La grieta que faltaba

Todos hemos tenido que sobrellevar frustraciones y postergar proyectos, pero algunos más que otros

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Personas en situación de calle en la ciudad de Buenos Aires
Personas en situación de calle en la ciudad de Buenos Aires

Hay otra grieta. Es oscura, profunda, insondable. No es política ni ideológica, tampoco es estrictamente económica. Es una grieta cultural.

Una grieta que separa a los que ven escurrirse en el día a día sus metas y aspiraciones de los que ya no esperan nada.

Un abismo cimentado por políticas erráticas y perversas, por ineficiencia y desidia o, lo que es peor aún, por prácticas corruptas en todos los estamentos del poder. Líneas de montaje y producción de pobreza, exclusión y dependencia.

De un lado y del otro de este tajo social hay gente que nace, vive y muere en dimensiones diferentes. Todos hijos de esta tierra, seres únicos e irrepetibles, que gozan, sueñan y sufren pero que no se reconocen entre sí.

De un lado, los que cada vez tienen menos; del otro, los que carecen de casi todo. De un lado los que padecen el vértigo de la caída, del otro los que ya tocaron fondo.

En el pico de la segunda ola, sin vacunas en tiempo y forma y sin condición alguna para resguardos, protocolos ni aislamientos, para estos últimos la pandemia es otra cosa. El virus es solo una amenaza más que se suma a las penurias ya conocidas.

“El que espera, desespera”. De un lado avanzan la depresión y el desasosiego, del otro se impone el instinto de supervivencia. Es una grieta en cierto modo aspiracional. Es difícil saber quién sufre más.

Están los que quieren que abran las escuelas, poder retener el trabajo o conseguir algún ingreso cierto, llegar en tiempo y forma a una cama de hospital, ser parte del sistema, no descolgarse, no caer más. El resto ya conoce las oscuridades del talud.

De ese lado de esa grieta, cada día en pie es un desafío superado. Para los que habitan en estos barrios de la desolación la cuestión no consiste en pasar el invierno, ni llegar de pie al próximo semestre. Se trata de superar el día a día. Van de martes a miércoles peleando la changa, hurgando en las sobras, relojeando el descarte para hacerse del pan de la jornada.

Para los que viven, nacen y mueren en la marginalidad los tiempos son breves, se miden en horas. Las consignas que bajan del poder son irrelevantes. Están en otra liga. Juegan un partido con reglas propias.

Quienes habitan en el trasmundo de esa grieta se reproducen a diario con progresión geométrica. Por oposición el otro grupo decrece, cae, se estrecha. Deja de tener peso propio, densidad política.

En este contexto la dignidad está atada a la autoestima, es una percepción frágil. Cuando la necesidad es extrema la dignidad se diluye. Las familias se deshilachan. El machismo se exacerba, el abuso se naturaliza. La violencia se legitima.

Con el 60% de los chicos argentinos viviendo en condiciones de vulnerabilidad, el futuro no existe. El 40% de la pobreza de la provincia de Buenos Aires se explica por las condiciones en las que se mueven los más chicos.

Con 1800 barrios populares, la provincia de Buenos Aires concentra el número más grande de argentinos viviendo en la informalidad. Son casi dos millones de personas que dependen de la asistencia del Estado para sobrevivir.

La grieta no es territorial, no la delimita una calle, una zanja, una avenida. Es algo más profundo, más atávico.

No todos los que viven en la informalidad caminan los estrechos pasillos de lo marginal pero conviven a diario con esa lacerante situación. Sin viviendas adecuadas, forzados a la modalidad del aislamiento comunitario, al interior del propio barrio las tensiones se potencian.

Los más responsables, los que se aferran a alguna esperanza, los que pretenden hacer pie en un inestable mundo de valores sienten lesionada su dignidad al tener que vivir de la dádiva. Vivían sin depender del Estado sin ser registrados por los radares del asistencialismo y hoy sufren tener que pedir, depender. La pandemia y sus cuarentenas los terminó arrojando al vacío. Sienten bronca e indefensión. Se reconocen humillados.

Todos hemos tenido que sobrellevar frustraciones y postergar proyectos, pero algunos más que otros.

Los que trabajan y reciben un sueldo devaluado que apenas araña la canasta de la pobreza recelan de los que reciben un plan sin trabajar. Quienes no tienen trabajo ni plan alguno también se sienten discriminados e injustamente olvidados.

“Es una bomba de tiempo este malestar social”, sostiene un dirigente del Frente de Todos que conoce a fondo el territorio.

“El plan solo puede ser entendido como una transición... tiene que ser un camino a la formalidad laboral. No te puede llevar y consolidar en la marginalidad”.

Quien así describe la cruda realidad del momento admite que no es fácil ni posible en lo inmediato insertar en el mercado de trabajo a quienes hoy reciben planes. Un universo cercano al millón de personas solo en la provincia de Buenos Aires.

El 40% del conurbano sur vive en la informalidad o en algo más extremo, la marginalidad o la indigencia. Son pasajeros de una cultura que solo tiene que ver con lo que se consume en cada momento, que no tienen margen alguno para pensar en el mediano o el largo plazo.

Este sector social se referencia y refugia en otras deidades. Tributan sus emociones y fidelidades a quien les acerca algo, lo que sea. Tiene una conexión muy fuerte anclada en el pasado reciente con CFK, es un vínculo labrado a fuerza de beneficios sociales, jubilaciones anticipadas, acceso a las AUH, moratorias y Ahora 12. De eso se trata. En esos sectores la ex Presidente mantiene su liderazgo dominante.

La oposición política no tiene una narrativa que los incluya. Han quedado fuera del radar de Juntos por el Cambio. Los cambiemitas le hablan a la clase media. Es imposible hoy pensar un país distinto sin registrar a quienes se cayeron del sistema, a quienes chapalean en la desesperanza.

Desde los partidos que conforman la coalición opositora se desconoce cómo interpelar este sentimiento. Al menos eso es lo que piensan algunos referentes opositores que conocen los lodazales de la gestión política. Creen que para ejercer el poder es indispensable dominar el territorio y hoy recorren el conurbano profundo con la ambulancia recogiendo a los desencantados del Albertismo en orden a construir una alternativa. Es un trabajo casi artesanal, admiten.

La pandemia incrementó de manera exponencial el asistencialismo. A mayor cantidad de planes, más se profundiza esta grieta. Es un círculo vicioso.

El paso demoledor de la segunda ola con el costo COVID no contemplado en el presupuesto 2021 desarticuló la estrategia de Martín Guzmán. La imprevisión se paga cash.

El empeño del Ministro de Economía en ordenar la macro conteniendo el déficit y logrando un acuerdo con el FMI gatilló enfrentamientos, diferentes métodos y proyectos y terminó desnudando la fractura expuesta que afecta a la coalición oficialista. Guzmán salió de la refriega visiblemente debilitado.

Entre la mirada fiscalista y las necesidades de las organizaciones que prestan asistencia social se abre un abismo.

Las políticas asistenciales o de inversión social mitigan el hambre en la emergencia y aseguran votos pero no sacan a nadie de la pobreza. Para eso hay que ordenar la macro y conseguir inversiones. Algo impensable en este contexto. Las diferencias son irreconciliables.

Los sectores más radicalizados y hoy dominantes del Frente de Todos consideran que de ir a un acuerdo con el FMI tiene que ser beneficioso para la Argentina y no suponer exigencias en lo fiscal, que se impone privilegiar la deuda interna, que el organismo debe asumir sus responsabilidades al otorgar un crédito que devino impagable. Planteos imposibles de satisfacer.

Admiten diferencias de fondo con el Ministro de Economía e incluso un escenario de dispersión en la voluntad de voto entre los que se sumaron al Frente sin pertenecer al núcleo duro kirchnerista que estiman permanece consolidado pese a la adversidad del momento.

“Cada espacio de los que integran el frente de gobierno tiene su cuota parte y eso genera confusión... hay un escenario de poder repartido y ninguna experiencia en gobiernos de coalición”. Reconocen también que hay sectores minoritarios que se abroquela en los extremos, pero esto no preocupa por el momento a los K.

Por el momento nadie vaticina desborde o descontrol social. Los sectores más vulnerables están contenidos con la asistencia y la clase media y media baja pena en silencio sin resto alguno para la rebelión.

Pero hay algo en lo que todos coinciden: esta es la foto de hoy. La película es otro tema. El escenario es azaroso. Todo puede cambiar de un momento para otro.

Con 39.207 nuevos contagios este viernes y 76.693 muertos desde que comenzó la pandemia, es imposible imaginar el futuro. El futuro es hoy.

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