Réquiem para la democracia: “Si quieren venir, que vengan”

El uso de los miedos existenciales para gobernar una Nación rota y la lógica del nudo borromeo

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Alberto Fernández y Cristina Kirchner en un acto en Ensenada. Último a la derecha, el intendente Mario Secco (Presidencia)
Alberto Fernández y Cristina Kirchner en un acto en Ensenada. Último a la derecha, el intendente Mario Secco (Presidencia)

Si el 2020 será recordado como el año “perdido”, el 2021 lo será como el año “bisagra”. La pandemia institucional que acosa a nuestra nación se definirá en las elecciones legislativas previstas para este año. Si el oficialismo logra imponerse y obtener mayoría en ambas cámaras, tendrá luz verde para avanzar con el modelo de país que todos conocemos. Por el contrario, si la oposición sale airosa y mantiene o incrementa sus bancas, podrá equilibrar las discusiones legislativas y, al mismo tiempo, sostener un proyecto político que le permita llegar a las elecciones presidenciales de 2023 con chances de ganar.

Este es el punto de partida para analizar lo que se viene. La sociedad está estresada psicológica y económicamente. Debe resistir para no quedar en el medio de la feroz disputa de la clase dirigente, cuyo punto culminante tiene hoy dos ejes principales: primero, los reiterados ataques a la independencia del Poder Judicial y el “no querer” entender que su función constitucional es la de contrapeso de los Poderes por un lado, y segundo, la disputa electoral donde el discurso del titular del poder ejecutivo del pasado viernes fue un claro intento de acercarse a su base de votantes y recuperar a los “molestos e indignados”.

Resulta llamativo, y quizás un tanto hipócrita que se agradezca a los contribuyentes que se vieron “forzados” a pagar un impuesto, mal llamado Aporte Solidario, y al mismo tiempo no haya un gesto de la clase dirigente de reducir sus propias dietas para donar una parte, por ejemplo, a los comedores infantiles. Al contrario, una desconocida diputada radical salió a la luz pública al conocerse audios de su codicia al exigir retornos a su propio equipo de asesores. Los unos y los otros no dan muestra de austeridad, cordura y mesura, tan necesarias en estos tiempos. La democracia fue embalada y puesta en un camión de mudanzas con destino incierto.

Veamos. John Dewey (1859-1952), filósofo estadounidense y, uno de los fundadores de la filosofía del pragmatismo dijo: “La amenaza más seria para nuestra democracia no es la existencia de los Estados totalitarios extranjeros. Es la existencia en nuestras propias actitudes personales y en nuestras instituciones de aquellos mismos factores que en esos países han otorgado la victoria a la autoridad exterior y estructurado la disciplina, la uniformidad y la confianza del líder. Por lo tanto, el campo de batalla esta también aquí, en nosotros mismos y en nuestras instituciones”.

Nos están empujando a un campo de batalla donde las balas son los relatos infames de la política salvaje. El intendente oficialista de Ensenada, Mario Secco, el pasado 5 de mayo, en un acto que sirvió de puesta en escena para la foto de la unidad del Frente de Todos tuvo una frase tan infortunada, como inapropiada: “Si quieren venir que vengan”.

La desdichada expresión del Intendente de Ensenada, desde la lógica del “nudo borromeo” (Lacan), nos deja ver claramente lo “imaginario” del relato, al mismo tiempo que nos exhibe lo “simbólico”, y lo separa de lo “real”. La desconexión discursiva del fábula salvaje que recurre a una triste rémora de nuestra historia reciente evidencia que estamos, para algunos torpes imberbes, frente a una “guerra”, algo absolutamente inaceptable y que debe ser repudiado por toda la sociedad.

Más allá de la asnada de recurrir a la tristemente célebre frase de un dictador, es claro a estas alturas que la coalición gobernante está sumergida en un mar de incertidumbre y sigue sin encontrar el rumbo que evite el naufragio que ya aparece con mayor firmeza en el horizonte de nuestra empobrecida nación.

“Si quieren venir que vengan”, quedó grabada en nuestra memoria colectiva como la frase que nos metió en una guerra que dejó 649 argentinos fallecidos en el campo de batalla. Recordar esos acontecimientos en un acto, en plena pandemia, y con cientos de problemas por resolver, es tanto una muestra de ineptitud intelectual, como un desafío a las instituciones de la democracia, donde la concepción de una guerra no tiene cabida alguna (o no debería tenerla).

En ese orden, el fallo dictado por la Corte Suprema de Justicia de la Nación, antecedente imaginario de la expresión del intendente infortunado, en relación con la autonomía de la Ciudad de Buenos Aires, es una sentencia técnicamente correcta, dictada conforme al derecho vigente, a lo dispuesto por la Constitución Nacional y a las constancias de la causa. Guste o no, el fallo fue correcto.

Como hombre del derecho, tengo en claro que, cuando un juez dicta una sentencia, la parte perdidosa siempre va a estar disconforme. Pero esa disconformidad en modo alguno puede dar lugar al desvarío de hablar de un “golpe de estado blando”, otro nudo borromeo por desatar. Es un absurdo, y tengo para mí la sensación de que muchos de los críticos de esa sentencia de la Corte, ni siquiera se han tomado el trabajo de leer las 91 páginas, analizarlas y estudiarlas en profundidad, para poder luego sacar conclusiones precisas y concretas. En lo que hace a la interpretación de sentencias judiciales no hay mejor método que el de la propia lectura, hablar por boca de jarro es tan torpe como equivocado.

La mala gestión pandémica y su consecuente justificación ideológica tiene un solo resultado posible: el fracaso. En modo alguno puede justificar frases como: “Si quieren venir que vengan” o “golpe de estado”. Eso es jugar con nuestro pasado, nuestros muertos y nuestros miedos existenciales. Es una falta de respeto para la democracia y la sociedad toda.

La fuerte reacción de rechazo al fallo de la Corte por los integrantes de la coalición gobernante es una reacción que muestra más sus miedos y debilidades, que sus fortalezas. Los coloca al borde de lo que podríamos llamar “atrapados y sin salida”, cuando en democracia la salida siempre deben ser las urnas, al mismo tiempo que es la puerta de entrada. Se entra y se sale del poder democrático por medio de las urnas. Ello, en buena medida, explica la diatriba discursiva que pretenden imponer como “nueva” agenda desde el Poder Ejecutivo. Antes era “solo” la salud. Explotó la economía y cambió el discurso. Lamentable, porque atrás quedaron muchas bajas que se podrían haber evitado.

En este contexto resulta sugestivo que no se entienda (o no se quiera entender desde el relato salvaje de la política) cual es la función de la Suprema Corte de Justicia de la Nación, pues es muy clara y se encuentra perfectamente limitada: es el órgano del Estado custodio de la Constitución Nacional. La última ratio en lo que hace a su interpretación. Discutir esto, es tanto como discutir la democracia misma. Nuestro presidente debe ser el primero en respetar sus fallos. Le gusten o no. Es su obligación legal y moral respetar y hacer que se respete la Constitución Nacional, la división de poderes, y preservar la integridad de las instituciones de la nación. Lo contrario importa incurrir en un mal desempeño de su cargo. Situación que por su gravedad resulta delicada en extremo.

En el medio de todo este entuerto, la pandemia de la institucionalidad ha aflorado con más fuerza que nunca y pone a la democracia, en la forma en que la hemos conocido hasta ahora, en un camión de mudanza y la lleva a un destino que aún no sabemos cual será, tomando al mismo tiempo a toda la sociedad de rehén, en una pugna “República vs. Autocracia”, que es precisamente lo que se va a definir en el próximo turno electoral, el nudo borromeo más grande que enfrentamos como sociedad.

Y es precisamente en ese punto donde entran en juego el mal manejo de la pandemia (Argentina se encuentra entre los tres países que peor manejaron la pandemia según un estudio realizado por Bloomberg), y del destrozo de la economía que ha volado por el aire, donde se tiran a las fauces de la pobreza dos mil argentinos por día. Es una combinación que genera el desencanto y la indignación de la base electoral del gobierno y precisamente donde radican los mayores miedos en relación a los resultados que hoy indican las encuestas. De allí que su retraso, más no sea por 30 días, les da un margen más de maniobra, en una elección donde se saca punta al lápiz electoral en cada aspecto (por ejemplo prohibir el voto por correo de los argentinos que se encuentran en el exterior).

Lamentablemente vemos que se sigue gobernando para ganar una elección y no para sanar a la nación rota y empobrecida. Como bien saben los políticos, “las elecciones se ganan con la heladera llena”. La realidad actual es tan grave desde lo pandémico y la economía, que muchos (demasiados) ni siquiera tienen una heladera que llenar. Entender este dilema borromeo, importa comprender parte de los miedos y la desesperación del gobierno a la vez que nos permite comprender, pero no justificar, los feroces ataques a los síntomas que muestran su debilidad. Y, en este sentido, el fallo de la Corte desnuda una debilidad del gobierno, su carencia de conducción jurídica y ausencia de claridad en el dictado de los decretos presidenciales en relación a lo que puede y no puede hacer el Presidente.

En su momento señalé que “el presidente no tiene quien le escriba” a consecuencia del caso Vicentin, que marcó un punto de inflexión en la relación de nuestro mandatario con la sociedad. El segundo punto de inflexión, barranca abajo, ha sido el tema de la educación y los yerros cometidos en relación al mismo, que terminaron con el fallo de la Corte.

Con lo cual, el problema no es que la Corte dicte un fallo contrario a los intereses del gobierno, sino que éste, por su propia impericia legal, se metió solo en ese problema. No se trata de favorecer a un candidato, sino de custodiar los valores constitucionales de la nación. El equívoco del gobierno arrancó con su propia impericia al elaborar un decreto inconstitucional. Pero, más grave aún es que seguimos intoxicando a una sociedad agobiada por las cinco pandemias que la azotan: salud, economía, instituciones, educación y seguridad.

Es una locura que estemos más ocupados en discutir un fallo, que en conseguir las vacunas que faltan y generar las condiciones necesarias para que todos los argentinos tengan un trabajo digno en lugar de la dádiva mensual del Estado. Con sabiduría, Antonio Machado, sostuvo hace tiempo: “Es propio de aquellos con mentes estrechas, embestir contra todo aquello que no les cabe la cabeza”.