transitar el marxismo sin perder nada de su identidad ni de su voluntad de poder. Nuestro continente transita el tiempo de prueba, de ensayo y error. Tanto los extremos autoritarios como Cuba, Nicaragua o Venezuela como los excesos liberales que hoy agonizan en Chile o en Colombia, ambos tienen su tiempo contado.

Necesitamos libre iniciativa con límite a la concentración tanto como justa distribución sin autoritarismo. El sentido común es hoy la más definida ideología, cada quien debe encontrar su destino, amoldar su rumbo a su pueblo y sus recursos. Ese es el arte de la política al que conducen los estadistas más allá de los cargos y las encuestas. La pasión por el sentido común es el estado del alma que nos falta alcanzar.

SEGUIR LEYENDO: