Estado y sector privado deben exigirse mutuamente

Necesitamos un nuevo proyecto político que redefina sus lugares y los combine de forma exitosa

Compartir
Compartir articulo
Alberto Fernánez reunido con empresario en la quinta de Olivos
Alberto Fernánez reunido con empresario en la quinta de Olivos

Estado y Privado son dos instrumentos políticos que jamás deberían ser degradados al punto de constituirse en dogmas de pretendidas ideologías. La iniciativa privada es energía social, el mundo comunista se vio obligado a asumirlo y en muchos casos, los combina hoy mejor que el mismo capitalismo. El éxito de China es haber logrado armonizar ambos elementos y convertirlos en una fuerza arrolladora. Es cierto que no asumen la democracia y son demasiado autoritarios. Su política en el Tíbet y la represión en aquellos espacios que conciben como propios por momentos asustan. Rusia tiene una visión parecida, donde el poder central que ayer impulsó el comunismo hoy genera un capitalismo con características propias, siempre priorizando la vocación imperial, luego la iniciativa privada y finalmente los derechos de sus ciudadanos.

Para nosotros, occidentales, resulta difícil de entender, hace tiempo dejamos de ser un ejemplo a seguir, el faro del progreso, es evidente que terminamos ocupando el lugar de las libertades con hambre. Los grandes ricos convirtieron en vergüenza el orgullo que ayer ocuparon las instituciones de occidente. Para quienes apoyamos siempre la causa del pueblo judío hoy nos convoca el dolor del pueblo palestino. A veces la vida no enseña.

China logró modernizar aquella voluntad de derrocar al imperialismo que supo encarnar con el marxismo. En tiempos cercanos, Fukuyama se ilusionó con el fin de la historia, como si la rueda se detuviera justo cuando sus amigos estaban arriba. Francia abandonó sus colonias con la lúcida conducción de De Gaulle, Inglaterra se agota como imperio al no lograr siquiera convivir y competir en pie de igualdad con la vieja Europa. Cayeron desde Churchill a Boris Johnson, mientras sus enemigos históricos saltaban de Hitler a Merkel.

Es el “corsi y ricorsi de la historia” de Giambattista Vico. Y nosotros sin siquiera poder abandonar las sectas de fanáticos a las que fuimos reducidos, esa pasión por los extremos que no soporta transitar el sentido común. Y en eso estamos, abundamos en fanáticos carentes de ideas. Algo tienen que ver, el dogma tapa la duda, el grito impide la reflexión. El otro es el mal, no se apuesta a convivir sino a confrontar, a eliminar. Hay dos señales de televisión dedicadas a denigrar al otro, demasiado alejados del respetable concepto que denominamos como adversario. “Mi enemigo es mi espejo”, posturas que se endurecen con el paso del tiempo y hay algo de verdad cuando el otro se degrada e irrita ese espejo de la propia limitación. Como aquella famosa tribu de los “reducidores de cabezas” en esta miseria estamos cayendo abrazados. No se soporta al sosías, asusta ver en él aquello que no podría ver en sí mismo. Aquel refrán de las abuelas, “ver la paja en el ojo ajeno y no la viga en el propio”, sabidurías anteriores a los avances tecnológicos.

Hambre, enfermedad y desesperanza imperan en nuestra degradada sociedad. Y sus burócratas se ocupan de avergonzarnos. Ese personaje gris que pide asilo en un país hermano desnuda como nadie las miserias a las que hemos llegado. Ayer quiso instalar una Corte Suprema por decreto, “la culpa no es del chancho sino de quien le dio de comer”. Supe conocerlo, como a otros de ese mundo de vivos y ricos aficionados a la política, todos asombraban por esa mala mezcla de soberbia y mediocridad.

Algunos son dignos de reformular la causa, son pocos pero están obligados a intentarlo. Convocar un asesor extranjero muestra lo dependientes que son de esa voluntad colonial que los enamora y convierte sólo en imitadores de lo ajeno y lo importan como royalties.

Nuestros mayores nos traían arte del mejor, sin embargo visitar el museo nacional asombra por el nivel profuso que se corresponde con nuestros sueños de ser nación. No debe cansarnos repetir que fabricamos aviones, locomotoras, coches, tractores, motos. Hoy gastamos dólares por copiar bares y pizzerías, hasta las casas de remates, damos pena asesinando cultura e imponiendo dependencias.

Y para completar la imagen, alguno cree que somos de avanzada por la política de género y el amor a los animales. Difícil asumir el dolor del caído y las culpas compartidas, mejor inventar temas que sirvan para distraer. No porque carezcan de importancia, sino por su lugar entre las prioridades. Como el caso de la Justicia, que habría que reformular; claro que ahora tiene olor a problemas de los que carecen de necesidades, de los que necesitan perdón por lo que les sobra y no ayuda por lo que les abunda, demasiado distantes del hambre y la pandemia.

La política dejó de ser parte de la sociedad, sólo integra una burocracia cada vez más distante del dolor cotidiano. Hay un único partido, es aquel en el que se disfrutan las prebendas del poder. Las caricias de esa única vía de ascenso social justifican los cambios de tribuna y la plasticidad de convicciones. Ambas dirigencias exhiben entre sus actores más notables alguno con la fe del converso. Ellos no se cayeron del caballo camino a Damasco, habían quedado con el pase libre y supieron buscar un nuevo conchabo. No es cierto que nadie resiste un archivo, solo pasa que los oportunistas que abundan en los partidos de turno no podrían hacerlo. La coherencia no amontona traiciones, los traidores no resisten revisiones.

Por otro lado escuché que María Eugenia Vidal cambiaba de distrito para no sufrir una nueva derrota. Me vino a la memoria mi amigo De la Sota y mi admirado Lula, ellos se forjaron a pura caída, como todo destino que sueñe trascender. Necesitamos un nuevo proyecto, que redefina el lugar del Estado y lo privado y que ambos no sólo convivan sino que se ocupen de exigirse y obligarse mutuamente. Que baje los precios multiplicando la producción, que entiendan que la salud está integrada en la economía, que la cuarentena es una decisión para tomar entre todos y en el momento justo. Y que los discursos nunca sirvieron para restaurar aquello que el hacer no pudo lograr. La palabra termina siendo tan solo un testigo ingrato, un terrible medidor de la coherencia de ayer y de siempre. Sería hora de probar con la humildad que además de ser más honesta serviría de camino al encuentro.

SEGUIR LEYENDO: